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Twitter y la paradoja de la tolerancia

Si bien es deseable censurar cualquier discurso de odio o totalitario, para poder hacerlo de una manera eficaz y correcta deben existir parámetros claros y definidos que delimiten este concepto y no lo dejen subordinado al poder de turno

Por Juan José Fortín-Magaña F

Durante las últimas semanas ha sido noticia la adquisición de Twitter por parte de Elon Musk. Como ha expuesto el empresario sudafricano, la compra tiene el objetivo de ampliar la libertad de expresión en la red social,  dado que como mencionó él mismo: “Twitter es la plaza digital donde se debaten asuntos vitales para el futuro de la humanidad”. En este sentido, para Musk, Twitter debería ser totalmente abierta a la libertad de expresión, y su única restricción debería ser la que la misma ley impone.

Como era de esperarse, el plan de Musk suscitó mucha controversia, dado que para algunos la nueva visión del empresario no llevaría a una red social más plural, sino a una mucho más agresiva e incómoda, donde sean permitidos discursos que antes eran inaceptables. Esto provocó a que se volviera nuevamente tendencia la discusión sobre la libertad de expresión, con cuestiones fundamentales como: ¿cuál es el límite para lo que se puede decir? Y, sobre todo, ¿debemos tolerar a aquellos que son intolerantes?

Para este objeto, uno de los límites que se suele establecer es que hay algunos tipos de discursos que nunca pueden existir ni ser tolerados: los de odio y los totalitarios. Creo que casi nadie tendría reparos en decir que una sociedad donde no existan ese tipo de discursos es mucho mejor. Pero es acá donde surge la pregunta sobre cuál debería ser la forma correcta y eficaz de combatir estos discursos.  Para estos propósitos se alude usualmente a “La Paradoja de La Tolerancia” del filósofo Karl Popper. Esta establece que una sociedad abierta y tolerante, para poder subsistir, necesita poner límite a los discursos intolerantes que puedan llegar a destruir sus propias bases.

En este sentido, muchos llaman a la censura y la reprenda por medio de las instituciones sociales, la presión política o incluso por la violencia a los discursos que podrían entrar en la categoría de odio e intolerancia. Sin embargo, esto también genera un problema: ¿Cuándo algo es objetivamente un discurso de odio e intolerante y quién lo decide?

Es muy fácil identificar aquellos casos extremos que promuevan la violencia o un sistema totalitario; sin embargo, ¿qué pasa con la zona gris que no es tan clara? Se me hace complicado pensar que, sin una definición clara y objetiva de odio o intolerancia, pueda haber una disposición ecuánime de medias de censura. De hecho, creo que, sin una definición clara y transparente, las medidas que combatan los discursos de odio podrían terminarse usando simplemente como el resultado de una dinámica de poder, donde quien tenga el control pueda definir ideológicamente lo que significa o como se interpreta “odio o intolerancia”, que es precisamente lo que muchos reclaman a Twitter.

Abogar por una represión o censura bastante generalizada podría ser un arma de doble filo, dado que puede que mañana las ideas que hoy son políticamente correctas ya no lo sean. De hecho, Karl Popper, en su libro “La Sociedad Abierta y Sus Enemigos”,  promueve precisamente que estos peligrosos discursos deben ser contenidos esencialmente con la fuerza del argumento y la razón, y solamente cuando los discursos y los arengadores de estos mismos, llaman o participan en actos de violencia directa es que deben ser limitados por el poder coercitivo o la censura. Creo que, si bien es deseable censurar cualquier discurso de odio o totalitario, para poder hacerlo de una manera eficaz y correcta debe existir parámetros claros y definidos que delimiten este concepto y no lo dejen subordinado al poder de turno. Es un tema que demanda una exploración exhaustiva y comprometida por toda la sociedad.

Lic. en Economía y Negocios, Master en Psicología y Comportamiento del Consumidor

 

 

 

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Libre Expresión Opinión Redes Sociales Twitter

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