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Una refrigeradora, una cama, una cocina

Sería bueno también, como sugerencia, que las organizaciones gubernamentales y ONGs abran espacios para que haya un lugar donde se puedan llevar ese tipo de donativos, ahora y siempre.

Por Carmen Maron
Educadora

Como decía hace algunos días, no todo en esta vida es política. Y unas de las cosas en esta vida que no tienen nada que ver con la política son la empatía y la solidaridad. Quizás por una vez podamos leer este espacio de opinión como salvadoreños a secas, sin sesgos religiosos ni políticos.


Mientras leía noticias del paso de Julia por nuestro país, realmente se me partía el corazón. Cinco soldados muertos es una tragedia. Una persona ahogada es una tragedia. Una persona soterrada por un talud es una tragedia. Una persona que pierda lo que tiene porque su casa se le inundó es una tragedia.


Pero quizás lo que más me rompió el corazón fue lo que alguien escribió en, de todos los lugares, una página de humor bien conocida en Facebook. En ella se hacía eco a las palabras de un ciudadano migueleño, vendedor ambulante. Por veinticinco años, él había trabajado para tener lo que quizás muchos damos por sentado: una cama, una refrigeradora, y una cocina . El se sentía abrumado porque que muchos le decían que lo importante era la vida, que lo material se rehacía. Pero, decía él, no iba a vivir otros veinticinco años para rehacer todo eso. Lloraba el esfuerzo perdido. Lloraba por no tener nada.

Los años me han enseñado que, mientras los salvadoreños somos solidarios y ayudamos económicamente, con ropa (aunque no siempre en buen estado), frazadas o colchas, se olvida que, después de la tormenta o el terremoto, volver a levantarse es un esfuerzo. Es difícil imaginar perderlo todo. A mí me costó años, lo confieso, entender cómo algo como una cama (que yo he dado por sentada toda mi vida) es un lujo para otros. No fue hasta que comencé a trabajar en proyectos y a participar en las misiones de mi parroquia, en zonas de alto riesgo, que me cayó el cinco para el peso de que lo que uno gasta innecesariamente es lo que otro necesita a gritos.


Es una falacia esperar que cualquier gobierno supla estas necesidades. No pasa en ningún lugar del mundo. Lo que una persona necesita para levantarse es la empatía y la solidaridad de quienes lo rodean, ya sea de manera personal o a través de organizaciones de ayuda privada. Muchas veces, lo que nosotros vemos como “viejo” es un lujo para otros. Hablamos tanto de ser un país de primer mundo; bueno, en muchos países de primer mundo, los muebles que se cambian, no se venden, sino que se dejan en la acera para que otros los tomen y los usen.


A propósito de esto, déjenme contarles una historia, aunque rompa el mandamiento que mi mano izquierda no sepa lo que hace mi derecha. Yo soy de esas personas que si algo no está en oferta, no compra. Comparo todos los precios de TODOS los productos de supermercado, voy al salón cuando hay promociones, etc. Hace unos tres años, con un bono del trabajo, logré hacerme de una refrigeradora y una cocina inverter. Mi idea, claro, era vender mi cocina y mi refrigeradora de diez años de uso y “acolchonar” la compra, así que las subí en las redes sociales.


Me escribió una mujer joven preguntándome si podía hacerle una rebaja en la cocina y la refrigeradora y me explicaba que ella y su esposo eran misioneros con Juventud Con Una Misión (JUCUM). Yo tuve amigos que trabajaron con esa organización, y sabía que los misioneros vienen sostenidos por fondos de benefactores, que no siempre llegaban juntos o a tiempo. Ellos viven, literalmente, por fe. Accedí a su oferta y pactamos la fecha de entrega. Pero, esa noche, sin querer sonar como una fanática religiosa, sentí una espinita en mi corazón. Eran enseres con diez años de uso y a mí me habían dado un bono. Ellos venían a un país extraño, sin sueldo fijo. ¿Por qué no regalársela?


Miren, mi lado humano luchó contra la idea toda la noche, porque, al final pisto es pisto y ya le había hecho rebaja. Pero a la mañana siguiente yo supe que no había manera que le iba a poder vender esa cocina y esa refri. No les puedo describir la cara de la mujer cuando llegó a mi casa, dinero en mano, y le dije que le regalaba las cosas. Comenzó a llorar y yo también. Allí estábamos, una católica y una evangélica que nunca se habían visto, abrazadas, llorando a moco tendido. Y me encantaría decirles (porque se ha vuelto popular esta idea que doy para que venga más) que mi cuenta de ahorros se llenó milagrosamente de dinero y los cielos se abrieron sobre mí y terminé con un carro nuevo. Pues,no. De hecho, tres semanas después, se me arruinó la válvula check y la reparación costó los famosos $300, que tuve que “tarjetiar” al final. Pero créanme que cada vez que mi lado financiero me empezaba a recordar lo tonta que había sido, volvía a ver en mi mente la cara de la misionera y valía la pena la tarjeteada. Me enteré por terceros, durante la pandemia, que los electrodomésticos siguen funcionando y ya van por otro dueño.


Quizás es el momento de sacar, además de las colchas, la ropa, y los zapatos, esa cafetera celosamente guardada para “algún día” y dar la que aún tenemos en uso a alguien que se quedó sin una. Quizás el set de sala que íbamos a vender en $200 puede regalarse a una familia que perdió el suyo. En las semanas que vienen, vamos a entrar en contacto con más de una persona-colaboradores, vendedores, gente que quizás nunca habíamos conocido, que perdieron lo poco que tenía. Seamos salvadoreños de corazón generoso. Todo ayuda a que alguien se ponga de pie aunque para nosotros sea “viejo”. O quizás pensemos en aquello que se necesita en lo rural: láminas, cables, cemento, enchufes. Miren, no es lo mismo pasar un temporal con piso de cemento (por no decir de cerámica o ladrillo), que con un piso de tierra.

Sería bueno también, como sugerencia, que las organizaciones gubernamentales y ONGs abran espacios para que haya un lugar donde se puedan llevar ese tipo de donativos, ahora y siempre. Las palabras del Señor nos deben sonar constantemente: a veces lo que damos por sentado a otros les ha tomado una vida ganarlo. No podemos devolver todo lo que se había logrado con veinticinco años de trabajo, pero, si este señor puede recibir al menos una cama, algo se habrá hecho. Y su historia debería hacernos una sociedad más humilde y empática.


Educadora

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