Las calles volvieron a inundarse. Esta vez no solo las consabidas sino también otras de nuevo ingreso. Puentes arrasados, dos personas fallecidas, pérdidas materiales y filtraciones considerables tanto en edificios públicos como privados. Lo curioso es que todo eso ocurrió con una precipitación, según los pluviómetros, de solo 100 milímetros, algo habitual en la época lluviosa salvadoreña. ¿Por qué cantidades pequeñas de agua provocan ahora caos antes reservados a grandes meteoros? Hay dos elementos que se combinan para eso y los dos tienen que ver con la mano humana.
El primero está relacionado con el cambio climático. Una advertencia que desde hace años la ciencia ha venido realizando. No debe pensarse que el calentamiento global es un problema tan solo de los países industrializados; de hecho, El Salvador es uno de los países con mayor vulnerabilidad a los efectos climáticos. El número y la intensidad de los desastres naturales han ido en aumento trayendo fuertes repercusiones económicas. Los efectos se pueden constatar en las actividades agropecuarias en las que ya se producen grandes pérdidas. Esto afecta gravemente el crecimiento económico pues la agricultura es un sector fundamental para la creación de empleos y el sostenimiento alimentario.
Ante estas crecientes realidades se vuelve impostergable la adopción de políticas agrícolas y ambientales para mitigar los impactos. Para ello es necesario proyectar con rigor científico y técnico los escenarios climáticos del futuro inmediato. De ellos se derivarán los planes concretos que deberán ser ejecutados con visión de Estado. Pero mientras el abordaje de las dificultades siga siendo coyuntural y propagandístico iremos perdiendo la oportunidad de prepararnos para un mañana que se mostrará cada vez más caótico. El segundo elemento que explica las inundaciones de la semana anterior se puede resumir como una falta de planificación. Las construcciones continúan descuajando las pocas áreas arboladas que aún nos quedan. Esas urbanizaciones se realizan sin tomar ningún tipo de medidas para mitigar los efectos ambientales. Como resultado, las escorrentías se precipitan hacia las partes bajas de la ciudad en donde el sistema de drenaje ya no da para más. Al perder su permeabilidad, los suelos no absorben el agua y su cantidad no puede ser manejada por un sistema de alcantarillado que se construyó bajo condiciones diferentes y que ahora muestra marcado deterioro.
Los desbordamientos continuarán siendo inevitables mientras no se asuma con responsabilidad el cuidado del medio ambiente. Esto, aunque parezca extraño, atañe principalmente a los cristianos. Si se parte de la premisa que la naturaleza es creación de Dios, los creyentes, por ser sus hijos, se vuelven responsables de conservar lo que pertenece a Dios. Pero se debe reconocer que lamentablemente, hablando en términos generales, los cristianos se han demorado en formar parte del esfuerzo por el cuidado del ambiente. Eso debería ser motivo de vergüenza, pues la única explicación a tal omisión sería que se ha dejado de indagar en las bases que han nutrido la fe cristiana. Por un lado, se reconoce a Dios como creador, pero por el otro, se da por sentada la creación, lo cual, constituye un absurdo. Se vuelve necesaria una visión integradora de la relación de Dios con su creación, pues de ella deriva la clave para descifrar la responsabilidad de la comunidad cristiana.
Es un gran error cuando a Dios se le reduce a una deidad puramente eclesiástica y al evangelio se le limita a la salvación de almas desnudas. Al volver a las Escrituras se desvela el propósito divino de la creación y la responsabilidad de su pueblo como guardián de una naturaleza que debe ser fuente de plenitud y no de dolor y muerte. Desde los orígenes, Dios entregó al humano el mandato de cuidar la tierra y administrarla. Ese mandato no ha tenido contraorden. Sigue siendo responsabilidad de todos aquellos que se dicen creyentes. Cuando los constructores, urbanizadores, funcionarios y la población en general comiencen a vivir plenamente su fe en todas sus actividades, las cosas comenzarán a tomar otro rumbo. Una fe que no tiene impacto en el diario vivir es una fe inservible y de eso ya tiene demasiado el mundo. Quienes viven aguas abajo en la ciudad continúan esperando una mirada solidaria que demuestre que aún hay fe entre nosotros.
Pastor General de la Misión Cristiana Elim.