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Las promesas del dictador (I): Más autoritarismo

Entre tanto espectáculo bufo de mal gusto, es interesante referirse al “sermón” del dictador: no al contenido de la exposición, que fue una perorata vulgar y cansina, sino por el hecho que desde hace casi 90 años no acontecía en El Salvador, que un dictador pronunciara un discurso de “inicio de período”.

Por Enrique Anaya
Abogado constitucionalista

JUELA… el 1 de junio de 2024, en el Centro Histórico de San Salvador, se certificó, en un grotesco espectáculo bufo, la inhumación de la frágil democracia constitucional salvadoreña: no fueron suficientes 40 años de luchas, miles de muertes y desaparecidos, cientos de miles de desplazados y la destrucción de la infraestructura, para impedir el retorno a un gobierno dictatorial.

En efecto, este pasado 1 de junio, El Salvador formalizó la finalización de un período democrático iniciado formalmente en 1984, bajo las reglas de la Constitución de 1983, para iniciar -otra vez- un lapso de oscuridad institucional y violación masiva de los derechos humanos: ocupando la expresión de la famosa novela de Vargas Llosa, son tiempos recios para El Salvador.

En el inicio de esa etapa negra en la historia nacional, resulta interesante analizar, desde la perspectiva constitucional -tanto política, como histórica y jurídica- el primer acto formal del dictador, esto es, la puesta en escena, el falseamiento del juramento y, sobre todo, la monserga –“sermón” fastidioso, aburridísimo- que por más de media hora se “echó” el tipo disfrazado de rey africano.

Sobre la puesta en escena toca señalar, entre tantos aspectos, lo hortera del disfraz de rey moro con el cual se presentó el dictador, enviando así el mensaje que él no es presidente de una república, sino el monarca de una finca bajo su dominio; las capas y los fusiles de los soldados de la supuesta guardia del pabellón nacional, que más bien parecían reproducción de la película “El Conde”; y, sobre todo, el deslucido desfile militar de casi dos mil soldados. En resumen, una estética militarista de mal gusto, reflejando que somos un país pobre, muy pobre.

Sobre el falseamiento del juramento constitucional, solo queda decir que, por una parte, otra vez se cambió, a interés, el texto de la promesa constitucional, añadiéndole o quitándole expresiones que no son del gusto del dictador; por otra parte, el impresentable del presidente de la Asamblea Legislativa (AL) insistió en la expresión “presidente constitucional” para referirse al dictador, lo que refleja el pleno conocimiento que ellos saben que desde el 1 de junio ya no tenemos presidente; y, sobre todo, ya sabemos que el dictador abjurará o renegará de sus juramentos, promesas o compromisos. Seamos francos: la palabra del dictadorzuelo salvadoreño no vale ni… una escupida en la cuneta. Todos sabemos que luego dirá lo contrario a lo que había sostenido previamente.

Entre tanto espectáculo bufo de mal gusto, es interesante referirse al “sermón” del dictador: no al contenido de la exposición, que fue una perorata vulgar y cansina, sino por el hecho que desde hace casi 90 años no acontecía en El Salvador, que un dictador pronunciara un discurso de “inicio de período”.

Y es que, si somos objetivos y entendemos los mensajes más allá de las palabras, el “sermón” del dictador se resume en cuatro mensajes: más autoritarismo, más odio, más represión y más corrupción. Así que, amigas y amigos, no digan que no están avisados, pues eso es lo que Bukele ha anunciado que hará mientras logre conservar el poder (que, como he dicho en otras ocasiones, no se reduce a cinco años).

Reflexionemos sobre el primer mensaje de Bukele: AUTORITARISMO.

Además de la puesta en escena militarista, que ya implica el mensaje de “aquí mando yo y todos ustedes, gente pobre, me vale”, en el discurso del dictador se aprecian frases que evidencian el autoritarismo que nos anuncia:

  • La constante referencia a Dios en su discurso (aproximadamente 20 veces), como si el dictador constituyera un profeta que traslada las decisiones divinas (es repetición de lo que dijo en la cuarentena, asegurando que él es un “instrumento de Dios”).
  • La metáfora del “doctor milagro”, pues el dictador se proclama como “sanador del cáncer”, así que ahora ya saben: según ese personaje, todos los enfermos de cáncer deben acudir o hacer peregrinaciones o romerías a Casa Presidencial o a la vivienda del dictador en el distrito de Nuevo Cuscatlán. Y es que resulta que el dictador se ha autodefinido como curandero, santero y yerbero (no explicó de cuál), así que no sé si en su casa pondrá rótulo de “Se hacen fotocopias. Se pegan botones. Se cura el cáncer”.
  • La exigencia que nadie se debe quejar de lo que el gobierno -es decir, él- decida y ordene e, incluso, que no deben escuchar a los críticos de las actuaciones gubernamentales: el dictador exigió, pues, que los salvadoreños seamos simples súbditos o vasallos, no ciudadanos; que no nos atrevamos a cuestionar ni dudar de su inmensa sabiduría.

Además de todo lo reseñado, el dictador envió un mensaje adicional contentivo del autoritarismo más rancio, pues anticipó que de transparencia nada, que no rendirá cuentas, lo que significa, dicho en expresiones prácticas, que seguirá utilizando miles de millones de dólares de fondos públicos como le ronque la gana y que, si se los quiere regalar a alguien lo hará, y que si se quiere quedar con ellos lo hará, y que no vengan los salvadoreños a quejarse ni a pedirle cuentas, pues él solito decidirá lo que es corrupción y quienes son corruptos, excluyéndose él, sus cheros y sus secuaces.

Ese es, en resumen, la primera parte del mensaje del dictador: en las otras colaboraciones de esta semana les comento sobre los temas que “rey africano” nos expuso en su vulgar, falso y aburrido discurso.

Abogado constitucionalista.

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