El Jefe de Al Qaida, Ayman Al-Zawahiri, ha muerto en Afganistán.
Mientras las tensiones internacionales siguen, tanto en Ucrania como en el Mar de China a raíz de la visita que realizó la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, los Estados Unidos acaban de demostrar que también tienen memoria. Otro frente existe y sigue real para Washington: el terrorismo islamista.
La información de la muerte del jefe de Al-Qaida ha sido anunciada por el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, en una alocución oficial. Fue un acto solemne, reafirmó una forma de acción internacionalista de los Estados Unidos: puede intervenir y golpear contra los que atacan su territorio nacional, acto de fuerza asumida en estos tiempos de tensiones e intimidaciones. Este golpe contra Al Qaida contiene, por supuesto, una dimensión simbólica: 21 años después de los atentados de 11 de septiembre, la lucha contra Al Qaida y sus aliados sigue. Así fue en 2020 cuando el número dos de dicha organización terrorista, Abdulah Ahmed Abdullah, fue liquidado en un operativo israelí.
Al-Zawahiri estaba en Kabul cuando fue alcanzado por dos misiles Hellfire R9X, sin ninguna presencia militar en el suelo. Y por cierto, los Estados Unidos se retiraron de forma caótica de Afganistán hace un año, en agosto de 2021. Esta operación revela la capacidad en actuar contra blandos identificados.
Para los Estados Unidos, la presencia de Al Zawahiri en Kabul constituía “una violación” de los acuerdos de Doha, firmados en 2020 con los talibanes, teniendo como condición la de no favorecer acciones relacionadas al terrorismo. Esta operación, 20 años después de los atentados del 11-S, contra el que fue el brazo derecho de Usama Bin Laden, es un acto que debe marcar los espíritus.
Ayman Al-Zawahiri tenía 60 años. Desde entonces, la organización acordó de manera más o menos consentida el apoyo de Al-Qaida a grupos terroristas que estuviesen en el Sahara, con Aqmi, en Siria, con el Estado Islámico, en Somalia con los “shebab”. Todos estos movimientos volvieron fuertes en sus localidades e intentaron expandirse.
Al-Zawahiri era considerado como el “arquitecto” de los atentados de 2001, por lo que era un blanco prioritario para los Estados Unidos. Era un intelectual que definía la estrategia y simbólica tanto del integrismo islamista como de sus acciones operacionales. Lleva la imagen del “ jihad”, la guerra santa, de los tiempos contemporáneos. Fue el que permitió que sobreviviese Al Qaida después de la muerte de Bin Laden.
Caracterizado por una marca sobre su frente, demostrando la práctica intensa de sus oraciones, nació en El Cairo el 19 de Junio de 1951 en un medio social confortable. Su tío había sido el imán de la famosa mezquita y facultad Al Azhar. Decidió seguir el ejemplo de su padre: estudiar medicina y obtuvo un master en cirugía en 1978. En esta época, Egipto estaba por concretizar un acuerdo de paz con Israel.
Los acuerdos de Campo David fueron firmados el 17 de septiembre del mismo año. Anwar el Sadat, el “Raïs”, presidente de Egipto y el primer ministro israelí, Menahem Begin, en presencia del entonces presidente norteamericano, Jimmy Carter, entraron en la historia.
Pero el costo fue elevado: los acuerdos fueron denunciados por los “Hermanos Musulmanes”, que lograron asesinar al presidente de Egipto en octubre de 1981 en una conmemoración militar.
Por su parte, después de la obtención de su diploma, Al Zawahiri empezó en practicar la medicina en Egipto antes de irse a Pakistán, donde quería ayudar a los refugiados de Afganistán, que huían la ocupación soviética. Después de haber sido arrestado al final de 1981 al igual de muchos militantes miembros o simpatizantes de “los Hermanos Musulmanes” y de la muerte de El Sadat, se marchó, tras su liberación, de Egipto hacia Arabia Saudita. Siguió en 1986 en Pakistán, donde encontró a Osama Bin Laden. Será su medico personal durante un tiempo, antes de llevar a cabo con él la construcción ideológica del movimiento islamista. Desde entonces, buscó favorecerlo: en Sudán en los años 1990, planificando atentados, y luego en Afganistán, que se volvió la base real.
Considerado como el cerebro de los atentados de 2001, siguió desde entonces llevando a cabo un papel de ideólogo. Con la muerte de Bin Laden, se transformo en el terrorista más buscado del mundo. “Su cabeza” tenía precio: 25 millones de dólares. Con su muerte, los Estados Unidos quieren hacer olvidar la salida de Kabul desde hace un año, que aparece como un punto de báscula en las relaciones internacionales.
Politólogo, especialista francés en relaciones internacionales, presidente de la Asociación Francia-América Latina (LATFRAN). www.latfran.fr