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El día que el mundo se volvió loco

Locos los fanáticos que atacaron y locos lo que celebraron la muerte y dolor causados por ellos. Esa fue la ocasión en la que el mundo se volvió loco y, por lo que puedo apreciar, aún falta mucho para que regrese a la cordura.

Por Maximiliano Mojica
Abogado, máster en leyes

Empezó como una mañana cualquiera. Era un soleado martes 11 de septiembre. Preparándome para ir a la oficina recibí una frenética llamada de mi madre: “¿¡Ya te enteraste!? ¡Hubo un accidente de un avión en Nueva York, lo están pasando por la tele! ¡Fue en el edificio a donde trabaja tu hermana y nadie la puede localizar!”. Sin despedirme, colgué y fui corriendo al televisor.


¡No lo podía creer! Un avión -después me enteré de que era de American Airlines- se estrellaba derechito contra la Torre Norte del complejo World Trade Center en Nueva York, precisamente donde trabajaba mi hermana en el Hotel Marriot como concierge. Salía un denso humo de la estructura. La televisora repetía la imagen una y otra vez.

Le intenté marcar una y otra vez a mi hermana Beatriz -Maru, para sus amigos-, pero las líneas simplemente estaban saturadas. Diecisiete minutos después, a las 9:03 am, otro avión se estrellaba en la Torre Sur, esta vez era el vuelo 175 de United Airlines… Mis ojos no podían creer lo que veían; estaba de pie, helado y pálido, con las manos en la cabeza. El primero podía haber sido un accidente, pero ¿un segundo avión?… ¿qué estaba pasando?


Más adelante, derivado de las rigurosas investigaciones, todo el mundo se enteró de que cuatro aviones comerciales que viajaban a Los Ángeles y San Francisco habían sido secuestrados por diecinueve terroristas de Al Qaeda, que se habían organizado en cuatro grupos para secuestrar igual número de aviones que tenían diferentes objetivos, pero ese en particular estaba tocando las fibras íntimas de mi ser: su objetivo era el lugar a donde mi hermana trabajaba. Todo se sentía irreal, no era una película de acción, estaba sucediendo ante mis ojos y estaba afectado mi familia.


Hablé a mi oficina para excusarme, no podía irme a trabajar hasta tener noticias de mi hermana. Si eso no fuera suficiente, comenzamos a ver cómo personas que estaban en los pisos superiores empezaban a saltar por las ventas, prefiriendo acabar de esa forma con sus vidas que esperar a morir lentamente consumidas por las llamas. Pero la tragedia todavía depararía otras terribles desventuras.


Las torres tenían de 110 pisos. En su último piso, años antes, había pasado una inolvidable velada con mi madre, mi hermana y su amable esposo, John McGowan, en el impresionante restaurante “Windows of the World”, cuya privilegia vista te hacía sentir que, literalmente, tenías el mundo a tus pies. Pero toda esa grandeza generada por el exitoso capitalismo introducido primero por los colonos holandeses y posteriormente por los pujantes británicos, que convirtieron a Nueva York en el centro financiero del mundo se encontraba ahora en llamas.

Las torres colapsaron sobre sí mismas una hora y cuarenta y dos minutos después de los atentados y murieron en ella -sumados a los pasajeros de los aviones- más de tres mil personas inocentes… y mi hermana continuaba sin aparecer.
A pesar de que El Salvador había sido golpeado por la tragedia -y lo sería aún más en días venideros, dado que tanto Nueva York como el mundo entero, sufriría una recesión económica derivada de la caída de la bolsa y de la incertidumbre que provocaron los ataques-, en el parque frente a Catedral, simpatizantes del FMLN se reunieron a quemar banderas estadounidenses y gritar una desquiciada consigna “¡tenemos más aviones!”… definitivamente el mundo se había vuelto loco y yo lo estaba presenciando.


Dado que aún por la tarde mi hermana seguía sin aparecer, en comité familiar decidimos que iba a comprar un pasaje para ir a Nueva York a buscarla y salir de la duda sobre su estado de salud o definir qué había pasado; pero eso no dejó de ser un intento fallido: todos los aeropuertos cerrados hasta nuevo aviso. El histerismo colectivo es algo difícil de detener y las autoridades simplemente no se iba a arriesgar a más muertes sin sentido, derivadas de unos locos suicidas que, con tal de promover su incomprensible causa, estaba causando muertos, luto, llanto y desesperación a millones de personas.

Finalmente, avanzada la tarde la esperada llamada cayó. MI hermana estaba sana y salva en casa. Por esas rocambolescas casualidades de la vida, que los creyentes llaman milagros, mi hermana se había quedado trabajando hasta tarde el día anterior a los atentados y habían decidido tomarse el día “off” para compensar las horas extra… precisamente el día de los ataques. No obstante, en palabras de mi hermana, perdió muchos buenos amigos y colegas en ese ataque sin sentido.


Locos los fanáticos que atacaron y locos lo que celebraron la muerte y dolor causados por ellos. Esa fue la ocasión en la que el mundo se volvió loco y, por lo que puedo apreciar, aún falta mucho para que regrese a la cordura.

Abogado, Master en leyes/@MaxMojica

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