La pandemia sigue presente pero, afortunadamente y gracias a las campañas de vacunación, actualmente sus efectos son mucho menos severos que cuando estalló la crisis por el covid-19. Sin embargo, los más de dos años bajo una epidemia con dimensiones globales han generado cambios que han revolucionado la vida diaria. En específico, ha sido en el ámbito laboral donde el vuelco ha significado un verdadero terremoto.
Cuando comenzaron los encierros para mitigar la propagación del virus la mayoría de las empresas (salvo en trabajos en los que la presencia física era esencial) se vio obligada a imponer el teletrabajo. De la noche a la mañana, una legión de empleados en las más diversas ramas convirtió sus hogares en oficinas improvisadas. Las reuniones en las salas de conferencia fueron sustituidas por convocatorias virtuales. Muy pronto las personas tuvieron que hacer malabares para separar las jornadas laborales de su tiempo personal. Las cómodas prendas de andar por casa pasaron a ser el nuevo uniforme de oficina, camuflado en los Zoom o Teams con una socorrida chaqueta.
A pesar de que hasta el día de hoy se hacen estudios para discernir si la productividad desde el hogar es mayor o menor que en una oficina, la mayor parte de los trabajadores que pasaron meses haciendo de su salón un despacho asegura que emplearon más horas que en un centro laboral. Lo cierto es que los teléfonos, correos electrónicos y todo tipo de reuniones por medio de dispositivos compitieron con las labores domésticas y el cuidado de los hijos. Puede decirse que fue todo un experimento en lo relativo a la capacidad de multitasking.
Bien, con el paulatino retorno a una existencia lo más parecida a la era pre pandemia muchas empresas han pedido el regreso a los cubículos. Pero las encuestas indican que una gran parte de la fuerza laboral prefiere (si es que tiene la posibilidad de elegir) continuar con el teletrabajo porque lo considera más productivo. Entre otras cosas, ahorrarse el trayecto de ida y vuelta en medio de una inflación y con los precios de la gasolina por las nubes significa un desahogo para el bolsillo. Además, se sienten más dueños de sus propias vidas a la hora de distribuir el tiempo del que disponen.
No sólo el magnate Elon Musk ha lanzado amenazas más o menos veladas a los empleados que se resisten a volver a la rutina de cinco días laborales en una oficina. En estos momentos abundan las empresas que presionan al personal en esta dirección, o están ofreciendo alternativas como el modelo híbrido de combinar teletrabajo con presencia en los centros laborales. En Europa hay países que se plantean impulsar jornadas de cuatro días laborales, pues hay estudios que indican una mayor productividad cuando se acortan los días de trabajo.
La tendencia natural de las compañías y la gerencia es la de tener bajo su atenta mirada a la empleomanía. Y no es menos cierto que muchas personas necesitan y les hace bien el contacto diario con colegas. Por otro lado, a la misma vez que los empresarios han descubierto lo que se pueden ahorrar al reducir los espacios de oficinas, los propios trabajadores han experimentado otro modo de desarrollarse con una mayor independencia. Hubo quienes aprovecharon el teletrabajo para hacerlo desde lugares remotos porque pudieron recurrir a una vida nómada. El despacho convencional se hacía añicos en la enorme dimensión de un mundo cuya gestión es cada vez más digital.
Con un internacional vaivén económico y la estela de una incertidumbre vital que trajo consigo la pandemia, el suelo se ha removido en una sacudida telúrica que ha llegado al mundo empresarial. Por irónico que parezca, en los meses de confinamiento más de uno saboreó una liberadora autonomía. Volver atrás ya no tiene por qué ser la única alternativa. [©FIRMAS PRESS]
Escritora y periodista/Twitter: ginamontaner