Más vale tarde que nunca. Unas semanas después de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarara una alerta global por el brote de la viruela del mono, la administración Biden la ha secundado con el anuncio de una emergencia nacional sanitaria. Una medida que activistas de la comunidad LGTBI y expertos médicos habrían querido se hubiera puesto en práctica antes.
El primer caso oficial de la viruela del mono en Estados Unidos se documentó en mayo. Desde entonces ya hay más de siete mil casos en el país con una concentración mayor en los estados de Washington, Nueva York, California, Illinois, Florida, Georgia y Texas. El grupo de mayor riesgo es el de hombres que tienen relaciones sexuales con hombres. En estos momentos se calcula que 1.6 millones de personas podrían contraer este virus que no es de trasmisión sexual pero sí lo facilita el contacto íntimo.
La buena noticia es que hay una vacuna que previene la viruela del mono. Pero la mala es que Estados Unidos sólo ha recibido dosis para inmunizar a unas 550,000 personas y el segmento más afectado se ha topado con una escasez de vacunas (se requieren dos dosis) a la vez que el virus se multiplica exponencialmente. Aunque se trata de una enfermedad infecciosa que raramente es mortal, las pústulas temporales pueden ser muy dolorosas y los pacientes tienen grandes dificultades para lograr que les receten el medicamento antivírico tecovirimat para paliar los síntomas.
Una vez más, la comunidad gay siente que no se ha actuado lo suficientemente rápido ante una situación que la afecta directamente. Por una parte, las autoridades federales han pecado de reflejos lentos para agilizar la distribución de vacunas y lanzar campañas de prevención. Por otra, hay gobiernos estatales controlados por los republicanos que repiten la batalla política que se desató en el periodo mas álgido de la epidemia del Covid-19, cuando se puso en duda el beneficio de las mascarillas y las campañas masivas de inmunización con la retórica de que Washington no debía inmiscuirse en las libertades de los individuos.
De todos es sabido que mientras se libraba esta guerra demagógica con réditos en las urnas, el coronavirus se cobró millones de vidas que sólo las vacunas y las medidas de mitigación han servido para contener una pandemia que no se ha disipado. Afortunadamente, la viruela del mono no reviste la mortandad del Covid-19 ni se propaga con la misma facilidad. Sin embargo, la población homosexual está sufriendo los estragos de esta enfermedad y teme ser víctima nuevamente de la estigmatización y de la falta de sensibilidad hacia sus necesidades más perentorias.
Es inevitable que surjan las sombras de los tiempos del sida, cuando el síndrome de inmunodeficiencia adquirida o VIH irrumpió a principios de los Años Ochenta y sacudió a las comunidades gay en todo el mundo. En aquel entonces el gobierno de Ronald Reagan ignoró durante mucho tiempo la grave crisis sanitaria que estaba asolando principalmente a dicho colectivo y hasta los medios de comunicación señalaron la enfermedad como una suerte de plaga bíblica que los castigaba. Fueron años de muchas pérdidas y dolor en los cuales los activistas aprendieron la importancia de la movilización, la organización y la presión ante la indiferencia de los políticos. Hoy en día el VIH se trata como una enfermedad crónica pero todavía no hay una vacuna.
Al cabo de cuatro décadas, la comunidad gay vuelve a militar en la acción cívica y de solidaridad para que se les atienda con prontitud ante la emergencia sanitaria por el virus del mono. No tomar en serio y restarles importancia a sus vicisitudes malamente oculta la obstinación de la homofobia. Un mal atávico contra el cual aún no hay vacuna. [©FIRMAS PRESS]
Escritora y periodista/*Twitter: ginamontaner