Hace poco escuchamos decir ante el mundo que El Salvador produce un café increíble.
Durante las últimas dos décadas, nuestra caficultura ha dejado de producir 1,462,896 quintales del grano de oro. Triste realidad que al país le ha costado no solo una gran reducción en divisas sino la gran pena de perder a tanta gente que se ha ido a buscar el sueño americano a pesar del sufrimiento de dejar su país y su familia atrás.
Bueno, eso ya es cosa del pasado. Ahora necesitamos realmente no seguir perdiendo la oportunidad que los mercados de café nos están dando con el incremento de precios y del consumo mundial.
La gente en todo el mundo se ha acostumbrado a tomar café; de seguro tú y yo estamos entre esas personas que no podemos pasar las primeras horas de la mañana sin esa inyección de cafeína.
Nuestro país es netamente agrícola: en todas las áreas rurales hay cañales, milpas, frutales, hortalizas, cereales, pasto para ganado, ganado, granos para alimentos y café. Todo se produce en una tierra fértil que además recibe casi 2,000 milímetro de agua cada año.
En el caso del café los cafetales se ubican ambientalmente en áreas estratégicas en donde se alimentan los mantos acuíferos y se encuentran las tierras volcánicas más fértiles del país. Al mismo tiempo, son lugares privilegiados por un clima fresco, paisajes y tradición, dando oportunidad para que los turistas nacionales y extranjeros los visiten, creando más fuentes de trabajo en ese sector.
Lo último nos debe poner a pensar que apostarle a este rubro es un buen negocio, y que además daría trabajo a mucha gente, asegurándoles ingresos, mejorando su calidad de vida y estabilidad en sus lugares de origen, con un trabajo que puede ser digno y satisfactorio. Si ofrecemos a nuestra gente este tipo de oportunidades, puede que las siguientes generaciones ya no busquen su futuro en otros países y evitemos la fuga de talento salvadoreño.
Como vemos, la apuesta vale la pena, toda vez y cuándo ésta sea para ganar y que económicamente sea un buen negocio para todos, comenzando por el productor y sus trabajadores. Nuestro país ganaría divisas, un mejor medio ambiente y destinos turísticos que ayudarán a evitar que los suelos se conviertan en desierto, aún en las zonas cafetaleras actuales que son prácticamente las únicas receptoras de agua que alimentan los mantos acuíferos del país.
El Salvador cuenta con productores de café de mucha tradición y con capacidades que nos hacen únicos en el mundo de la caficultura. Con esto me refiero a que aquí todavía producimos variedades de café como el Bourbon, Pacamara, Pacas con métodos de siembra que no se usan en otros países. También contamos con una gran capacidad para el beneficiado de café, dándole un proceso de secado que exalta los atributos que los compradores buscan para los cafés de origen que ofrecen en cafeterías de especialidad, y para mejorar sus mezclas.
Es muy justo que nosotros como salvadoreños le demos la posición que se merece a nuestra caficultura y hagamos énfasis en que en El Salvador se produce un café increíble. La mejor manera de hacerlo es consolidando la política agrícola, consumiendo y disfrutando lo que producimos, y aprendiendo más sobre los que está detrás de una taza de café.
Es bueno que se reconozca que el país produce un café increíble pero no nos permitamos perderlo.
Caficultor