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Una capitalina turisteando en la capital

Si verdaderamente quiere darse solución a un problema que hemos tenido desde hace varias generaciones, el gobierno capitalino podría reunirse con los dueños de esa infinidad de inmuebles abandonados y negociar con ellos, (ganar/ganar, no aprovechándose ninguno), adecuar los lugares como sea necesario y ubicar a esos vendedores en esos lugares. (Por supuesto, desechando el modelo del ¿mercado? Cuscatlán, absoluto fracaso en sí, a excepción de quienes realizaron ese jugoso negocio).

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Por María Alicia Avilés de López Andreu
Publicado el 02 de agosto de 2024

 

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Mis abuelos, mis padres y mis hermanos, nacieron todos en Santa Ana. Yo fui la única que nací en San Salvador, donde he vivido por siempre, a excepción de muy cortos períodos en los que viví en otros lugares. Por eso, aunque de raíces santanecas y siendo plenamente bilingüe (hablo salvadoreño y santaneco), soy capitalina.

Por motivos de salud, tengo muchísimos años de vivir recluida, trabajando desde mi casa y saliendo en poquísimas y significativas ocasiones, siempre a los mismos lugares. Por eso, cuando tuve la oportunidad de “bajar” al centro, lo hice con la ilusión que tiene un turista por conocer el lugar donde se encuentra.

Pudimos llegar únicamente hasta la Novena Avenida Sur, a paso de tortuga y con el consabido desorden. Allí, una valla cerraba el paso, Había un rótulo que no pudimos leer, dada la aglomeración de vehículos que, formando 3 filas, debían cruzar todos, obligatoriamente, hacia la izquierda. Ni soñar con acercarnos al Centro Histórico: lo requerido era salir del atolladero vivos y sin daños.

Logramos cruzar, tomando para el regreso la Calle Arce. Y, ¡sorpresa!, allí se han trasladado todas las ventas desalojadas de otros lugares, con los mismos problemas, el mismo hacinamiento, la misma suciedad y todas las causales por las que fueron eliminadas de donde se asentaban anteriormente.

También transitamos por la Primera Calle Poniente, encontrando en San Salvador una capital que, de lo único que puede ufanarse, es de la propaganda multimillonaria que se le hace por todos los medios, mostrándola bella y limpia, porque la realidad es totalmente diferente.

En mi recorrido vi, por toda la ciudad paredes pintarrajeadas con grafitis que, lejos de representar algo artístico, asustan, transmiten violencia, miedo, desconfianza. Y, lo más triste: infinidad de casas y edificios abandonados, (hasta ahora pienso que debí haberlos contado), unos en pésimo estado, que deberían ser demolidos, y otros que se ven durables, aun en medio de su deterioro por falta de uso.

Por otro lado, las ventas ambulantes siguen. Y aclaro que no estoy en su contra por lo que afean la ciudad (que lo hacen) sino porque no es la vida que uno quisiera para sus seres queridos. Parte el alma ver la situación en que, a diario, hay miles de mujeres, con sus hijos menores a cuestas, que se ganan unos centavos para su manutención, a la intemperie, expuestas a mil peligros y, lo peor de todo, sin oportunidad para una educación que les ayude a salir adelante en la vida.

Opino, entonces, que si verdaderamente quiere darse solución a un problema que hemos tenido desde hace varias generaciones, el gobierno capitalino podría reunirse con los dueños de esa infinidad de inmuebles abandonados y negociar con ellos, (ganar/ganar, no aprovechándose ninguno), adecuar los lugares como sea necesario y ubicar a esos vendedores en esos lugares. (Por supuesto, desechando el modelo del ¿mercado? Cuscatlán, absoluto fracaso en sí, a excepción de quienes realizaron ese jugoso negocio).

Y, mientras todo eso se realiza, lanzar una campaña (para eso el mandante se pinta) motivando a la población a NO comprar en las calles, sino únicamente en los lugares establecidos para ello.

Se piensa, gasta y actúa pensando prioritariamente en el turismo. No sé qué pensarán los extranjeros. ¡Pero esta capitalina regresó horrorizada y deprimida de su paseo por la capital!

Empresaria.

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