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Grandes desafíos

Antiguas creencias se han ido descartando como que la tenencia de un cromosoma Y extra (XYY) hacía proclive a las personas a conducta violenta. Ahora se sabe que no. El aumento de testosterona ha sido evidenciado en algunos estudios, pero no explica toda la historia.

Por José María Sifontes
Médico siquiatra

Una de las principales limitaciones en la práctica psiquiátrica es que no se cuenta con marcadores biológicos que aseguren o sellen un diagnóstico. En otras áreas de la Medicina existen diferentes marcadores que orientan cada vez con mayor exactitud el diagnóstico y el tratamiento.

Una infección, por ejemplo, se puede identificar en base en cultivos o por otros métodos indirectos. Un tumor puede ser visto en una radiografía o, mejor aún, en una tomografía o una resonancia; y también se puede hacer una biopsia para definir con gran exactitud su naturaleza histológica.

 Hay marcadores biológicos incluso para detectar la enfermedad en sus fases tempranas y comenzar el tratamiento oportunamente, por ejemplo, los cambios premalignos en alguna región antes de que se convierta en cáncer. En Psiquiatría no se cuenta con estos recursos; no existe una prueba biológica que confirme un diagnóstico de depresión.

Tampoco existen cambios estructurales en el cerebro de las personas con trastorno bipolar que se puedan detectar en una resonancia magnética, ni pruebas de sangre que indiquen que un niño tiene autismo o déficit de atención. Como las enfermedades psiquiátricas tienen sus bases a nivel molecular y se expresan en conductas, los diagnósticos son eminentemente clínicos. Y para ello se utilizan manuales diagnósticos como el DSM-5 de la Asociación Americana de Psiquiatría o el ICD-10 de la Organización Mundial de la Salud. Ellos incluyen listas de síntomas, tiempo de aparecimiento de éstos y número mínimo necesario para hacer el diagnóstico. Con el avance de las neurociencias se espera que en el futuro se descubran marcadores biológicos precisos para las enfermedades mentales.

Otro problema es que a la Psiquiatría se le ha adjudicado el estudio de condiciones que no han sido tradicionalmente descritas como enfermedades, sino como desviaciones conductuales que pueden ser dañinas o peligrosas. Una de ellas es la conducta criminal.

Dicha conducta, que ha sido estudiada también por sociólogos, psicólogos, antropólogos y por supuesto por criminólogos, es muy compleja pero su estudio es muy importante. Desde hace mucho tiempo un objetivo de los estudios de la conducta criminal es la detección de factores de riesgo que permita predecir conductas violentas o delictivas en las personas. Se ha buscado por todos lados: factores sociales, psicológicos, y también marcadores biológicos.

 Los hallazgos, más que respuestas claras, han producido más interrogantes. Por ejemplo, se ha detectado que la mayor parte de crímenes violentos son hechos por un número pequeño de individuos, lo que necesariamente obliga a concentrarse en esta población.

Otro hallazgo es que la mayoría de adolescentes se involucra en conductas antisociales pero que sólo una pequeña fracción de éstos mantiene estas conductas a los 21 años, es decir con la madurez. Factores como el abuso de sustancias, familias disfuncionales o incompletas, maltrato infantil, pobre rendimiento académico, y la observación de conductas antisociales en otros, son importantes. Resta definir si estos factores son causales o simplemente se correlacionan.

Antiguas creencias se han ido descartando como que la tenencia de un cromosoma Y extra (XYY) hacía proclive a las personas a conducta violenta. Ahora se sabe que no. El aumento de testosterona ha sido evidenciado en algunos estudios, pero no explica toda la historia. Actualmente se está estudiando el efecto de la serotonina (o su disminución) en la conducta criminal. El efecto de algunos fármacos es asimismo objeto de estudio, aunque plantee discusiones éticas. El problema es complicado pero la ciencia es perseverante y jamás desfallece.

Médico Psiquiatra.

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Opinión Salud Mental

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