Cada vez se publican más estadísticas y estudios respecto a lo que, sin temor a exagerar, podría llamarse una pandemia silenciosa. En concreto, me refiero al consistente aumento de hechos que tienen que ver con la salud mental de los adolescentes -al menos en el mundo Occidental-, tales como las tasas de suicidio, ansiedad, trastornos alimentarios, depresión, etc.
Un conjunto de fenómenos que está captando la atención de los especialistas, desde que Jonathan Haidt y Greg Lukianoff publicaron en 2018 “The Coddling of American Mind: How Good Intentions and Bad Ideas Are Setting Up a Generation for Failure”; que fue traducido como “La transformación de la mente moderna. Cómo las buenas intenciones y las malas ideas están condenando a una generación al fracaso”… un título en español que no le hace favor al original en inglés, pero así están las cosas.
Pues bien, “La mimada mente americana”, como me gusta llamarlo, parte de la constatación del aumento de consultas, por parte de alumnosuniversitarios de primero y segundo año, en los gabinetes de psicólogos en las universidades norteamericanas, constatado por los dos autores y reflejado por la pura y dura estadística.
Así, una vez establecido el problema, se dedican a lo largo del libro a analizar qué tipo de educación han recibido las últimas generaciones tanto en la familia, como en la escuela y en el ambiente cultural en que crecieron; encontrando algunos factores comunes como la exposición temprana a las pantallas, la tendencia de los padres de familia a evitarles el esfuerzo y el dolor, el maniqueísmo moral de la sociedad en la que crecieron… etc.
Una crisis de salud mental en adolescentes profundizada y extendida en los últimos años, que ha llevado a los estudiosos a ver con lupa cuáles podrían ser sus causas, y atajar el problema de raíz.
Sin embargo, en una epidemia de salud mental de esa envergadura, como habría de esperar, no hay consenso entre los autores respecto a sus causas. Aunque, sí que lo hay, en que se trata de un fenómenomulticausal y complejo.
Uno de los principales puntos que no logra el acuerdo está relacionado con la omnipresentetecnología en general, y con la tecnología de comunicación virtual en particular. Para unos (que alguien ha llamado los “alarmistas”) la ola de problemas psicológicos tiene buena parte de su causa en el uso de las pantallas; mientras que para otros (en este caso llamados “escépticos”) el uso de la tecnología de comunicación, tal como se utiliza actualmente por los jóvenes, vendría a ser un síntoma, más que una causa, del aumento de consultas psicológicas.
Expuesto de manera más sintética, el mundo de la psicología se está preguntando ¿los adolescentes que pasan más tiempo en redes e Internet tienen una peor salud mental que los que no, o precisamente por tener una peor salud mental pasan más tiempo en redes?
Como sea, causa o síntoma, las redes están siempre presentes en el mundo de los niños y adolescentes. Es lo que Haidt trata en su última publicación “The Anxious Generation” subtitulada “cómo la enorme conectividad a la que está sometida la niñez está causando una epidemia de enfermedades mentales”.
Las tesis del libro han sido “contestadas” por algunos autores, quienes piensan que el nexo entre la ola de enfermedades mentales adolescentes y el uso de la tecnología de comunicaciones virtuales, es más bien relacional y no causal. Y agregan al cóctel de causas la exposición que las jóvenes generaciones han tenido al acceso a las armas, la violencia, la trivialización de la sexualidad, la crisis de opioides, e incluso el aislamiento social a que el covid forzó a todos en su momento.
Como sea… la discusión no está en si hay o no una pandemia silenciosa, sino acerca de sus causas y, por lo mismo, del modo como se puede evitar o, al menos, paliar.
Ingeniero/@carlosmayorare