De acuerdo con estimaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), para el año 2030 las enfermedades mentales estarán dentro de las tres principales causas de morbilidad en el mundo. Morbilidad significa padecimiento, y está relacionada tanto con la cantidad de personas que tienen una enfermedad como con el sufrimiento que la enfermedad produce. Las enfermedades mentales son generalmente crónicas, producen un alto nivel de sufrimiento, tanto en la persona enferma como en sus familias, y son causas comunes de incapacidad y discapacidad. La carga (en el sentido científico de la palabra) que representan en los sistemas de salud es grande, pues son trastornos difíciles de tratar y consumen una fuerte cantidad de recursos.
Entre los trastornos mentales que van aumentando su frecuencia y que se dispararán en un futuro cercano se encuentran los trastornos depresivos, los trastornos de ansiedad y las adicciones. Su relevancia en salud pública radica en que afectan significativamente a las personas que las padecen y provocan una especie de onda expansiva, afectando en alto grado a las personas con las que se relacionan cotidianamente. Existen otras enfermedades que son menos frecuentes pero que son relevantes debido al deterioro que producen, tanto individual como socialmente, y que necesitan supervisión constante de parte de los familiares. Las esquizofrenias, los trastornos bipolares y los trastornos cognitivos, con la Enfermedad de Alzheimer a la cabeza, son ejemplos de estas.
Ante esta preocupante perspectiva la pregunta que necesariamente surge es qué se puede hacer para disminuir el impacto potencial. Como en muchas enfermedades la respuesta apropiada consiste en dos elementos primordiales: la detección temprana y el tratamiento oportuno. Se sabe que una enfermedad que se detecta y trata en sus fases tempranas tiene mayores probabilidades de curarse o de prevenir sus formas más graves. Las enfermedades mentales no son una excepción. En éstas la principal dificultad consiste en que para la mayoría no existen marcadores biológicos que posibiliten un diagnóstico rápido y confiable. En otro tipo de enfermedades, ya sea diabetes o COVID-19, existen pruebas de laboratorio que aseguran el diagnóstico. Para las enfermedades mentales estas pruebas o son muy escasas o simplemente no hay. Un diagnóstico preciso tiene mucho que ver con la capacidad clínica del profesional. De allí la importancia de la adecuada preparación de los profesionales que tratan pacientes con enfermedades mentales. Es esencial que los profesionales, además de tener una actitud apropiada, ser empáticos y sensibles, tengan una preparación científica óptima.
En las últimas décadas ha habido un avance significativo en las neurociencias, lo que ha permitido un mayor conocimiento de la fisiopatología de los trastornos mentales y ha permitido el desarrollo de tratamientos eficaces. El término “eficacia” es relativo, y va desde la posibilidad de curar completamente una enfermedad como el aliviar los síntomas, desacelerar la progresión a cuadros severos o permitir una mejor calidad de vida.
En el tratamiento de las enfermedades mentales siempre es importante tener en cuenta a los familiares, especialmente a los que están a cargo del cuidado. Ellos también necesitan tratamiento pues el cuido de los pacientes impone un importante desgaste físico y emocional.
El futuro y la forma de abordarlo implica un gran desafío. En ninguna otra área de la salud publica queda más apropiado el eslogan que se usó hace muchos años en los Estados Unidos en una campaña para la depresión que decía Defínelo y véncelo.
Médico Psiquiatra.