En la lucha contra la obesidad y las enfermedades relacionadas, como la diabetes tipo 2, se ha señalado al azúcar como el principal culpable, o al menos el que está de moda. Sin embargo, este enfoque simplista puede desviar la atención de las complejidades reales de estos problemas de salud. Es crucial entender que, aunque el consumo excesivo de azúcar es potencialmente dañino, el verdadero desafío radica en la regulación de los niveles de glucosa en sangre y en la compleja relación entre el cerebro y el gusto por lo dulce.
Para comprender mejor la relación entre el consumo de azúcar y la obesidad, es fundamental desglosar los componentes de la sacarosa, el azúcar común. La sacarosa se descompone en dos moléculas: glucosa y fructosa. La glucosa es un monosacárido que circula en la sangre y es una fuente primaria de energía para el cuerpo. Es esta glucosa la que se mide cuando se hablan de niveles elevados en sangre, no la sacarosa en sí misma.
Los altos niveles de glucosa en sangre pueden llevar a condiciones como la resistencia a la insulina, una característica común en la diabetes tipo 2. Sin embargo, culpar exclusivamente al azúcar añadido en los alimentos es un error. Otros carbohidratos, como los almidones presentes en el pan, pasta y patatas, también se descomponen en glucosa durante la digestión y pueden contribuir a este problema si se consumen en exceso. Y veo difícil que le digamos a los franceses, a los italianos, a los argentinos, que dejen de comer pan o pasta; o a los belgas, que ya no coman patatas.
Por otro lado, aunque las frutas son una fuente saludable de nutrientes esenciales como fibra, vitaminas y minerales, es importante consumirlas con moderación debido a su contenido de fructosa. La fructosa, aunque se absorbe y metaboliza de manera diferente a la glucosa, puede convertirse en una fuente de azúcares que contribuyen al almacenamiento de grasa y a la elevación de los niveles de glicemia si se consume en exceso. La fibra presente en las frutas ayuda a regular la absorción de azúcar y proporciona beneficios digestivos, pero esto no elimina completamente el impacto que un consumo elevado de frutas puede tener en el metabolismo de azúcares. Lo cual me recuerda a un paciente adolescente, de casi un metro noventa de estatura pero casi trescientas libras de peso. No comía nada con azúcar, pero cada refrigerio era con al menos una sandía completa.
La subjetividad en la demonización del azúcar ha llevado a recomendaciones que a menudo simplifican en exceso el problema. No todos los azúcares son iguales, y no todos los alimentos que contienen azúcar tienen el mismo impacto en el metabolismo. Así como tampoco las diferentes porciones que comamos de un mismo alimento y su frecuencia, harán el mismo efecto en nuestros cuerpos.
Además, la reducción de azúcar en los productos alimenticios procesados no aborda completamente el problema. Este enfoque también ignora la importancia de una dieta balanceada y del consumo consciente. Lo cual tampoco resulta fácil, dado que comer más frutas y verduras implica, para muchos hogares, un costo difícil de afrontar. Aquí y en la mayor parte de países.
El gusto por lo dulce no es simplemente un hábito, sino una respuesta biológica arraigada en los circuitos de recompensa del cerebro. Consumir alimentos dulces libera dopamina, un neurotransmisor que genera una sensación de placer, que además , se relaciona con mecanismos que tienen como función generar memoria declarativa (relacionada con recuerdos que podemos verbalizar). Este mecanismo tiene raíces evolutivas, ya que los alimentos dulces son una fuente rápida de energía, esencial en tiempos de escasez.
Ignorar esta conexión puede hacer que las políticas de salud pública que buscan reducir el consumo de azúcar sean ineficaces o incluso contraproducentes. En lugar de simplemente reducir el azúcar en los productos, es necesario abordar la educación alimentaria, promover hábitos alimentarios saludables desde una edad temprana y ofrecer alternativas saludables que satisfagan el deseo innato por lo dulce sin comprometer la salud, pasando por proteger la agricultura de los países para garantizar la seguridad alimentaria.
Para enfrentar de manera efectiva la obesidad y la diabetes, es necesario adoptar una visión más integral. No se trata solo de disminuir el consumo de azúcar, sino de entender y manejar los niveles de glucosa en sangre de manera holística. Esto incluye educar a las personas sobre la importancia de una dieta equilibrada, rica en nutrientes y fomentar la actividad física regular y la atención a la salud mental, ya que el estrés y las emociones pueden influir en los hábitos alimentarios.
Es fundamental que los médicos y los profesionales de la salud proporcionen consejos basados en evidencia y no en simplificaciones que pueden confundir más que ayudar. No importa que supuesta autoridad sanitaria lo sostenga, al fin y al cabo, como dijo Carl Sagan: “En ciencia no hay autoridades, a los sumo expertos”. Y muchos que hablan no lo son.
Las campañas de salud pública deben centrarse en la educación y en proporcionar herramientas prácticas para que las personas puedan tomar decisiones informadas sobre su alimentación y estilo de vida.
¡Dejemos el reduccionismo!