No sé si le habrá llegado por las redes sociales la siguiente nota. Se trata de una historia clínica redactada por un médico en la sección de emergencia de un gran hospital.
Dice: “acude porque el reloj inteligente suele marcarle una FC (frecuencia cardíaca) entre 60 y 72 lpm, y ahora le marca 00 y lo ha reiniciado dos veces y sigue marcando 00 / se encuentra bien y no presenta clínica. / No disnea. AC:RsCsRs a 88pm (auscultación cardiopulmonar: murmullo vesicular conservado y simétrico, sin ruidos patológicos sobreañadidos, a 88 pulsaciones por minuto) ID: no se observa patología / Funcionamiento incorrecto del reloj inteligente / PLAN: se aconseja valorar los síntomas antes de acudir al sistema sanitario. Se aconseja reparar reloj inteligente…
Al recibirlo, mandárselo a algunos amigos médicos, y reírme un rato, me quedé pensando si era o no verdad, o se trataba nada más de un chistorete de esos que circulan profusamente en las redes. Sin embargo, cuando veo a mi alrededor a personas cultas y estudiadas diciendo que su reloj les marca 30% de energía restante y tienen que posponer una cita, o a otros platicando de su calidad de sueño, contando los pasos que han dado en el día y esforzándose por alcanzar la meta que les marca el chisme electrónico… veo que todo esto de las “wellness apps” o aplicaciones saludables, no es ni broma ni pasajero.
Las más populares, de acuerdo con el número de descargas, son las que mejoran el sueño, seguidas por las que prometen ayudar a meditar o a perder peso. Y es que para algunas personas saber cómo han dormido va desde algo muy importante, hasta la categoría de obsesión. De hecho, hay en las redes declaraciones de personas que dicen haberse sellado la boca con cinta adhesiva, simplemente para mejorar sus estadísticas de sueño; y a más de alguno lo he visto corriendo así en las calles. Una locura.
Y es que, precisamente por la búsqueda de la objetividad en la medición de los parámetros de salud, hay quienes pierden la dimensión de lo que es sano, y terminan por estar “gobernados” por el reloj, el teléfono, o donde hayan descargado la aplicación de marras.
Más de lo mismo pasa con las aplicaciones de fitness. Inagotable fuente de dopamina para quienes logran sus metas, y de desesperación para los que no están a la altura de las exigencias electrónicas con las que se han comprometido.
Lo que no deja de ser problemático, pues, como escribe un experto: “la obsesión por los datos de salud y forma física, mezclada con la necesidad de cumplir metas, puede agudizar desórdenes alimentarios o de comportamiento”, y lograr exactamente lo contrario de lo que se pretendía al someterse a la dictadura de las aplicaciones y los relojes/teléfonos inteligentes.
Siendo sensatos ¿qué pasa si en lugar de dar diez mil pasos un día, sólo das seis mil? En realidad, físicamente, pasa muy poco. Pero mentalmente… depende de cada persona, pues hay quienes necesitan la confirmación de las estadísticas para sentirse bien y otros que, sencillamente, les vienen sobrando.
Por supuesto que esas aplicaciones de wellness y de fitness pueden ayudar a muchas personas a mejorar no solo su salud, sino también sus relaciones sociales y su calidad de vida, a conseguir hábitos más saludables a través de la información que proporcionan y las recomendaciones de alimentación, ejercicio, descanso, etc., que suministran.
El problema, cuando lo hay, no viene ni de las aplicaciones ni de sus creadores, sino, como siempre, de usuarios perfeccionistas, charlatanes sanitarios, crédulos consumidores de estadísticas, etc. Pues, a fin de cuentas, la salud y el bienestar no es reducible simplísimamente a parámetros matemáticos y mediciones exactas, aunque éstos pueden ayudar siempre que no sustituyan ni la competencia de los profesionales de la salud, ni el sentido común de toda la vida.
Ingeniero/@carlosmayorare