Salman Rushdie, el escritor que publicó en 1988 su famoso libro, “Los versos satánicos” ha sido víctima de un atentado que por poco le costó la vida. Una “fatwa”, es decir, un decreto religioso, fue pronunciado contra él en febrero de 1989 por el ayatola Khomeiny, el “guía” de la revolución islámica en Irán de 1979. Llama los musulmanes a matar el escritor. Acusado de “conspiración contra el Islam”, de “apostasía”, Salman Rushdie se ha convertido, bien a pesar de él, en símbolo, entre otros, de la libertad de expresión.
Treinta y tres años después de la promulgación de la “fatwa”, Hadi Matar, de 24 años de edad, chiíta de origen libanés viviendo en los Estados Unidos, apuñaló a Rushdie. Admirador de los Guardianes de la Revolución Islámica iraní, se declaró, después del acto, “no culpable” de la tentativa de asesinato por la cual está detenido. Obviamente, considera la “fatwa” por encima de cualquier sistema judicial civil. Considera haber cumplido con su deber de musulmán, revelando una vez más cuán fuerte se ha vuelto la polarización y, aún más, cuando toca a lo religioso. Ilustra una evolución precipitada desde estos últimos decenios. Al Qaida tanto como el Estado Islámico , Boko Haram, Al Qaida en el Magreb, constituyen una parte de la nebuloso integrista que se inscriben en esta lógica.
Por cierto, el atentado contra Salman Rushdie pone un enfoque sobre la violencia que prevalece en una parte de las relaciones internacionales y el surgimiento de un integrismo que invadió el espacio público, privado y cumpliendo con una postura de expansión, alimentando las tensiones y varios conflictos. La revolución iraní al final de los años 1970, llegando a la caída del Sha Mohamed Reza Palhavi, Emperador de Irán, abrió un tiempo nuevo en las relaciones internacionales. La llegada al poder del ayatola Khomeiny impulsó la polarización con “el Occidente” a dimensión variable según los intereses del momento. Afganistán lo demostró desde los años 1980. Los eventos internacionales desde entonces inscribieron en la realidad contemporánea esta brecha que se ha convertido por años en fuente de guerras.
Con la caída del sistema Este-Oeste a principios de los años 1990, las fracturas se aceleraron: la Guerra del Golfo en 1991, el poder ejercido por los talibanes, los atentados de 2001, la Guerra en Iraq, la difusión de la propaganda integrista tanto en África como en Asia, los atentados emblemáticos en Madrid, París, Berlín, Nueva York, Washington, Londres y Bruselas, tanto como en Mumbai, Bali, en Nairobi, Ougadougou, Nigeria, entre otros tantos eventos que demuestran la violencia del combate que se está librando.
Como cualquier conflicto de guerrilla, se trata de ganar en influencia en territorios. Pero la vision global toca a los espíritus: la victoria es someter por el miedo, si no puede ser por convicción, al enemigo. Impactar a los espíritus, atacando blancos físicos o simbólicos.
El ataque contra Salman Rushdie se inscribe en esta lógica. Recordemos una vez más la actualidad de la amenaza. Sin embargo, atentados tan simbólicos han ocurrido : ¿cómo olvidar el ataque contra la redacción del periódico humorista francés “Charlie Hebdo” en enero de 2015 en París?
¿Cómo ocultar los ataques que sufrieron países árabes y africanos, manteniendo una presión política y psicológica de movimientos islamistas agresivos convencidos de la legitimidad de su acción? La amenaza está siempre presente y pudo golpear ahora a la periferia de Nueva York, como fue el caso de Hati Matar el 12 de agosto pasado.
De 24 años de edad, Hadi Matar aparece como un devoto admirador de los Guardianes de la Revolucion Iraní tanto como de los radicales chiítas en general, del Hezbollah libanés en particular. Según informaciones sobre la investigación en curso, contrató un permiso de manejar con un falso apellido, Hassan Mughniyah. Este apellido no es cualquiera : se refiere a uno de los más altos comandantes del Hezbollah, eliminado en 2008 por Israel con el apoyo de los Estados Unidos. Nació y creció en los Estados Unidos y, por lo tanto, promueve ideas que son lo contrario de lo que vivió en los Estados Unidos. Su acto no parece haber sido organizado en coordinación con un Estado extranjero. En el contexto internacional actual, pone los reflectores sobre una parte del mundo musulmán y países como Irán, que hoy en día aparece sobre la cuerda floja internacional. No quiere llamar la atención mientras el tema de la proliferación nuclear y de su capacidad en acceder a este tipo de tecnología con objetivos militares, está en el centro de la crisis internacional.
El mundo se está acostumbrando a una violencia cuyos fundamentos consisten en atacar a los símbolos de nuestra identidad. Es tan fuerte a tal punto que podemos nosotros mismos poner en tela de juicio los propios fundamentos de nuestra identidad. En esta realidad, como siempre frente al absolutismo, el mundo de las ideas, de la literatura, el periodismo está puesta a la vanguardia de la amenaza o de la resistencia. ¿Cuántos escritores, periodistas están en peligro por haber expresado ideas e historias a través de unas novelas y reportajes?
Salman Rushdie es uno de los símbolos más claros de esta guerra. Olvidamos que pendía sobre él una fatwa desde hace más de 30 años. Y el olvido es el peligro más grande. Constituye la frontera que no debemos cruzar. Tarde o temprano, llegará la cuestión en saber si queremos que nuestro modelo sea puesto en jaque. ¿Tendremos el valor en tomar nuestras responsabilidades? Más que nunca, el atentado contra Salman Rushdie nos obliga en enfrentar una realidad difícil y aportarle unas respuestas que nos ponen frente a nuestra visión del mundo y de la historia.
Politólogo, especialista francés en relaciones internacionales, presidente de la Asociación Francia-América Latina (LATFRAN). www.latfran.fr