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Un gánster en el Kremlin

Desde su posición como dirigente supremo de una poderosa banda mafiosa, rendirle pleitesía (como en el pasado lo hizo Donald Trump mientras ocupaba la Casa Blanca) es besarle el anillo como si se tratara del mismísimo Michael Corleone, pero sin la banda sonora de El Padrino.

Por Gina Montaner
Periodista

Cuando usted lea este artículo casi con toda seguridad Vladimir Putin ha sido reelecto en Rusia. Un mes antes de que se celebraran los comicios, que en esta ocasión se prolongarían durante tres días (del 15 al 17 de marzo), Alexei Navalny, el principal opositor a Putin, advertía desde una cárcel de máxima seguridad sobre el fraude electoral que se produciría con el fin de garantizar que el líder ruso continuara en el poder que ostenta desde hace más de dos décadas. Uno de los motivos por los que la votación no se realizaría en una sola jornada era, según han denunciado los activistas de la oposición, para dificultar la supervisión de los observadores internacionales.

Desde una celda en un penal situado en el círculo polar ártico, Navalny alertó a la población de todas las artimañas de las que se valdría el líder ruso para salir vencedor con el fin de gobernar hasta al menos 2030. Unos días después, el célebre disidente moría en el Gulag y su viuda, Yulia Navalnaya, desde el exterior denunciaba que su esposo había sido asesinado por órdenes dictadas desde el Kremlin. Para Putin era necesario silenciar de una vez a su más formidable crítico y la única figura política del país que, incluso desde el presidio, le hacía sombra y podía eventualmente arrancarle el poder. En el día de su entierro en Moscú muchos activistas, jóvenes y desafectos de la deriva autocrática del actual gobernante, se atrevieron a acercarse al acto fúnebre para celebrar la vida del hombre en el que habían cifrado las esperanzas de un cambio que ahora parece inalcanzable con su pérdida.

Pero el legado de Navalny no se desvanece con su desaparición. Yulia Navalnaya y los colaboradores de la ONG Fundación Anticorrupción continúan la labor de denuncia, aun a riesgo de pagar con su propia vida, pues la policía política del Kremlin persigue con saña a los opositores dentro y fuera de Rusia. Hace tan solo unos días el ex asistente de Navalny, Leonid Volkov, era atacado a martillazos en el exterior de su domicilio en Vilnius, Lituania. Ya no se limitan a emplear agentes químicos para envenenar a los desafectos. Sin disimulo alguno, los sicarios de Putin recurren a métodos rudimentarios en un modus operandi propio de una organización mafiosa.

Antes de unas elecciones a todas luces fraudulentas para lucimiento y entronización de Putin frente a tres aspirantes de guiñol, Yulia Navalnaya publicaba en el Washington Post un artículo de opinión titulado Putin isn´t a politician, he is a gangster (Putin no es un político, es un gánster) en el que advierte a Occidente que no baje la guardia ni se deje engañar con un personaje al que hay que “desenmascarar” en todo momento. No tiene sentido, argumenta, tratar como un jefe de Estado a quien sencillamente opera como el cabecilla de una organización criminal con ansias expansionistas y sin el menor interés en el bienestar del pueblo ruso. En su afán por controlar la región (la invasión a Ucrania ya ha cumplido dos años), los recursos económicos los emplea en sostener al ejército y mantener una red de policía secreta con tentáculos internacionales. Desde su posición como dirigente supremo de una poderosa banda mafiosa, rendirle pleitesía (como en el pasado lo hizo Donald Trump mientras ocupaba la Casa Blanca) es besarle el anillo como si se tratara del mismísimo Michael Corleone, pero sin la banda sonora de El Padrino.

Unos días antes de las elecciones presidenciales, Putin le declaraba a un medio oficialista que Rusia está “preparada” para una guerra nuclear con armas “más modernas”. “Estamos listos”, aseveró, en un claro mensaje a Europa y Estados Unidos por la alianza a favor de Ucrania. Enrocado en el poder otros seis años, el objetivo del gobernante ruso es subyugar del todo a los ucranianos, y no pierde de vista a otros países bálticos que temen lo peor con su permanencia en el poder. Yulia Navalnaya le pide a la comunidad internacional que no ceje en el repudio a este régimen autócrata e imperialista y que se amplíen las sanciones contra el gobierno ruso. A las mafias hay que cercarlas hasta acabar con su estructura criminal. Putin es la cabeza de una serpiente cuyo veneno mata. [©FIRMAS PRESS]

*Twitter: ginamontaner

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