Finos escalofríos recorrían su piel. Percibía como su corazón latía con mayor rapidez y una fuerza que golpeaba su delgada pared torácica.
“Le he escrito esta mañana,… ¿Ha recibido mi carta?...Espero que mañana me conceda una entrevista…Tengo que revelarle los secretos más importantes para el bienestar de la República…”
Recordaba su segunda misiva al destinatario, que había ocupado su cerebro desde hacía semanas, de la cual no había obtenido respuesta.
Hospedada en el Hotel de la Providence en París, ese 11 de julio de 1793 esperaba con ansia una respuesta que no llegaba. Eran ya dos noches que pagaba en el alojamiento con sus pocos ahorros que ya escaseaban. Se hincó a la par de la cama, entrelazando sus manos para rezar, pidiendo consejos al Creador, tal como había aprendido desde sus 13 años, cuando había sido ingresada en el Monasterio de Caen, a raíz del fallecimiento de su madre.
El mensaje llegó a esta joven de 25 años, originaria de Caen, de naturaleza tímida, insociable y religiosa, gran lectora de los clásicos, inclinada a la búsqueda de conocimientos intelectuales, lectora de Montesquieu y Rousseau, convencida de los conceptos de la Ilustración y que cada uno tenía que colaborar en la creación de un mundo mejor para todos.
La tarde caía cuando salió del hotel para tomar un coche, del cual descendió frente a la residencia del destinatario de sus cartas, en un suburbio ya oscurecido, debido en parte a la hora, pero también a sus elevadas viviendas y la estrechez de sus pasajes. Una celosa sirvienta se negaba a dejarla atravesar el umbral pero, Charlotte la apartó, buscando rápidamente las escaleras, mientras se escuchaban los gritos de la sirvienta. La joven no contaba con que se encontraría con el ama de llaves quien se interpuso en su acceso al apartamento donde habitaba el objetivo, dado que no la conocía. La discusión en altas voces entre las mujeres no se hizo esperar.
Jean Paul Marat escuchó la querella. Recordó las dos cartas que había recibido deduciendo que la visitante era la autora. A gritos, ordenó a Albertine, el ama, que le permitiera entrar. Albertine se quedó escuchando tras la puerta.
Marat se encontraba sentado dentro de su bañera. Cubría parte de su cuerpo con un trapo sucio, mugriento de tinta. Atravesado sobre la bañera, había un tablero de madera, sobre la cual, el oriundo de Boudry (localidad del principado de Neuchatel) escribía con ansiedad una carta para la Convención Nacional. Redactaba pidiendo juicio y destierro para los últimos Borbones que quedaban en esa tierra pintada de sangre gracias a la guillotina.
Charlotte, tratando de no mirarlo directamente, dominando los temblores de su delgado cuerpo, respondía a las preguntas de su objetivo. Este le demandó nombres de los diputados escondidos en Caen. Ella se los dijo. El los transcribió en un papel para luego decir con agrado y energía "¡en menos de ocho días irán todos a la guillotina!".
En ese momento, la joven tomó valor, sacando un cuchillo de su pecho, lo clavó en el lado izquierdo del tórax de Marat, hundiéndolo hasta el mango. Rápidamente lo extrajo, soltándolo, cayendo este sobre el piso. El destinatario murió en cuestión de minutos.
Junto con Maximiliane Robespierre, George Jacques Danton, Jean Paul Marat era de los grandes tribunos de la Revolución Francesa, aunque Marat (1743-93) representaba al sector más sangriento.
Al igual que Robespierre, al inicio de su vida política promulgaba el empoderamiento de las clases populares, la igualdad y el desaparecimiento de la monarquía como forma de gobierno, oponiéndose a una monarquía constitucional.En uno de sus discursos había remarcado la necesidad de guillotinar a 270 mil humanos.
Farsante desde su juventud, se hacía pasar por médico en Francia, siendo que con los años logró un título que lo acreditaba, gracias a un escrito sobre la gonorrea (1775). Posteriormente, logra una plaza de médico para servir al conde de Artois, hermano de Luis XVI, logrando ingresos al convertirse en galeno de la clase pudiente. Se dedica a estudiar la óptica y la electricidad, publicando varios ensayos, que no gozaban de innovación por lo que no alcanzaron reconocimiento académico.
Ya cerca de la Revolución Francesa, decide dedicarse a la política, creando su propio periódico en septiembre de 1789 (“El Amigo del Pueblo”) donde él era el único redactor. Reprobaba al Cuerpo Municipal, a la Asamblea Constituyente, a los ministros y la corte del Chatelet. Esto lo condujo a ser encarcelado por 2 meses. Megalómano, criticaba a Voltaire e Isaac Newton y luego al Marqués de Lafayette.
En 1792 fue electo diputado de la Asamblea Constituyente, pero sorpresa, durante el juicio de Luis XVI se manifestó a favor de su decapitación, a pesar que se declaraba en contra de la pena capital, pero que había una excepción en casos de traición a la patria. Fue parte del Reino del Terror que costó la vida entre 20 y 40 mil almas.
Marat sufría permanentemente de picazón en la piel, lo que lo obligaba a rascarse con profusión, dejándole marcas y una piel enrojecida. Este era el motivo de sus diarios baños. Los documentos cubiertos con su sangre (rescatados por su hermana) al momento de su fallecimiento, fueron analizados hace unos años demostrando que padecía de dermatitis seborreica infectada por Malassezia restrica, un hongo oportunista, que se supone captó mientras se escondía en las cloacas de París en una época en que tuvo que esconderse de sus enemigos políticos.
Convencida que tenía que acabar con la barbarie y genocidio que se desarrollaba en París, Charlotte Corday actuó sola en su determinación, harta de tanta maldad, como lo expresó en un documento que se le encontró:
“¿Hasta cuándo, oh malditos franceses, os deleitaréis en los problemas y las divisiones? Ya bastante y durante mucho tiempo los facciosos y bribones han puesto su propia ambición en el lugar del interés general: ¿por qué, víctimas de su furor, os habéis destruido a vosotros mismos, para establecer el deseo de su tiranía sobre las ruinas de Francia?
Ahí se los dejo. ¡Hasta la próxima!
Médica, Nutrióloga y Abogada mirellawollants2014@gmail.com