Al fin he conocido en persona a Abraham Jiménez Enoa. Ha sido en una librería, en el madrileño barrio de Lavapiés, donde tuve la oportunidad de ver y escuchar al joven periodista cubano con motivo de la presentación de su nuevo libro, La isla oculta (Libros del K.O.), un compendio de 16 crónicas que plasman la lucha por sobrevivir en Cuba.
Antes de que se instalara en Barcelona, en varias ocasiones lo contacté cuando aún vivía en la isla para concertar entrevistas que se hacían en directo. Lo habitual era una mala conexión que, me temo, a veces era producto de las interferencias del propio aparato de seguridad del gobierno castrista. En aquel entonces Jiménez Enoa, que había despuntado como un sobresaliente periodista independiente que colaboraba desde la isla con el Washington Post y otras publicaciones internacionales, ya vivía cercado por el aparato represivo. Sus crónicas sobre el activismo cívico democrático como el Movimiento San Isidro (Luis Manuel Otero Alcántara y Maykel Osorbo cumplen presidio político) y la precaria situación de un pueblo empobrecido resultaban incómodas a un régimen, que si bien ha fracasado en la gestión de crear bienestar, ha empleado todo su esfuerzo en construir una imagen que exporta una falsa revolución de justicia social frente a la supuesta agresión del imperialismo “yanqui”.
Pero a Jiménez Enoa, que aún no ha cumplido los 35 años, así como otros activistas, no se le puede acusar de ser un “burgués” que pretende resucitar el gobierno déspota de Batista que antecedió a una revolución que devino en totalitarismo comunista. Podría decirse que su generación representa a los nietos de quienes instauraron el castrismo y se empeñaron en crear a un “hombre nuevo”. Lo irónico es que estos treintañeros que se ven obligados a salir del país no habían conocido otra cosa que el experimento fallido de los barbudos que hace más de más de seis décadas bajaron de la Sierra Maestra para imponer el terror y la miseria.
Jiménez Enoa, como tantos otros cubanos que nacieron bajo el signo maldito que imprimieron los comandantes, habría preferido permanecer en la tierra donde nació, se formó, forjó amistades y encontró el amor. Por muy maltrecha que está Cuba –es como un enfermo condenado a muerte– este periodista soñaba con formar parte del cambio que inevitablemente los jóvenes generan en todas las sociedades. Gracias a Internet y las redes sociales, sus escritos sobre un pueblo que cada día “resuelve” a pesar de la ineptitud de quienes lo han secuestrado contribuían a dar a conocer la verdad que el régimen ya no puede ocultar. El periodismo independiente en la isla y la resistencia cívica que a lo largo de los años han tomado el relevo tras las sucesivas oleadas de represión, completan el rompecabezas que, si fuera por la dictadura que ahora encabeza Miguel Díaz-Canel, sería una pieza incompleta para consumo de los pocos cómplices con los que hoy cuentan y turistas atraídos por la estética de la “pobreza”.
Era cuestión de tiempo antes de que alguien tan incómodo como Jiménez Enoa, incisivo cronista de las históricas manifestaciones del 11 de julio de 2021, terminara acorralado por la policía política. En el espacio libre de una librería en Lavapiés y en compañía de un público entregado, el autor de La isla oculta habló de la persecución, amenazas e interrogatorios de los que fue víctima hasta llegar a sentir una paranoia que, lejos de ser infundada, obedecía a un terror real. En medio de aquel asedio, comprendió que se había quedado solo. Sus amigos, colegas y vecinos se habían marchado. Una isla en fuga desde hace más de 63 años. Para él también había llegado el momento de irse. Finalmente las autoridades le permitían salir al extranjero. Ha sido siempre el mecanismo del régimen para desembarazarse de las voces disidentes que desenmascaran su patética pantomima.
Cuando hoy en día Jiménez Enoa se levanta en las mañanas toma las decisiones de un ser autónomo que diseña su propio destino. Por lo pronto, ha publicado un libro con personajes de carne y hueso que tal vez siguen atrapados en Cuba. De sus páginas, dice, se desprenden las heridas que para él ha supuesto contar estas historias. El epílogo es la suya propia: la del destierro pero sin renunciar a que un día regresará. Aunque no es optimista (coincido con él en que deben morir Raúl y el puñado de ancianos comandantes que aún vive para que se produzca un cambio), tiene el compromiso de continuar diseminando la realidad de Cuba aunque sea desde lejos.
Poco después de llegar a España, en una entrevista Abraham Jiménez Enoa dijo que para él salir de Cuba había sido “como volver a nacer” porque en la isla el sentimiento es de que a uno “le han robado la vida”. Hacen bien él y todos los jóvenes que consiguen recuperar el pulso de sus vidas. En Lavapiés nos habló un hombre libre. Que no es poco. [©FIRMAS PRESS]
*Twitter: ginamontaner