En el principio de todas las cosas «Dios el Señor tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara» (Génesis 2:15). El hombre fue colocado en el planeta no para permanecer en la inactividad, sino para cumplir el propósito de cultivar y cuidar la Tierra. Cultivar se refería a la tarea de desarrollar la agricultura. Las plantas desarrollan su pleno potencial por medio del cultivo humano, de otra manera, degenerarían y crecerían silvestres. Pero el mandato divino no fue solo el de cultivar la Tierra, sino también el de cuidarla. Es una responsabilidad humana la preservación de la naturaleza de todo aquello que atente contra su integridad sistémica. Cultivar y cuidar son dos verbos que se equilibran mutuamente: el cuidar es el límite del cultivar.
Existe una relación entre Dios, los seres humanos y el mundo natural. En esa relación, la creación es un don que debe usarse bajo los criterios de cuidado y preservación. El creyente no solo debe cuidar el medio ambiente porque de ello depende su salud y vida, sino también porque es su responsabilidad cristiana como mayordomo de la Creación. Se trata de una responsabilidad moral que debe oponerse a la avaricia que, en el fondo de todo, es el motor del uso irresponsable y depredador de los ecosistemas. La naturaleza es un don para el beneficio común de la humanidad y no solo para un pequeño grupo de codiciosos, sobre todo cuando esa avaricia supone graves pérdidas para comunidades y pueblos.
Los estragos que la codicia provoca en el medio ambiente y la biodiversidad tardan con frecuencia generaciones para ser revertidos, por tanto, es necesario que los cristianos enfaticen el principio de la justicia intergeneracional para asegurar que las futuras generaciones puedan disfrutar de entornos habitables. Las acciones inmediatistas y miopes son inhumanas y anticristianas, pues arrebatan a los futuros pobladores los recursos naturales que necesitarán para vivir.
La contemplación humilde de la Creación puede llevar a un sentido más profundo de reverencia y gratitud al creador. Pero la depredación extractivista niega a la niñez la oportunidad de que esas condiciones naturales puedan ser el medio para experimentar a Dios. Esta limitación es impuesta en particular a la niñez empobrecida, ya que los pobres son siempre los más afectados por la degradación ambiental. La relación entre cuidado de la creación y justicia social es ineludible.
El mandato de cultivar y cuidar la Tierra es la vocación divina para que los seres humanos desarrollen la cultura y ejerzan una administración sabia del mundo desde una perspectiva de justicia y solidaridad humana. De no hacerlo de esa manera, se estaría atentando no solo contra la dignidad de la persona humana sino también contra la de Dios.
La tarea de desarrollar la civilización y el uso de los recursos de la tierra se debe lograr a través de la creatividad y el trabajo y, estos, como formas de colaborar con Dios en el desarrollo de la humanidad. No como elementos egoístas y destructores para malograr las condiciones de vida de los más vulnerables. En el mandamiento de «multiplicarse y llenar la tierra», se encuentra implícita la responsabilidad de perpetuar la vida humana y construir comunidades regidas por los valores de justicia, solidaridad, amor y paz.
La idea de cultivar la Tierra y de aprovechar sus recursos no debe entenderse como explotación, sino como una administración responsable y amorosa que actúa a semejanza del cuidado de Dios por su creación. El cultivar debe procurar la armonía entre los seres humanos y el resto de la naturaleza.
El evangelio, como mensaje de reconciliación, anuncia la paz con Dios, con la naturaleza y con las otras personas. No es posible argumentar que en aras de extraer las riquezas de la naturaleza se pueda despojar, sacrificar y expulsar comunidades enteras. No es cristiano anteponer la ganancia sobre la integridad de una sola persona pobre. De otra manera, se caería en la categoría de persona despreciable, acerca de la cual habló Jesús cuando afirmó: «Estafan descaradamente a las viudas para apoderarse de sus propiedades y luego pretenden ser piadosos haciendo largas oraciones en público. Estos recibirán mayor condenación» (Lucas 20:47).