Las misiones de Semana Santa me regalaron, además de la deliciosa experiencia que misionar significa, un nuevo buen amigo. Hace un par de semanas él me envió un interesante video que muestra a un sacerdote hablando sobre el Sacramento de la confesión. Para los entusiastas curiosos, les dejo el vínculo (https://www.youtube.com/watch?v=YiVjwlUO9Sc). Cuenta en el video este padre que, yendo en un autobús con varias personas mayores, éstas lo bombardean a preguntas sobre su trabajo como sacerdote. Al llegar a la confesión una de ellas dice: “Eso debe ser horrible, estar escuchando todo el día los pecados de la gente lo debe poner muy triste”. A lo que el sacerdote responde que no, por el contrario, que la confesión es una de las tareas que le produce más alegría, humildad e inspiración para continuar en su trabajo”. El video está elaborado con todo profesionalismo. Seguramente no es el primero que hace el sacerdote para las redes sociales pues se comporta como un crack ante la cámara; más bien, creo que su congregación le permitirá que se arriesgue a ser un influencer, con miles de seguidores. ¿Será otro aggiornamento de la Iglesia Católica?
El sacerdote explica lo que, para él, es la confesión, a la que señala como un lugar de victoria. Lo primero que veo, dice, es la enorme misericordia de Dios en acción: veo entrar gentes que durante su vida entera han estado desanimadas, heridas o perdidas y al salir de la confesión van animadas, curadas, encontradas. Veo personas que están luchando. “No me importa que sea la tercera confesión de esta semana, lo que veo es alguien que no se está rindiendo. Alguien que está dispuesto a luchar y a no darse por vencido a pesar de todos los obstáculos. Veo gente peleando contra el mal, que no se da por vencida”. Otra más le pregunta “¿Recuerda lo que las gentes le dicen en la confesión?” Francamente no, responde. “Los pecados con como la basura de los seres humanos” dice y pregunta “¿cuándo fue la última vez que vio usted a un basurero hurgando en la basura?” (Una pregunta evidentemente dirigida a países del primer mundo pues nosotros, en este tercero, sí que vemos con frecuencia a personas hurgando los desechos sólidos y no sólo a quienes tienen por trabajo recogerla. Estos regularmente lo hacen, como puede usted inferir por las grandes bolsas que van colgadas atrás de los camiones del tren de aseo. La tercera cosa que veo es mi propio corazón, mi propia alma, dice para concluir. No saben cuántas veces me siento tan humilde cuando alguien reconoce en su propia vida algo que yo no había reconocido en la mía, pero que, efectivamente, debo aceptar que está allí. Y es impresionante hacer ese examen de conciencia y aceptar mis falencias y áreas de mejora.
Guardando todas las distancias, creo que varias de las cosas que han quedado dichas las podrán decir también mis colegas clínicos. Los sacerdotes llevan la gran ventaja que, cuando confiesan, lo hacen como intermediarios entre Dios y el pecador. Pero muchos de los comentarios que han dejado los visitantes de ese video (¿videovidentes?) son, al pie de la letra, frases que he escuchado muchas veces en el trabajo de la clínica. “Le voy a decir algo que nunca lo he dicho a nadie más”, “Nunca creí que alguna vez diría esto que le he dicho” he escuchado también. Y así como el sacerdote comentaba que veía salir con esperanza a quienes habían vivido sin ella o con la sensación de haberse encontrado a quienes se sentían perdidos, así también mis colegas seguramente tendrán variadas experiencias. Yo puedo recordar vívidamente a una persona que llegó a mi consulta y que se la veía corporalmente agobiada. A las semanas se la veía caminar mucho más erguida y con una mirada más placentera ante la vida. Cuando se lo hice notar en una de las sesiones su respuesta fue: “pues no sé cómo hace usted para no agobiarse con todo lo que le he contado, pero tiene razón, tengo un buen tiempo de sentirme mucho más ligera, más alegre y en paz conmigo misma”.
El énfasis que se ha venido dando en los distintos medios de comunicación social al tema de la salud y equilibrio mentales de la población salvadoreña lo he visto reflejado también en mi clínica. Artículos en revistas especializadas y en medios de comunicación social serios a nivel mundial lo están tratando también. La pandemia ha dejado, lo he escrito antes ya, secuelas graves para la salud mental de nuestra población. Esta semana nomás, alguien me preguntó que si no me cansaba de trabajar sólo oyendo problemas. Al contrario, respondí, no sabe la ilusión que me hace saber que pondré mis mejores esfuerzos en ayudar a que esa persona enfrente mejor sus problemas, viva más tranquila y feliz sin tener que tomar tranquilizantes o antidepresivos, si no los necesita.
A cuidarnos mucho, por favor, vienen tiempos que nos requerirán enteros y con fuerzas para vivirlos.