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Problemas religiosos…

“La religión mal entendida es una fiebre que puede terminar en delirio” (Voltaire)

Por Óscar Picardo Joao

La etimología del concepto religión nos remite al latín relegere, cuyo significado es recoger o agrupar; pero también hay otras acepciones latinas: religio, que quiere decir escrúpulo o religare, que significa reunir. En términos generales, religión se asocia con dos elementos fundamentales de la condición humana: por un lado, la necesidad de una relación con lo trascendente, y por otro lado, un factor catalizador de las organizaciones o grupos de personas.

La historia de las religiones nos remite a fenómenos ancestrales de carácter mágico y mítico, pero, sobre todo, a una interpretación de los misterios de la humanidad. Por ejemplo, la mitología griega era una respuesta cultural a las preocupaciones humanas: Deméter explicaba los problemas de la agricultura, Poseidón representaba el mar, Hermes simbolizaba el comercio, Ares los conflictos y la guerra, Apolo la belleza, Atenea la sabiduría, Artemisa la caza, Afrodita el amor, Zeus los misterios del cosmos, Hera los asuntos familiares, Hades el más allá, etcétera. Frente a estas explicaciones míticas, surgieron los filósofos presocráticos, quienes, observando y asombrándose, buscaron explicaciones más racionales utilizando el Arjé o principios de las cosas bajo un modelo «cosmocéntrico». Más adelante, Sócrates, Platón y Aristóteles avanzaron magistralmente en la racionalidad occidental. Posteriormente, con Agustín de Hipona, Anselmo de Canterbury y Tomás de Aquino, se regresó a la cosmovisión cristiana centrada en el «teocentrismo», hasta llegar a la Ilustración, donde se recuperó el «antropocentrismo».

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La religión siempre ha estado presente. Más allá de las etiquetas culturales -cristianismo, islamismo, judaísmo o budismo-, existe una forma de conocimiento llamada fe -en griego pistis-, que tiene que ver con la necesidad de confianza; es decir, creer en algo para sentirse protegido ante lo malo, lo adverso, la incertidumbre, la enfermedad, la muerte o la vulnerabilidad.

Tener fe implica romper con la racionalidad aristotélica y cartesiana; supone creer en lo sobrenatural o en aquello que no vemos, pero que actúa o funciona en la vida como un principio de acción y poder. «La fe mueve montañas», dice el adagio popular; no se necesitan pruebas, demostraciones o evidencias. Hay algo trascendente que impulsa a los seres humanos basado en una creencia superior.

Por otra parte, la fe como forma de conocimiento y relación implica asumir sacrificios, mortificación, ayunos y otras situaciones indeseables por un compromiso o creencia vicaria. La gente cree que esta flagelación mental o física -como una medicina amarga- es agradable ante las deidades diversas y, a la vez, es una manera de corregir o compensar los malos comportamientos o conductas, comúnmente llamados pecados.

«Fe, religión y mal» van de la mano. En efecto, existe cierta maldad en los entornos humanos, y a lo largo de la historia hemos evadido nuestra responsabilidad buscando seres malignos trascendentes a quienes culpar del mal. Los teólogos se han esforzado por exculpar a Dios, responsable de la creación, como el causante del mal. Así, la religión necesita del mal para existir, el ser humano necesita la religión para redimirse, y Dios se presenta como mediador entre el mal, la religión y la humanidad.

La gente necesita creer. Hoy, en un contexto más efímero y líquido (Zygmunt Bauman), muchos se aferran religiosamente a influencers, deportistas, actores, músicos y, sobre todo, a políticos.

El hilo conductor de la relación entre grupos de personas y políticos es emocional y se construye con imágenes, frases o símbolos que fortalecen el vínculo entre el grupo y el «iluminado», generando una atmósfera de paz y tranquilidad.

La relación entre religión y política ha estado documentada en las teorías de Claude Levi Strauss, Mircea Elíade o Émilie Durkheim; a nivel local, los aportes de David López también plantean ideas sobre lo sagrado y la política profana. Al final las hierofanías religiosas y políticas o los mitos y significados, tienen algo en común en la toma de conciencia, cuando lo sagrado o lo político se manifiesta o revela a la gente como algo fascinante, misterioso o soluciones casi mágicas o sobrenaturales.

Por ejemplo, en un contexto de violencia pandilleril arraigado durante décadas, el presidente, mediante el Plan Control Territorial, devolvió la paz y la tranquilidad a la población. Así, se forjó una relación casi mesiánica entre los ciudadanos y el presidente. A pesar de las violaciones de derechos humanos y la ausencia del debido proceso, prevaleció el estado de excepción y, al final, los resultados impactaron significativamente la vida de las personas.

Esta sólida relación se evidencia en diversos estudios de opinión realizados entre 2019 y 2024, donde los resultados muestran una tendencia sostenida con una calificación de 8 puntos y fracción; ni más ni menos. Es una relación blindada, resistente a cualquier investigación periodística sobre corrupción.

Dos fenómenos han fortalecido la relación «religiosa» entre el presidente y la población: 1) La «satisfacción vicariante», es decir, resolver las frustraciones con una propuesta distinta, antagónica y concreta; y 2) Un «fenómeno de culto», orquestado con una maquinaria de propaganda impresionante.

La relación religiosa también tiene un componente patriarcal o paternalista de cuidado -como un padre que cuida a su hijo-, basada en un poder primario, liderazgo político, autoridad moral, privilegio social y control total. Con lo religioso se compra una protección superior ante el mal o lo adverso.

En este caso particular, el presidente se presenta como quien tiene todas las soluciones para todos los misterios y preocupaciones de la población. La gente le cree y descarta a los opositores y periodistas. Con cada intento de mostrar su autoritarismo, el rechazo crece y la pérdida de confianza se amplía.

En las últimas semanas, ni el caso de la trágica muerte del asesor de seguridad, ni el escándalo de la cooperativa, ni el helicóptero de lujo, ni la adquisición de fincas de café han afectado en lo más mínimo la reputación política del presidente. Su calificación reciente sigue siendo de 8.43. Todos estos temas se circunscriben a un pequeño porcentaje de críticos y opositores que no supera el 15%.

En última instancia, la relación religiosa nace y se desarrolla siguiendo un patrón o guion: 1) Angustia, miedo, fracaso, preocupación, incertidumbre; 2) Aparece un mediador, enviado o salvador; 3) Se presentan evidencias y una narrativa de solución; 4) Congregación en torno al fenómeno; 5) Difusión del mensaje; 6) Institucionalización o formalización mediante acciones, documentos -o políticas-; y 7) Instalación de una religión, culto o liturgia.

Esto ha sucedido durante siglos y seguirá ocurriendo. El ser humano necesita una conexión trascendente y aún existen demasiadas interrogantes en torno al mal y a los misterios que rodean la ignorancia de las personas. Parafraseando a Marx, la política como la religión, siguen siendo el elemento opiáceo que calma momentáneamente el dolor o los males de los pueblos…

Disclaimer: somos responsables de lo que escribimos, no de lo que el lector puede interpretar. A través de este material no apoyamos pandillas, criminales, políticos, grupos terroristas, yihadistas, partidos políticos, sectas ni equipos de fútbol… Las ideas vertidas en este material son de carácter académico o periodístico y no forman parte de un movimiento opositor. Nos disculpamos por las posibles e involuntarias erratas cometidas, sean estas relacionadas con lo educativo, lo científico o lo editorial.  

Investigador Educativo/opicardo@uoc.edu

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Opinión Religiones

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