¿Pero en qué cambia la muerte de esta señora el mundo?” preguntaba alguien en las redes sociales. La foto mostraba a un muchacho joven, quizás de 21 años, a quien voy a bautizar Juan.
Pues, Juan, obviamente la muerte de Isabel II no para la luna, el sol, las estrellas, ni la guerra en Ucrania. Los niños siguen naciendo, los novios casándose y los viejos muriendo. No cambia El Salvador en nada porque nunca hemos dicho “queremos ser como los británicos”, ni somos parte del Commonwealth. Pero cambia el mundo porque se cerró un ciclo en la historia. Y el mundo está hecho de historia.
Por ejemplo, Juan, no sé si tú sabías que la Reina era la Jefa de Estado que más tiempo había estado en funciones: 70 años. Dejame contarte, Juan, que desde 1215 (sí, desde hace ochocientos siete años, cuatro veces el tiempo de independencia de El Salvador) existe la Carta Magna en Inglaterra, lo que la convierte en la monarquía constitucional más antigua del mundo (aunque en Europa la monarquía constitucional es bastante común). La Carta Magna obliga al Rey o la Reina a someterse a las leyes de la nación. Tienen voz, pero no voto. E Isabel II dio cátedra de lo que era ser Reina. Durante su reinado el Imperio Británico se volvió Commonwealth (una serie de territorios asociados con gobierno independiente), sufrió cambios radicales en su cultura, su economía y la sociedad en sí. Hubo recesiones económicas tremendas. Inglaterra entró y salió de la Unión Europea. Sin embargo, en un mundo donde pocas monedas se respaldan en oro, la libra esterlina aún lo hace. Hubo conflictos internos y, mientras ocurría todo esto, a pesar que quién tomaba las decisiones era el Parlamento, la Reina sólo escuchó y cumplió con su deber de servir a la nación, desempeñando las funciones que en ese momento debía cumplir. Eso se llama ser estadista.
Pero más allá de eso, Isabel II fue un ejemplo de lo que era estar allí con su pueblo. Sus padres, Jorge VI y la Reina María, rehusaron irse a Canadá con sus hijas en la Segunda Guerra Mundial. Era obvio, uno le daba la cara al pueblo y estaba con el pueblo. Muchas veces, a esta mujer que se convirtió en Reina a los 26 años le tocó escoger entre su vida privada, sus gustos, sus opiniones o dar la cara y servir a su pueblo, y siempre escogió dar la cara y servir al pueblo. Tanto así que a pesar de muchísimos escándalos familiares y conflictos políticos y sociales pudo mantener su popularidad durante 70 años. ¿Por qué? Porque cómo buena Reina respetaba las reglas. Y digo buena reina porque ella escogió serlo. Inglaterra ha tenido sus reyes conflictivos, como Carlos I, que no murió muy pacíficamente.
Setenta años hacen a cualquiera una autoridad en casi todo. Setenta años convirtieron a la tímida joven mentoreada por Churchill en la política consumada que unió fuerzas con Margaret Thatcher. Setenta años de respeto a sus funciones dieron estabilidad a Inglaterra. Y, sobre todo, el don especial de callar y servir hizo que se convirtiera en la figura que representaba a Inglaterra. Hasta cierto punto era Inglaterra. Nosotros, con nuestra amplia variedad de conflictos latinoamericanos (con excepción de Chile y Uruguay) tan dramáticos y novelescos, no podemos entender lo que la monarquía inglesa es para el ciudadano británico: una institución. Despertarse sin la Reina viva es despertarse a otro mundo. Un mundo conocido que sigue (con Carlos III), pero que a la vez es un mundo extraño porque la Reina ya no existe.
Como te digo, Juan, para nosotros, en nuestro micromundo en que nos empeñamos en vivir nos es difícil comprender la magnificencia de la historia. Hemos sido testigos —yo más que tú— del reinado de quizás la mejor reina que Inglaterra haya tenido. Ha habido tres grandes reinas inglesas, todas llegaron jóvenes al trono, todas reinaron largo tiempo: Isabel I, Victoria e Isabel II. Todas tuvieron que lidiar con cambios radicales en su país, con situaciones incómodas, con hombres que menospreciaban su condición de mujeres. Pero son justamente estas tres mujeres las que marcaron sus épocas. Y eso también es importante. En un mundo de hombres, son las mujeres las que han sobresalido, las que han tendido puentes, las que se han convertido en el corazón mismo de su nación.
Así que no, Juan, en tu diario vivir, no cambia nada la muerte de esta señora. Pero si te tomás un tiempo para leer la historia mundial, verás que monarcas como Isabel II, que siempre antepusieron su país a sus aspiraciones personales, son grandes. Y del mismo modo, nosotros podemos ser grandes. La historia nos muestra vivos ejemplos de bondad y maldad, de lealtad y deslealtad. Isabel II será recordada como una mujer que hasta casi su último día escogió ser leal a su pueblo.
Educadora.