La brutal, planificada y coordinada alza de homicidios que experimentó recientemente nuestro país sirvió para poner al descubierto no solo la profunda crisis de seguridad y falta de control territorial que vive El Salvador, sino otras subyacentes a ésta, las cuales, por ser menos dramáticas, pasamos por alto en forma cotidiana.
El alza de homicidios dejó en claro el rotundo fracaso del Plan Control Territorial, proyecto insignia de este gobierno, del cual se hacía alarde en la incesante y abrumadora propaganda oficial, repitiendo como un mantra sus resultados bajo el eslogan: “cero homicidios”.
Ahora que experimentamos un alza de asesinatos no vista desde la guerra civil, calificada como “el día más sangriento del siglo”, nos preguntamos ¿cómo es que el Organismo de Inteligencia del Estado no detectó el plan criminal coordinado para generar un alza de asesinatos en una fecha específica en vastas áreas del territorio?
Y en ese orden de ideas, ¿cómo es que la PNC, si conocía a dónde se escoden / refugian / operan los cabecillas e integrantes de las pandillas criminales, no actuó antes para proceder a su detención y evitar ese trágico baño de sangre? ¿Cómo es que pueden detener en 48 horas a 1,700 pandilleros y antes no? ¿Por qué en redes sociales de personajes afines a cuerpos de seguridad, utilizan expresiones como “ahora si nos quitaron las correas”, como queriendo implicar que antes tenían una “correa” que les impedía actuar?
Es claro que los ciudadanos de todo nivel estamos hartos del actuar criminal de las maras, el cual ha ido desarrollándose a ciencia y paciencia de los gobiernos -todos los gobiernos-, incluyendo al presente, por su puesto. Esa hartura ha sido provocada por muertes sin sentido, por el dolor de las desapariciones, los desplazamientos y las migraciones forzadas. Por las rentas que asfixian a las iniciativas empresariales. Por el control territorial que ejercen estos grupos, lo cual provoca que el simple error de equivocarte al buscar una dirección puede costarte la vida.
Pero esa misma hartura nos ha llevado a generar una terrible sed de venganza, una severa crisis moral. He visto con pavor como en redes sociales, ciudadanos aplauden los abusos que están llevando a cabo policías y soldados sobre personas, probablemente integrantes de pandillas, hincados y desarmados, siendo salvajemente vapuleados.
En otros casos, imágenes de personas esposados rodando por el piso; y en otros más, exhibidos heridos de golpes o bala, sin acceso a personal médico. Todo acompañado de calificativos como “ratas” o “basura”, mientras dan “like” a esas horrendas imágenes y videos.
¿En qué nos hemos convertido? ¿En qué momento, como colectivo social, renunciamos a la civilización para sumergirnos en la locura? ¿Acaso creemos que tratar como animales a los delincuentes, no reconocerles derecho alguno, racionarles la comida en las cárceles, son medidas que a mediano o largo plazo solucionarán la profunda crisis social y estructural que desde hace décadas vivimos en el país y que es precisamente el germen mismo del que se alimenta el fenómeno social y criminal de las pandillas?
La respuesta que demos a esa última pregunta nos muestra la otra crisis que atraviesa el pueblo: la intelectual. Parece que hemos renunciado a la facultad de hacer ese ejercicio intelectivo que nos distingue de los mamíferos superiores y nos hace ser lo que somos, seres humanos: pensar.
Hemos renunciado a ejercer juicios críticos, optando por hincarnos a adorar al becerro de oro del poder político, convirtiéndonos alegremente en un becerro más al que gentilmente se le puede pastorear. Nos hemos sumergido en el abismo del análisis simplista de las redes sociales, a donde somos felices que nos gobiernen por medio de Twitter y formen nuestro criterio a fuerza de memes.
¿Leer análisis de profundidad, reportajes periodísticos, editoriales, libros? Esas simples acciones, tan comunes en un pasado reciente, se han convertido ahora en un ejercicio exótico. Ahora lo que es cool es rechazar todo lo que huela a aula universitaria, a academia, a opinión técnica. Nos tragamos con facilidad mentiras y contradicciones, aunque tengan el tamaño de un elefante.
Terribles tiempos en que vivimos. Crisis de seguridad, moral e intelectual. Ahora más que nunca, pensar constituye un acto revolucionario; y ejercer resistencia a nuestros bajos instintos, una virtud que estamos llamados a ejercer.
Abogado/Master en leyes/@MaxMojica