Durante las últimas semanas hemos visto circular fotografías y vídeos de un mar de gente en las afueras del penal de Mariona. Es importante preguntarnos: ¿cuántas de esas personas están pasando hambre debajo de la lluvia por la angustia de tener a un familiar inocente preso? Todas estas injusticias que están viviendo gente inocente van por clases. Personas que viven en colonias altamente estigmatizadas y empobrecidas son las que más han vivido la zozobra que reparte el Régimen de Excepción. Y todo esto, todo este miedo colectivo, es una distribución meramente política del dolor.
Vivimos tiempos en los que se ha vuelto muy difícil para la mayoría de salvadoreños visualizar un horizonte común. El arraigo hacia el pasado, generalizado por el odio que difunde la maquinaria de propaganda gubernamental, ha adormecido a la ciudadanía. Es tanto el afán por seguir luchando contra los fantasmas del pasado que se ignoran las bases que deberían consolidarse para el futuro. Poco a poco, esta dinámica política de corte populista y autoritario nos conducirá a todos hacia un abismo del que no podremos salir durante las siguientes décadas. La pregunta y la alternativa siguen siendo las mismas: ¿se le podrá disputar el poder legislativo para 2024? Sin convergencia será imposible; el tiempo corre.
La política del dolor la están viviendo unos pocos y no la mayoría; aún no es algo generalizado y por esa simple razón es que no todas las personas están reaccionando como deberían. Muchos siguen creyendo que la política no se mete con ellos, cuando en realidad la política se mete con todos. Si como sociedad no somos capaces de entender que es necesario tomarse la política, informarse y ser agudos con la realidad del país, las cosas no cambiarán, sólo empeorarán. Quienes hoy se muestran pasivos y expectantes desde la comodidad de sus privilegios, pronto se verán angustiados cuando ciertos privilegios corran el riesgo de desaparecer frente a los abusos de poder. Si bien la política del dolor distingue de clases, cuando abajo no haya más que socavar, por arriba, en sus distintos niveles, las piezas de dominó empezarán a caer una sobre otra.
La dureza y desesperanza de estos tiempos grises nos nubla el futuro político. Nos domina una ideología individualista en la que cada actor político busca afrontar el presente a su manera. Se le acusa al oficialismo por su forma de gobernar tan cortoplacista pero desde la oposición no logramos cohesionarnos pensando en el largo plazo. Eso puede que cambie, espero que cambie. Los días pasan y la urgencia es más latente. Al final, se integrarán los que logren salir de su metro cuadrado. Pero insisto: el tiempo corre. Sé que es difícil, sacrificado y también frustrante, pero los próximos 20 años de este país dependen de la convergencia de fuerzas e ideas políticas que se planten frente al régimen. Esto no es utópico, sino la última bala.
Quiero también enmarcar que la política del dolor no se contrarresta con que “surja un líder de la oposición”, ese es un mito mal preconcebido. La oposición necesita de varios liderazgos, de diversas formas de entender la política pero que todas convergen en un solo punto de encuentro, acuerpados de apoyos sociales capaces de construir una alternativa de cambio, de poco a poco pero con firmeza, para caudillos mejor apaguemos las luces y larguémonos todos.
Habrá quienes crean y objeten que lo que planteo en esta columna no es lo que quiere la mayoría de salvadoreños, pero si la política del dolor ya es palpable, significa que existen causas que pueden unificarnos para construir un frente común.
Comunicólogo y político