A raíz del desafortunado episodio de la reelección presidencial que hemos vivido desde el 15 de septiembre de este año, se ha oído en muchas intervenciones y programas que “el pueblo quiere la reelección”; la pregunta que nos hacemos, ya que no tenemos un proceso de referéndum, ¿cómo han medido lo que el pueblo quiere?
Los más aventajados señalan que la base de su premisa son las encuestas; y surge una nueva pregunta ¿cuál encuesta?, pues también en nuestro caso el estudio sobre el bitcóin presentaba un rechazo generalizado de la mayoría de los entrevistados, y a nadie se le ha ocurrido retroceder o derogar la Ley que establece el bitcóin como moneda de curso legal.
¿Basta una calificación o nota de 8 o más como evaluación al presidente, para justificar la reelección?; alguien debería explicarnos esto, ya que no está correlacionada una nota medianamente aceptable con la reelección.
En el desafortunado episodio en dónde el arzobispo defendió la reelección, su punto de partida o argumento fue que el pueblo lo pedía ¿cómo llegó a esta conclusión?, seguro es un Mysterium Fidei.
Más allá de lo político, jurídico o constitucional, y desde el punto de vista semántico, la RAE establece lo siguiente: reelegir es volver a elegir (verbo irregular). En casi toda América, además del regular “reelegido”, única forma válida para formar los tiempos compuestos de la conjugación, se usa también el irregular “reelecto” para formar la pasiva perifrástica, así como en función adjetiva: “Martínez fue elegido por primera vez en 1935 y reelecto en 1939 y 1944”.
La reelección, más allá del análisis temporal de los periodos, si es en el anterior, inmediato anterior, etc., se vincula con la facultad de volver a ser elegido, y si eso está permitido o no en función del concepto “alternancia”, definido como el hecho de alternar, o de actuar o presentarse por turno sucesivamente.
Pero no estamos analizando la legalidad y legitimidad de la reelección o el significado de perder los derechos ciudadanos por promoverla (algo que se supone es gravísimo), sino los mecanismos, formas o herramientas para saber lo que el pueblo quiere.
En la encuesta “Humor social y político de los salvadoreños (as): paradigmas y creencias” (septiembre, 2022) del Centro de Estudios Ciudadanos de la Universidad Francisco Gavidia (UFG-CEC) se preguntó -entre el 10 y el 14 de septiembre, un día antes del anuncio del presidente-: ¿está usted de acuerdo o no con la reelección? Los resultados: 59.80 % SI, 23.10 % NO, 15.00 % DEBO PENSARLO, 2.10 % NO CONTESTÓ O NO SABE.
Ahora bien, que alguien nos explique: si 6 de cada 10 dicen que sí, y 3 de cada 10 dicen que no, ¿el pueblo está o no de acuerdo?, ¿es por mayoría simple?, ¿con la mitad más uno basta?, ¿es una encuesta con una muestra representativa de 1,231 personas la herramienta para decidir si el pueblo acepta o no la reelección, siendo esta solo una “fotografía” de lo que piensa la gente en un determinado momento?
Al final, la Constitución de 1983 establece pautas, también está el criterio de la Sala de lo Constitucional y hasta existe la posibilidad de una reforma constitucional; hay varios caminos, pero vivimos una situación perpleja, polarizante y de posverdad.
No me cabe duda que probablemente el pueblo quisiera que no hubiese información reservada; el pueblo no quiere secretos, sino transparencia; el pueblo no quiere “partidas secretas”, ni sobre sueldos, ni que los políticos de turno hagan negocios con el Estado. Tampoco el pueblo quiere treguas y negociaciones oscuras. El pueblo no quiere corrupción y quiere que se cumplan las promesas. El pueblo espera que si alguien toca un centavo del erario público vaya a la cárcel. El pueblo quiere justicia y respeto a los Derechos Humanos. El pueblo quiere seguridad, educación de calidad y salud con calidez. Demasiadas cosas quiere el pueblo…
Y a veces el pueblo en su ignorancia o en su falsa esperanza se equivoca y vota por los corruptos, o piden que liberen a Barrabás y que crucifiquen a Jesús, o celebran que su líder desaparezca o elimine a sus enemigos (otros seres humanos); y otras veces, el pueblo actúa como masa protestando o destruyendo todo. La historia de la humanidad también nos da lecciones de los errores de los pueblos que nadie paga.
José Zafra Castro nos recuerda: ¿es el pueblo una persona capaz de acertar o de equivocarse? En el siglo XIX -y siguiendo la estela del romanticismo alemán-, algunos nombres colectivos como “pueblo” o “nación”, adquirieron el estatus de personas o cuasipersonas dotadas de una voluntad propia. Tales personas resultaron ser, además, omniscientes y, por tanto, infalibles -hablaban siempre ex cathedra, por así decir. Desde esta perspectiva era imposible imaginar siquiera que el pueblo pudiera equivocarse. Lo malo es que en nombre del pueblo o de la nación -más tarde le llegó el turno también a la “raza”-, se asesinó a millones de personas, e igual que antes (y, por desgracia, de nuevo ahora) se hacía o se hace en nombre de “los dioses”.
En los años del conflicto, quienes asesinaron a Mons. Óscar Arnulfo Romero y a otros 22 sacerdotes, religiosas y catequistas (también lo celebraron), estaban respaldados por un alto porcentaje del “pueblo”; un gremio de anticomunistas con financiamiento de grandes empresarios, tenían al país dividido en dos; ¿quiénes tenían la razón?
Finalmente, no olvidemos que los odiados de hoy, esos “mismos de siempre”, llegaron al poder y robaron a manos llenas, gracias al “el pueblo”.
Investigador Educativo/opicardo@asu.edu