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Reelección

La popularidad no será nunca un criterio sano para evaluar los logros gubernamentales, como tampoco lo es para juzgar la perennidad de una moda o una costumbre.

Por Jorge Alejandro Castrillo
Psicólogo

La reelección, tema sensible en la historia de El Salvador, no lo es en otros países en donde sus Constituciones, a las que respetan, lo tienen regulado desde hace mucho y las demás instituciones democráticas funcionan relativamente bien, con la necesaria independencia y contrapesos. Los temores allí no son los nuestros; sus vivencias, tampoco. Las leyes siempre responden a realidades particulares. Por otra parte, la nota diplomática de felicitación –escueta, como son las notas diplomáticas- que envió nuestra Cancillería al recientemente reelecto presidente de Francia, parecía expresar una felicitación especialmente efusiva e intencionada. ¿Lo oiremos como argumento en el futuro próximo?

Se ha comentado el penoso ridículo que hizo el asesor legal de la presidencia tratando de explicar, en televisión, cómo un presidente en funciones podría llegar a ser nuevamente electo sin haber sido candidato mientras ejerce la presidencia. O como podría reelegirse sin ser candidato. Para ser justos, puede que el galimatías no fuera culpa de él sino de la redacción empleada por la no solicitada e inesperada resolución de la actual Sala de lo Constitucional del Órgano Judicial, todavía flamante en esos momentos, para darle vuelta a la otra malhadada resolución que, con dedicatoria y nombre propio, había dado una Sala anterior. Tuertos queriendo desfacer entuertos.

Si bien este es un tema en el que habrá que escuchar con atención y sin pasiones a verdaderos estudiosos del derecho, los que somos legos en estos asuntos entendemos que nuestra constitución vigente no prohíbe la reelección, prohíbe sí la reelección inmediata. Esto parece sensato: da un tiempo para respirar, mejorar y tomar perspectiva al mandatario que quiera reengancharse al tiempo que lo aleja de la peligrosa tentación de atornillarse a la silla lo que, de acuerdo a las historias cercanas y recientes, siempre termina mal. ¿Será que tal disposición lo que buscaba era despersonalizar (o institucionalizar) el ejercicio presidencial? ¿sugiere eso que el pueblo vota por programas e idearios y no por personas? Lo ignoro, lo sabrán los constituyentes. Allí creo que reside la importancia de los partidos y de los programas. No se espera que aquellos o estos sean perfectos, pero sí que funcionen mínimamente. En una democracia no hay de otra.

En nuestra historia, el único mandatario que procedió en contra de esa costumbre legal, “por esta única vez”, fue el ex presidente Hernández Martínez, con las consecuencias que casi todos los salvadoreños conocen. Se lee que durante su presidencia se hicieron cosas muy buenas para el país; sin embargo, debido a la mala imagen que quedó de él para siempre, son pocos los que se atreven a mencionarlas. Todos los gobiernos, todos los presidentes, han hecho, hacen y harán cosas buenas y cosas malas. Que cinco años no son suficientes para instalar cambios no es ya un argumento cierto. En menos años se han desmontado, de manera peligrosa, los avances que se habían conseguido tras años de brega constante. Falta aún mucho por ver qué tan buenos probarán ser esos cambios. Los gobiernos, todos, conocen períodos de alzas en sus preferencias, pero también de bajas. La muchedumbre es presentista, veleidosa y mudable. Por esa razón la popularidad no será nunca un criterio sano para evaluar los logros gubernamentales, como tampoco lo es para juzgar la perennidad de una moda o una costumbre.

Desde luego, una perspectiva es la que se tiene desde la llanura y otra desde los círculos cercanos al poder. Quienes operan a las sombras de esa protección son los menos autorizados a opinar en este tema. Siempre resulta más fácil medrar en la oscuridad que teniendo los reflectores encima. Igual pasa con los errores. Desde la sombra o siendo parte de un cuerpo más grande, los errores son menos advertidos que cuando, nuevamente, la atención está concentrada en alguien. Vea, si no, el desliz garrafal del actual presidente de la Asamblea de quien se decía que era un caballo que tomaba apuestas en la carrera de sucesión. Él es muy dueño de sus pensamientos y reacciones en privado, pero deberá cuidar más sus palabras y su imagen cuando está en ejercicio de su cargo.

Quizás lo que habría que sugerir es que se volviera a dar vida a la anterior cláusula de la reelección para evitar mayores despropósitos. Sobre todo, en estos tiempos en los que, acogidos a la sombra espesa del poder, algunos incrementarán sus intencionadas susurraciones a los oídos presidenciales acerca de la conveniencia de saltarse trabas legales y prolongar su mandato. Ya se escribió antes: es preferible desvelarse hoy buscando delfines que tomen la posta a no dormir mañana tratando de atajar los complots que, la mayor parte de las veces, surgen desde el mismo grupo de cercanos.

Psicólogo/psicastrillo@gmail.com

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Balances Políticos Opinión Reelección

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