Tradicionalmente se ha llamado a la prensa y a los medios de comunicación el cuarto poder, pues -junto con los tres poderes del Estado- vendría a tener gran influencia en los asuntos sociales y políticos del país.
Por ello, no falta quien identifique las redes sociales, como un quinto poder, e, incluso, como un mega poder que se opondría a la “opinión publicada” (por los medios) a través de una “opinión pública” en manos de la gente común y corriente.
Hay algo de razón en esto, debido, principalmente, a la posibilidad de que cualquiera con acceso a internet puede expresar su opinión sin restricciones. Cada uno tiene ahora la posibilidad de convertirse en su propio portavoz, y lanzar lo que le apetezca a un mar de audiencias posibles, dentro y fuera de las fronteras del propio país.
Ahora, un simple teléfono puede servir para emitir audios, postear videos, escribir opiniones, promover campañas, difundir medias verdades y medias mentiras… en definitiva permite al usuario ser “corresponsal” de radio, prensa y televisión y difundir “información” (las comillas son importantes) a los cuatro vientos.
Así, en las redes sociales uno pueda encontrar la última actualización sobre las noticias del día, videos imposibles de conseguir de un avión cayendo en barrena o un asalto a mano armada, personajes públicos opinando independientemente del filtro de los medios privados de comunicación, etc. Al mismo tiempo que uno se puede topar con información simplemente falsa pero verosímil, teorías conspiratorias producidas por mentes calenturientas… y cualquier tipo de idea, por descabellada que sea.
Es verdad que las plataformas tecnológicas han empoderado a los ciudadanos comunes y corrientes y les han dado un altavoz gratuito -y muy poderoso- para lo que tienen que, o quieren, decir. Pero también es cierto que ese hecho conlleva riesgos. El principal se deriva del poder emitir lo que sea, sin la posibilidad que todo medio de comunicación serio utiliza de ofrecer al lector la oportunidad de contrastar. Amén de otros como el irrespeto a las fuentes, el plagio, la difusión de bulos y mentiras, etc.
Como sea… si algo se puede decir de las plataformas informáticas es que son de todo, menos aburridas. Pues, en el tedio o el aburrimiento encuentran su muerte natural. Lo que, bien mirado, también tiene su qué, pues la “obligación” de entretener, pero principalmente de entrar en los parámetros del “algoritmo”, hace que quienes postean hagan hasta lo imposible para captar la atención del público, conseguir likes y re envíos, ocupar tiempo de lectura o visualización, etc.
Hay además, otra fuente de “competencia desleal” entre las redes sociales y los medios tradicionales de comunicación. Las primeras basan su supervivencia y su crecimiento en el número de visitas de los cibernautas y el tiempo que permanecen enganchados en cada post; los segundos dependen vitalmente de su marca y de su prestigio.
A los ciber-reporteros les viene sobrando el prestigio y matan por tener seguidores y popularidad, mientras los medios tradicionales dependen, ellos sí, de la veracidad y el rigor de lo que informan… Ser entretenido en las redes requiere tiempo y esfuerzo, pero ser veraces y tener prestigio es mucho más complicado que simplemente entretener.
El prestigio se logra siendo coherente con unos valores y con una profesionalidad informativa, sometiéndose a las normas y leyes, cumpliendo con unos estándares de calidad para contrastar la información servida, escuchar a todos los protagonistas de cada noticia y cada historia, mantener una mente independiente de grupos de poder e intereses… Así se construye una reputación persistente. Una credibilidad.
Sin embargo… a veces vale más ser entretenido que veraz, marcar tendencia que investigar, ser innovador que riguroso. Quizá por ello, a fin de cuentas, las redes sociales van a resultar ser contra poderes de la prensa, pero por razones muy distintas de las que uno, a primera vista, podría imaginar.
Ingeniero/@carlosmayorare