Pertenecer minoría siempre ha sido algo complejo y ciertamente desventajoso. Ese es el caso de los afroamericanos quienes han tenido que viajar desde su pasada esclavitud, en una lucha constante para hacerse un lugar en la historia de Estados Unidos y del mundo entero. Fue difícil antes, es difícil ahora, pero lo fue más cuando se encontraban en boga las ideas supremacistas de la raza blanca, aria y anglosajona, como ocurría en la época en que se desarrollaron las Olimpíadas en Berlín, en el verano de 1936.
Esa fue la época en que Jesse Owens participó en la más importante contienda deportiva mundial representando ante el racista régimen nazi, al no menos racista y segregacionista gobierno estadounidense. James Cleveland Owens, que pasó a la historia bajo el nombre de Jessie por que un profesor de Cleveland no le entendía su inglés con marcado acento sureño, cuando le joven le dijo que se llama “J.C.” (siglas para “James Cleveland”), el profesor entendió “Jesse” rebautizándolo para siempre.
Nieto de un esclavo y décimo hijo de un pobre granjero, fue descubierto por el entrenador del Instituto Fairview Junior High, Charles Riley, quien notó su talento para el atletismo y lo animó para entrenar después de la escuela. La falta de recursos del atleta era tan evidente, que su entrenador se hacía cargo de su alimentación y de su transporte, más cuando ninguna de las cafeterías cercanas a su escuela le permitían comer en sus instalaciones, dado que los afroamericanos tenían prohibida la entrada.
Ni el racismo, ni la falta de recursos, ni la segregación que experimentaba como afroamericano detuvieron al atleta. Ni sus tres trabajos simultáneos, ni sus estudios lo detuvieron de su meta: participar en las Olimpíadas de Berlin. En 1935 Jesse mostró al sorprendido y racista público norteamericano todo su potencial: en menos de 45 minutos fue capaz de batir tres récords mundiales e igualar un cuarto. Para justificar su éxito, los comentaristas deportivos de la época explicaban al público que “su velocidad en la pista no era de extrañar, ya que hace tan solo unas pocas generaciones, correr en la selva era para los afroamericanos una cuestión de vida o muerte”.
Una vez convocado para las olimpíadas, viajo en un trasatlántico con destino a Europa junto con 18 afroamericanos, ninguno de los cuales pudo acceder en ningún momento del viaje a la sección de primera clase, debiendo utilizar baños especiales y separados, destinados específicamente para ellos. Una vez en Alemania Jesse experimentó unas de las más grandes paradojas de su vida. En un país inundado de esvásticas, el velocista se encontró con que tenía más libertad que en su natal Estados Unidos.
Jesse podía entrar a cualquier restaurant ¡y por la puerta principal, no por la cocina! Además, podía sentarse en la parte delantera de los autobuses, lo cual era impensable en Estados Unidos hasta que Rosa Parks llevó a cabo un boicot contra la segregación en los asientos de bus. Los racistas nazis, paradójicamente, se fijaban menos en su color de piel que sus compatriotas americanos, supuestamente adalides de la libertad y la democracia en el mundo.
Ya en la pista, Jesse ganó cuatro medallas de oro, lo cual fue utilizado por la propaganda norteamericana como una muestra de la superioridad estadounidense frente a la racista Alemania nazi. De ahí salió la idea que Hitler había sido “derrotado” y se había levantado de su asiento, dejando el estadio a fin de no darle la mano ni imponer la medalla a la joven estrella del atletismo; pero fue el mismo Jesse quien explicó en público y en privado que ese evento nunca sucedió.
Al regresar a Estados Unidos, el presidente Franklin Delano Roosevelt no lo recibió nunca en la Casa Blanca ni lo felicitó. En su entrada triunfal junto a los demás atletas en Nueva York y acudir a la cena en su honor en el Hotel Waldorf Astoria, tuvo que entrar junto con el resto de los atletas afroamericanos por la cocina del Hotel, ya que ningún afroamericano tenía permito acceder por la entrada principal.
Pero el “las medallas de oro no se comen” … una vez que coronó su carrera como atleta, nadie le quería dar trabajo en el mundo del deporte. Tuvo que trabajar como conserje en una guardería de niños, como empleado de limpieza y como pistero en una gasolinera. Y para hacer algo de dinero extra, competía en carreras de exhibición contra perros o caballos.
Jesse Owens, que de acuerdo con la propaganda norteamericana fue “el hombre que derrotó a Hitler”, no fue capaz de derrotar al racismo imperante en su propio país; para vencer el racismo tuvo que correr mucha más sangre y mucho más sacrificio, pero eso es materia de otra columna.
Abogado, Master en leyes/@MaxMojica