Hay personas a quienes les gusta coleccionar fotografías antiguas, por ejemplo de El Salvador de antaño. Yo no poseo colecciones de este tipo pero me encantan. En los últimos años han estado apareciendo en los periódicos, como éste en el que escribo, fotografías de esta clase. No me pierdo la oportunidad de mirarlas y remirarlas. Antes gustaba de buscar en las ediciones en línea ejemplares de hace veiticinco, cincuenta años, y si se podía hasta más antiguos. Cuando las fotografías son de épocas en las que yo ya existía me remonto a esos tiempos, los que para mí tuvieron una magia especial. La infancia y la adolescencia, tan lejanas ya para mí, evocan vivencias sensoriales ya perdidas, pero de las que puedo percibir aunque sea algunos destellos. Vienen a mi mente imágenes pero más que todo sensaciones de aquellos tiempos, del colegio, de las vacaciones, de las Navidades, de los amigos y de las tardes y noches de juegos primero, y luego de entretenidas conversaciones en la acera frente a la casa.
Si las fotografías son de épocas aún más lejanas también me causan interés y ciertamemente emoción. Las miro detenidamente y observo los detalles, las formas de vestir, los vecindarios y las casas. Los paisajes del campo y las playas sin mayores construcciones y poca gente. Me transporto a esos tiempos y lugares y trato de imginar cómo era la vida entonces. Y logro sentir algo, algo que no sé como describirlo, pero que se parece a una vivencia. Si heredamos de nuestros padres y abuelos el color de los ojos y del cabello también pudimos haber heredado recuerdos, experiencias y sensaciones, algo como un tipo de inconsciente colectivo.
En las fotografías de escenas de la calle me fijo no sólo en las cosas o personas centrales, a quienes el fotógrafo intentó captar, sino también en las personas al fondo de la imagen, las que iban pasando sin advertir la cámara. Me pregunto quiénes eran, dónde iban, qué fue de sus vidas, y también qué se hizo ese momento, dónde está. De las casas y las calles me pregunto cómo eran por dentro, qué se miraba al doblar aquella esquina. La fotografía capta sólo un instante pero hay mucho antes y después, una extensión infinita del tiempo y del espacio.
En los periódicos me gusta observar también los anuncios comerciales, con aquellas ilustraciones ingénuas, directas y simples. Anuncios de almacenes y restaurantes que desaparecieron hace ya mucho tiempo. Y viene necesariamente a la mente qué veríamos dentro, qué compraríamos o comeríamos si eso fuera posible. Artículos que dejaron de existir y platillos que no se preparan más. En nuestro mundo todo pasa y todo cambia, a diferencia del universo que parecería que no cambia y que se ha mantenido prácticamente igual por miles de millones de años. Esto hace especial nuestro mundo y nuestra vida.
El transportarse al pasado por formas y medios diferentes tiene varias razones. Una de ellas es porque la fantasía y la memoria combinadas pueden servirnos de mecanismo de defensa ‒la regresión‒, elemento de nuestra psicología que nos hace más tolerable y agradable la vida. Aunque nuestra vida actual sea buena y feliz siempre podemos encontrar regocijo de nuestro pasado y del pasado en general. Una de las más altas capacidades de la mente humana es la imaginación, y podemos utilizarla para disfrutar de épocas y lugares distintos.
Médico Psiquiatra.