La popularidad es emocional, volátil, contagiosa y efímera…; el diccionario de la RAE define el concepto del siguiente modo: “Cualidad de popular, o conocido y apreciado por mucha gente”; y lo popular, según el mismo diccionario es: “Del pueblo (…) conocido y apreciado por mucha gente (…) que está al alcance de la gente con menos recursos económicos o con menos desarrollo cultural”.
La popularidad es un “reconocimiento colectivo” asociado individualmente con la “dopamina”, un neurotransmisor relacionado con el estado de ánimo y con recompensas, que te hace sentir bien cuando vives una experiencia agradable; y justamente el estado de ánimo es versátil, y se mueve emocionalmente desde un polo al otro a través de percepciones de la realidad, desde la efusiva alegría a la tristeza, desde la afabilidad al odio, algo bastante bipolar. Hoy eres popular, mañana quizá no.
En el mundo político la popularidad es un territorio de batalla…; los líderes partidarios o gubernamentales buscan enviar mensajes o generar decisiones o acciones para impactar emocionalmente en las creencias y en el comportamiento de los ciudadanos. Utilizan las frustraciones de la gente para sustituirlas con ideas o proyectos redentores (Satisfacción Vicariante).
Pero el lugar por excelencia de la popularidad en Latinoamérica está en las masas, en las mayorías de excluidos y pobres, “en dónde lo mínimo puede significar mucho…”; en el pasado, una gorra, un llavero, una porción de alimentos, podía inclinar la balanza electoral de mucha gente. Hoy, con las redes sociales, ha cambiado un poco la percepción y además de lo material inciden otros sesgos de confirmación que reafirman mis hipótesis y sistemas de ideas, a través de imágenes, post y videos.
La popularidad se construye, y se necesita una maquinaria de propaganda y comunicación, para estar de modo omnipresente, en todo lugar y en todo tiempo; una alta exposición comienza a transformar lo inusual o rutinario en algo excepcional. Pero al parecer hay un ciclo, que se podría visualizar en una curva o campana, con un proceso ascendente, luego un momento de estabilidad y al final un proceso de descenso.
Entonces ¿por qué razón se logra ascender y luego descender…?; el ascenso inicia cuando se comienza a superar una crisis, así, aparece un estado emocional de optimismo y de salida de esa situación problemática; la sostenibilidad en el tiempo de las acciones y decisiones serán la medida y rapidez del ascenso. La estabilidad aparece cuando las opciones se agotan, y cuando nada nuevo genera cambios antes las expectativas; y el descenso puede comenzar por varias razones: a) Desencanto, todo fue un espejismo…; b) Errores, el poder puede hacer perder el sentido de la realidad; c) Frustración, la gente descubre engaños o mentiras; d) Una nueva opción, aparece en el horizonte algo mejor que supera lo anterior; entre otras circunstancias.
En la vida democrática de las naciones hemos presenciado los ciclos de popularidad desde diversas ideologías o sistemas políticos: derecha, neoliberales, centro, bienestar, socialistas y comunistas; también hemos sido testigos de los ciclos de los regímenes autoritarios, de corta y larga duración. En casi todos los casos, los líderes -de la ideología que fuere- son impulsados y elevados por el apoyo popular; y también muchos caen por el desencanto o por la insurrección popular. Pero hay casos en dónde se quedan en el poder y “compran popularidad” con subsidios, paternalismo, miedo o terror…
En la teoría política también se habla de “desgaste” político; como que los gobernantes son frágiles y luego de un periodo o dos de gobierno pierden sus habilidades o capacidades, cometen errores o se rodean de gente incompetente o corrupta que daña la imagen y afecta la percepción de la gente.
La popularidad política suele ser muy costosa; y hay dos caminos, invertir en obras o en proyectos que respondan a las necesidades de la gente -lo menos usual- o en la imagen propia a través de comunicación y propaganda, para crear un arquetipo -lo más común-; se necesitan cientos de millones de dólares para alcanzar el espectro de las mayorías y construir una atmósfera de popularidad.
La popularidad se diseña con frases cortas y potentes, primero con slogans y luego con narrativas, pero también con imágenes simbólicas. Activar la dopamina de los ciudadanos es un arte de marketing político que implica descubrir necesidades, frustraciones y miedos para luego diseñar respuestas. En una segunda fase se necesitan hechos fácticos, generalmente visibles, que permitan confirmar la coherencia con las frases e imágenes, pero a veces sucede y otras veces no…
Paréntesis: Casi ningún político o gobernante apuesta a la calidad de la educación porque es un intangible, prefieren un puente, una carretera, un hospital; algo que se vea y se pueda apreciar…; y los intangibles no generan votos.
En materia política, y desde un punto de vista tradicional, la popularidad es el arte de conectar las necesidades de la gente con la “escenografía pública…”; efectivamente, los ciudadanos poseen demandas y necesidades reales de seguridad, economía, salud, vivienda, educación, etcétera y los gobiernos intentan ofertar ciertas soluciones, pero hay un desequilibrio fiscal enorme entre las oferta y la demanda, entonces los gobiernos tienen que recurrir a lo escenográfico, es decir crear espejismos, soluciones artificiales o desviar la atención hacia otras posibilidades.
Pero hablar de popularidad nos lleva inexorablemente al concepto de “populismo”, es decir, medidas destinadas a ganarse la simpatía del pueblo a través de la demagogia, la mentira y el engaño (Ralf Dahrendorf). Desde las diferentes teorías estructuralistas o discursivas, el populismo posee una connotación peyorativa, de tal modo que la popularidad y el populismo tocan la arista de una debilidad política; por un lado, lo efímero y por otro lado el arte del engaño. El axioma sería entonces: hacer populismo para lograr popularidad.
La popularidad y el populismo funcionan bien en escenarios de baja escolaridad y limitada cultura; la gente es susceptible a ser engañada, a creer lo inverosímil y a repetir mentiras y medias verdades. Eventualmente, la paciencia se agota o los políticos cometen errores garrafales, pero en estos escenarios socio-económicos la gente es propensa a volver a caer en la trampa del populismo y la popularidad. Como diría Georg. C. Lichtenberg: “A la gloria de los más famosos se adscribe siempre algo de la miopía de los admiradores”.
En síntesis, la popularidad llega y se va, se crea y se destruye, aparece y desaparece, y en no pocos casos la principal tarea política es forzar lazos de popularidad para lograr una supuesta gobernabilidad o equilibrio entre la oferta y la demanda. Hacer política sobre la base de la popularidad como principal argumento o excusa es demasiado riesgoso y suele ser demasiado común en nuestro continente.
Efectivamente, no hay que olvidar que la popularidad es pasajera; hay una suerte de desencanto, un sentimiento de infidelidad irreversible, que sólo se resuelve en política con un nuevo mentiroso…
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Investigador Educativo/opicardo@uoc.edu