Un buen amigo me envió un enlace de un canal titulado “Riqueza bloqueada”; el título de la conferencia era “Trastornos que caminan con nosotros”. Me tomé la molesta de transcribir y parafrasear el contenido, ya que me pareció importante para construir el epílogo de mi próximo libro “Psiquiatría política” y compartir con los lectores. Manos a la obra y conozcamos a los “Psicópatascomunes y corrientes…”
Los psicópatas son depredadores humanos, mienten, coaccionan, manipulan, roban, defraudan, abusan y quitan la vida sin sentir culpa ni remordimiento; y diversos estudios indican que los psicópatas están sobrerrepresentados en el mundo ejecutivo corporativo y en la política; Rober Hare, especialista en psicopatía, estima que el 1% de las personas son psicópatas; Martha Stout cree que la cifra es más elevada y podría llegar al 4%.
“En comparación con otros trastornos clínicos importantes, se ha dedicado poca investigación sistemática a la psicopatía, a pesar que es responsable de mucha más angustia y perturbación social que todos los demás trastornos psiquiátricos juntos. Los psicópatas se encuentran en todos los segmentos de la sociedad, y hay muchas posibilidades de que tengas un encuentro doloroso y humillante con uno” (Robert Hare, “Sin Conciencia”, 2003).
No hablamos aquí de los grandes psicópatas o de los más conocidos -Ted Bundy, Charles Manson o Jeffrey Dahmer-, ellos solo representan un extremo de la patología o trastorno; la mayoría de psicópatas en lugar de cometer actos violentos se involucran en hechos inmorales que pasan desapercibidos para el sistema de justicia penal. Abusarán de sus familiares y amigos cercanos, descuidarán su bienestar, estafarán con dinero, mentirán patológicamente o manipularán con fines egoístas.
“Muchas personas no saben nada acerca de este trastorno, o si lo saben, piensan sólo en personas que han violado la ley en manera notoria muchas veces y que, si son atrapadas, serán encarceladas. Pero, en realidad la mayoría de los psicópatas no son encarcelados. Están aquí en el mundo, contigo y conmigo” (Martha Stout, “La sociópata de al lado”, 2019).
La razón por la que la mayoría de nosotros nos abstenemos de explotar y dañar a los demás de manera salvaje y rutinaria es porque poseemos conciencia. Empatizamos con el sufrimiento de los demás y si hacemos sufrir al otro nos sentimos culpables. Pero los psicópatas NO tienen conciencia… y carecen de la capacidad de sentir empatía, amor y culpa, tampoco amistad o conexión emocional con nadie en absoluto.
Si los psicópatas desarrollan algún vínculo con otra persona es porque las ven como una posesión, un recurso o una herramienta. Este vacío sin emociones que existe en el interior del psicópata lo hace capaz de participar repetidamente en actos que dañan a otras personas.
“(…) Incluso los profesionales experimentados y curtidos encuentran desconcertante ver la reacción de un psicópata ante un evento desgarrador, o escucharlo describir una ofensa brutal con la tranquilidad de como si hubiesen pelado una manzana (…) el psicópata es una persona egocéntrica, insensible y despiadada, profundamente carente de empatía y de capacidad de formar relaciones emocionales cálidas con los demás, una persona que funciona sin las restricciones de la conciencia (…) si los piensas bien, te darás cuenta de que lo que le falta en esa descripción son las cualidades que permiten a los seres humanos vivir en armonía social” (R. Hare ibid.).
En lugar de las conexiones emocionales que crean significado en la vida de las personas normales, la vida interna del psicópata está impulsada por los principios del placer, del poder y la necesidad de una excitación o adicción continua, adoptando una conducta de gran riesgo. Aunque el estimulante más seductor para un psicópata es el PODER.
No importa si se trata de un criminal de carrera o una persona que ejerce un cargo relativamente normal, la mente del psicópata está obsesionada con controlar a otras personas: “el premio a ganar puede abracar desde la dominación mundial hasta un almuerzo gratis, pero siempre es el mismo juego: controlar, hacer saltar a los demás y ganar” (Stolts, Ibid).
“Lo más destacado -del paciente Earl- es su obsesión por el poder absoluto. Valora a las personas sólo en la medida que se someten a su voluntad, o pueden ser coaccionadas o manipuladas para que hagan lo que él quiere. Constantemente evalúa sus posibilidades de explotar personas y situaciones (Hare, Ibid).
Pese al diagnóstico clínico que pueda existir, vale la pena señalar que el psicópata no ve nada malo en sí mismo y suelen ser francos al afirmar que su condición es normal. Su falta de vínculos emocionales -ataraxia- y su incapacidad para sentir empatía y culpa, les otorga una ventaja sin precedentes: La culpa, para ellos, “es un mecanismo de control social poco saludable” (Ted Bundy).
Los intentos de rehabilitar a los psicópatas suelen fracasar estrepitosamente. Al revisar la literatura sobre los tratamientos de la psicopatía se descubre que el capítulo más corto sobre psicopatía es el referido al tratamiento, ya que no hay nada eficaz o casi nada funciona.
Para complicar las cosas, los psicópatas son notoriamente difíciles de identificar, por que a pesar que interiormente son muy diferentes, exteriormente camuflan su naturaleza depredadora con su “Máscara de Cordura” (Hervey Cleckley).
En el escenario social, los psicópatas suelen parecer normales, tienden a ser carismáticos, encantadores y seguros de sí mismos; este atractivo social surge porque los psicópatas experimentan menos estrés, miedo o ansiedad que la mayoría de personas comunes.
Suelen mentir sobre su pasado, sus logros y su carácter de un modo hipnótico y paralizan psicológicamente a sus víctimas. La mayoría de las víctimas de los psicópatas reconocen su carácter encantador inicial.
Pero los psicópatas tienen algunas grietas en su máscara, por ejemplo un sentido sobredimensionado de autoestima y superioridad; se creen infalibles y esto no lo pueden ocultar: “tienen una visión narcisista y tremendamente sobrevalorada de su autoestima e importancia, un egocentrismo y un sentido de derecho verdaderamente asombrosos, y se ven a sí mismos como el centro del universo; como seres superiores que están justificados a vivir de acuerdo con sus propias reglas (Hare, Ibid).
Finalmente, la mirada de un psicópata es otra grieta de su máscara; son intimidantes, el control visual intenso es un factor importante en la capacidad de manipular y dominio. Su forma de hablar posee una narrativa errática e incoherente, son incoherentes y responden de modo inadecuado, mueven sus manos intentando distraer. No se conoce muy las causas de este trastorno, al parecer hay una predisposición natural y los factores de crianza o maltrato infantil no son explicativos.
Hoy, estamos siendo testigos de un fenómeno inusual: la llegada de los psicópatas al poder, gracias a su carisma, mentiras, encanto y capacidad de manipulación, pero sobre todo su deseo de poder. El psiquiatra polaco Andrzej Tobaczewski creó el concepto de “Patocracia” para definir un sistema político gobernado por un psicópata: “Aceptaré la denominación de patocracia para un sistema de gobierno, en el que una pequeña minoría patológica toma el control de una sociedad de gente normal. Si un individuo en una posición de poder político es un psicópata, puede crear una epidemia de psicopatología en personas que no son, en esencia psicopáticas. En tales condiciones, ningún área de la vida social puede desarrollarse normalmente; ya sea la economía, la cultura, la ciencia, la tecnología o la administración. La Patocracia lo paraliza todo progresivamente” (Andrzej Tobaczewski, Political Ponerology, 1984).
Cualquier conjetura o similitud es pura coincidencia…
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Investigador educativo/opicardo@uoc.edu