Desde la perspectiva psicológica el deseo es definido como un fenómeno psíquico -o necesidad- que posee una persona por conseguir un objetivo determinado, la aspiración, esperanza o anhelo que se origina en un individuo y que tiene un origen y un fin de saciar un gusto. El término se suele aplicar al impulso o excitación sexual. Estos anhelos de una personas se relacionan con los valores, prioridades, y con la personalidad de cada individuo. Por otra parte, el placer es un tipo de experiencia primaria de carácter agradable, producto de una satisfacción real o anticipada de una necesidad o un deseo (Encarta, 2003).
Desde la perspectiva psicoanalítica, la mente que está compuesta o constituida por tres instancias que son el consciente, el preconsciente y el inconsciente, que se diferencian por dos barreras de censura ejercida por la represión. El inconsciente incluye pensamientos, emociones, recuerdos, deseos y motivaciones que se encuentran fuera de nuestro conocimiento, sin embargo, continúan ejerciendo una influencia en nuestro comportamiento.
El deseo y el placer son esenciales para la supervivencia de la especie. Alimentarnos y reproducirnos son las dos funciones básicas que aseguran que los genes heredados de nuestros ancestros pasen a las siguientes generaciones. En este contexto, el cerebro ideó un sistema de “premio” al acompañar la acción con una recompensa en forma de “sensación agradable”. En general, deseamos lo que nos hace sentir bien y nos mostramos indiferentes ante lo que no nos beneficia. Entender cómo funciona el deseo puede ser clave para recuperarlo.
La primera vez que probamos o experimentamos algo placentero disparamos dopamina con tal intensidad que ya no habrá que repetir la experiencia para liberarla de nuevo; la dopamina es el principal neurotransmisor que utilizan las áreas cerebrales que despiertan y sostienen el deseo: el núcleo accumbens, el área tegmental ventral, el área ventral del globo pálido y la ínsula. Cuanta más dopamina generamos, mayor motivación para alcanzar nuestro objetivo; por el contrario, si los niveles de dopamina son bajos o muy bajos, tendremos poca o casi ninguna motivación para movernos hacia él. Es así como aprendemos y anticipamos. Ya no se necesitará la realidad o presencia del elemento activador del placer. Bastará su recuerdo.
Kent Berridge, Profesor de psicología y neurociencia en la Universidad de Michigan, ha investigado desde la neurociencia los “puntos hedónicos”, descubriendo que hay escalas de impulsividad y reacciones de recompensa; algunas personas tienen una identidad hedónica proclive a ser vulnerables a ciertas adicciones que les lleva a una excesiva búsqueda de recompensas, de placer.
Según Ignacio Lewkowicz el término placer se usa sólo como palabra desprovista de las exquisiteces técnicas, sobre todo en una cultura consumista que eleva los placeres al rango de doctrina de estado y en el marco del fin de las utopías. No obstante, la política funciona impulsada, en parte, por el motor del placer.
Partimos afirmando que “lo emocional es lo que domina el comportamiento político” (Iglesias, 2023). Los políticos generan una relación peculiar con sus militantes y seguidores o con los ciudadanos. No se trata de una relación lógica o racional; el militante o fanático “cree” a pesar de las evidencias contradictorias o de manifestaciones políticamente incorrectas.
Se crean así mecanismos psicológicos de una intuición perversa que disfruta con la humillación de los opositores, genera odio o reafirma la posverdad produciendo placer, y esto tiene más importancia política que la realidad y la verdad.
Los grandes y millonarios aparatos de propaganda digital juegan un rol clave en la relación entre política y placer. Los nuevos sistemas tecnológicos y herramientas analíticas, por ejemplo segmentación de big data o algoritmos, a través de las redes sociales le llevan al móvil lo que el consumidor desea ver en sus pantallas; se trata de una especie de sesgo de confirmación mediado por las tecnologías; y esto refuerza las ideas y posiciones ideológicas. Pese a la diversidad expansiva de ideas, a cada quién le llega lo que desea ver, oír y consumir; la gente es controlada… (Cambridge Analítica).
La clave de la comunicación política es emocional, actualmente la gente no vota por sus intereses económicos sino en función de un sentimiento proyectivo, en una democracia en crisis, que normaliza modelos perversos o inclusive fascistas o nacionalistas (Trump, Bolsonaro, Meloni, etcétera).
Pero hay algo más que ya hemos documentado al hablar de psicología y política, los fenómenos de: 1) Satisfacción Vicariante: Como la búsqueda de un arquetipo o modelo en dónde me proyecto a partir de mis carencias y necesidades; 2) La indefensión aprendida: Como la inmovilización individual y social en base al miedo y la incertidumbre; y 3) El fenómeno de culto: Basado en la visión mesiánica de un megalómano, a partir de una crisis o desesperanza.
La política es un mecanismo de poder y de placer, en dónde encontramos deseos y satisfacciones, en dónde nos realizamos y posiblemente, como suele suceder, en dónde nos podemos enriquecer sin mayor esfuerzo a costa de la corrupción y la impunidad. Así encontramos en este escenario dos sujetos: Los actores protagónicos y los espectadores, ambos, de modo distinto y distante disfrutan la política y encuentran en ella un recurso de placer; unos con satisfacción material y otros con satisfacción mental, mientras posiblemente arruinen a una nación.
Y no olvide esta cita de Mahatma Gandhi: “Las cosas que nos destruirán son: La política sin principios, el placer sin compromiso, la riqueza sin trabajo, el conocimiento sin carácter, el negocio sin ética, la entrega sin compromiso”
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Investigador Educativo/opicardo@asu.edu