Entre algunos de los artículos de opinión que he ido leyendo en estos días, hay uno que me ha llamado la atención por el modo de abordar el tema. Se titula “El principio del fin de un modo de vida”. Para saber de qué va, transcribo el primer párrafo: “Entiendo la rabia que algunas personas sienten debido a la abolición del derecho federal al aborto. Debe ser muy parecida a la ira que bastantes padecieron en los estados suristas por la abolición de la esclavitud. Los dos eventos significaron el fin de una forma de vida. En un caso, el final de una vida de ocio aristocrático; en el otro, una vida de sexo sin consecuencias”.
Para ser sincero, desconozco a fondo las circunstancias que siguieron a la abolición de la esclavitud, pero me imagino con el autor de la nota, que sí, que para personas acostumbradas a tratar a otros como su propiedad, habrá sido un considerable shock caer en la cuenta que ya no podrían hacerlo (al menos legalmente). Y también estoy de acuerdo con él, en que el aborto por demanda ha terminado por forjar durante los últimos cincuenta años -en unas sociedades más que en otras- una cultura en la que las personas han organizado el modo de relacionarse social e íntimamente, a partir de una definición de sí mismas y del rol que juegan en la sociedad, confiando en que en caso de que las cosas “fallen” siempre estaría como último término el recurso al aborto.
Es decir, que el aborto a demanda permitió de alguna manera que las consecuencias no deseadas de las propias acciones siempre pudieran recaer en terceras personas, y de este modo uno pudiera olvidarse de los propios errores simplemente eliminando el fruto de las decisiones equivocadas… para seguir viviendo “como si nada hubiera ocurrido”.
Me recordó la nota que, curiosamente, los argumentos de las personas que defienden un supuesto derecho al aborto son similares a las que en su momento defendieron la conveniencia de la no abolición de la esclavitud, porque, en el fondo, los dos grupos de activistas consideraban que tanto los esclavos (por motivos meramente raciales) como los concebidos habitando en el vientre de sus madres, simplemente, no son seres humanos.
El descontento y la rabia llevaron a fenómenos tan incomprensibles en estas latitudes como el nacimiento del Ku Klux Klan. Por eso no extraña que se estén organizando movimientos reaccionarios violentos -al menos en algunos de los Estados más liberales en los Estados Unidos- para “presionar” socialmente, de modo que las cosas sigan siendo (en lo que al aborto a demanda se refiere) como han sido hasta ahora.
Y es que hacerse cargo de las consecuencias negativas de las propias decisiones, y al mismo tiempo seguir conservando el ejercicio de la libertad, ha sido siempre un poco terrorífico para quienes pretenden “nadar y guardar la ropa”… pues tal como sigue escribiendo el autor de la nota que comentamos: “cuando uno ha hecho un mal terrible, solo hay dos salidas: se puede escuchar a la conciencia, o reprimirla, uno puede arrepentirse del mal que el uso irreflexivo de la libertad ha causado, o negarlo”. Y, como ya se sabe, la forma más conveniente de negar la culpa de haber hecho algo malo, es proyectarla en los demás, que son los que terminan “pagando el pato”.
Después de la sentencia queda mucho camino por recorrer. Pues,así como la prohibición legal de la esclavitud no generó inmediatamente armonía racial; de un modo análogo, lo dictaminado por la Corte no generará “automáticamente” protección para los no nacidos, ni mucho menos un cambio de modo de vida en quienes tenían el aborto como red de seguridad para vivir de un modo determinado. Por eso quizá estamos, como decíamos, en el principio del final de un modo de vida.
Ingeniero/@carlosmayorare