Por El aumento constante en los precios de los alimentos y productos esenciales, que forman parte de la canasta básica y de la dieta alimenticia, está impactando el poder de compra de las familias de bajos ingresos en El Salvador, ya que las alzas influyen en la calidad de vida y el bienestar económico de los grupos familiares. El dinero que perciben la mayoría de los salvadoreños es insuficiente para comprar la canasta básica; los obliga a vivir con hambre, ya que los salarios son muy bajos, el desempleo aumenta y el trabajo informal se extiende siendo este último destruido muchas veces por las mismas autoridades gubernamentales priorizando negocios de extranjeros.
El poder adquisitivo es la capacidad que tienen las personas para satisfacer sus necesidades. En otras palabras, refiere a la disponibilidad de recursos económicos para la adquisición de bienes y servicios. Esta pérdida adquisitiva para un salvadoreño que devenga el salario mínimo, comprar los productos básicos para su alimentación y la de su familia, se convierte cada día más en un gasto complicado de solventar, pues el encarecimiento de los combustibles, servicios básicos como luz y agua y alimentos sin medidas que alivien el bolsillo ya se refleja en la Canasta Básica Alimentaria local.
En El Salvador se necesita una asignación de recursos públicos para enfrentar una contingencia alimentaria que se caracterice de manera general en dos objetivos. El primero de ellos realizar subsidios y transferencias universales que beneficien a la gran mayoría de la población. El segundo objetivo idealmente seria canalizar los recursos directamente a los pobres, variando el grado de focalización en función de la intensidad de la pobreza y de los efectos que el incremento de precios de los alimentos pudiera generar.
La focalización de los recursos públicos al instrumentar programas de protección social resulta fundamental para enfrentar la inseguridad alimentaria.
En un día normal, Don Pablo ve como un milagro hacer dos tiempos de comida. “Nosotros empezamos la jornada sin comer, porque simplemente no hay nada que comer. Si se puede y se encuentra algo, uno viene a comer con la familia a eso de la una de la tarde y, si ha sobrado, se come otro poquito en la noche”, relata el hombre: un adulto mayor 63 años y quien toda su vida se ha dedicado a la agricultura.
“Nosotros sembramos entre el tercer y quinto mes del año y vemos nuestras cosechas entre cinco y 10 meses después, pero todo fue arrastrado por las recientes lluvias y ahora estamos pasando hambre”, lamenta Antonio, un agricultor de 58 años.
Domitila ha buscado empleo en una decena de negocios y viviendas en los últimos meses. Busca una plaza en el área de limpieza o como ayudante de cocina. “Le dicen a uno que ahí lo llaman, uno gasta en papeles, pasajes, hasta me voy sin comer, limitada con el pasaje de regreso y simplemente, no llaman”, lamenta.
Estos son algunos testimonios de la vida diaria de miles de salvadoreños que viven en situaciones de vulnerabilidad. Y no podemos perder la empatía. Como ciudadanos debemos luchar cada día por el bienestar común.
No se puede construir un país pacífico sobre estómagos vacíos y miseria humana, los salvadoreños necesitan oportunidades para salir adelante. Alimentarse es prioridad para todo ser viviente, los alimentos son prioridad en nuestro día a día. Cuando no contamos con alimentos en cantidad necesaria, se arriesga nuestra vida.
Ingeniera.