Hace mucho tiempo, cuando yo tenía 15 años, mi padre me envió a los Estados Unidos con el objetivo de que aprendiera inglés. Entonces existían intercambios estudiantiles y pasabas unos meses viviendo con una familia estadounidense, en las zonas más recónditas del país. Generalmente ese método de aprender inglés era muy efectivo porque nadie de esas familias hablaba ni gota de español.
La necesidad es el mejor incentivo para el aprendizaje, porque en esas circunstancias aprendías o aprendías. Aun le agradezco a mis padres que hayan tomado esa decisión. Uno llegaba a conocer también las costumbres y el modo de ver la vida de los estadounidenses. Y una de las cosas que en los primeros días llamó mucho mi atención y que realmente me sorprendió fue que no le ponían azúcar al cereal, a las bebidas y se bebían el vaso de leche sin nada. Nunca vi un depósito de azúcar en la mesa ni en la alacena. Eso contrastaba mucho con mis costumbres salvadoreñas; nosotros espolvoreábamos azúcar sobre el cereal hasta prácticamente cubrirlo, tomábamos refrescos con mucha azúcar, y el vaso de leche no podría ir sin chocolate y un par de cucharadas de azúcar. Los panes con miel o con jalea eran cotidianos. En las piñatas recogíamos la mayor cantidad de dulces y hasta nos arriesgábamos a recibir un bastonazo en la cabeza por recoger todos los que podíamos. Y al final de la celebración hacíamos cola para que nos dieran una bolsita con más dulces.
Fuimos criados con azúcar, somos una generación de azúcar. No son culpables nuestros padres pues ellos no sabían lo que ahora sabemos sobre los efectos del exceso de carbohidratos en nuestra dieta, y hasta creían que eran sólo beneficio y buena alimentación. Los conocimientos modernos en nutrición y fisiopatología nos dicen otra cosa. Los azúcares, y en general los carbohidratos, si bien son necesarios pues son la gasolina con la que funcionamos, pueden resultar perjudiciales para la salud si se consumen en exceso. Comencemos con su efecto en el cerebro. El azúcar es un potente reforzador positivo, lo que significa que induce efectos que hacen que la experiencia de comerla se repita. Estimula la zona de recompensa cerebral provocando una secreción de dopamina, el neurotransmisor del placer. En otras palabras, desde niños nos convertimos en adictos al azúcar, y es por eso que la que ingerimos con frecuencia sobrepasa lo que sería recomendable. Algunas observaciones indican que los azúcares pueden ser tan adictivos como algunas drogas, con el componente de que sus efectos no son inmediatamente tan catastróficos, lo que hace que no seamos conscientes del daño.
El exceso de carbohidratos puede perjudicar la salud de diferentes formas. La más conocida es su efecto sobre la función de la insulina, provocando lentamente una resistencia a la misma que termina provocando la diabetes tipo II, la forma más común de diabetes. Los carbohidratos en exceso alteran el funcionamiento de las citoquinas produciendo inflamación. La inflamación es el común denominador de muchas enfermedades crónicas, como la artritis, diversas enfermedades autoinmunes, el Alzheimer, la enfermedad coronaria y alteración en los músculos, sistema digestivo y función renal.
El cuerpo no desperdicia nada, y el exceso de carbohidratos el organismo los convierte en grasa, que se deposita provocando obesidad. Reconociendo nuestra propensión de largo tiempo de consumir azúcares en exceso debemos hacernos la pregunta: ¿qué podemos hacer? Pero de esto trataremos en otra ocasión.
Médico Psiquiatra.