Lo primero que cabe explicar es el término reduccionismo, del cual podemos decir que se trata de la afirmación de que las propiedades de cualquier fenómeno complejo y variado se pueden explicar en términos de la dinámica de algún conjunto de menos elementos; siendo que hay muchos tipos de reduccionismo, especialmente en la ciencia y la filosofía, algunos de ellos claramente correctos y útiles, como la reducción de los procesos biológicos a químicos, y otros bastante controvertidos, como la reducción de la mente a la materia o como decir que el problema de la obesidad y el sobrepeso, con todas las enfermedades que estos trastornos traen aparejadas, se soluciona con solo poner stickers negros en los envases de productos alimenticios, como se viene promoviendo en otros países.
En relación con este último caso citado, no se puede menos que aceptar que, la obesidad y el sobrepeso constituyen en cualquier parte del planeta, por lo menos un motivo de preocupación sanitaria (donde la desnutrición es aún un mayor problema), sino es que una causa de alerta de la misma naturaleza (donde sobrepasa a la desnutrición); por lo tanto amerita de parte de cualquier gobierno, el adoptar una política sanitaria completa al respecto, lo cual nos lleva a definir esta como todo el conjunto de medidas que se planifican y se llevan a cabo y que van encaminadas a prevenir la enfermedad y a mejorar la salud de una población, siempre en la búsqueda del “bien común”. Sin olvidar que hay diferentes componentes, incluyendo los socio-sanitarios, a los cuales me referiré en otra ocasión.
A partir de lo arriba explicado y siendo que existe un acuerdo casi unánime, de que la obesidad y el sobrepeso son de origen multifactorial; cuando se usa la simple explicación de que se trata de un desequilibrio entre el consumo energético y el gasto de dichas calorías por parte del cuerpo humano, estamos siendo ya reduccionistas, pero desde un ángulo hasta cierto punto aceptable, sin embargo, cuando pasamos a decir que la solución a un problema de etiopatogenia múltiple está en ponerle stickers de advertencia a los alimentos envasados (y solo a estos) y grabarlos con impuestos, entonces se cruza la línea de lo aceptable y se pasa a lo ridículo y hasta peligroso.
Ahora bien, ¿por qué digo que la propuesta de los stickers es reduccionista, de manera negativa, a la hora de buscar brindar verdaderas soluciones a tan grave problema? Pues debido a que pretende achacar la responsabilidad del sobrepeso solo al exceso de ingesta calórica, que dicho exceso de ingesta provenga solo de alimentos envasados, como si fuese imposible sobre ingerir alimentos no envasados; olvidando además, de manera deliberada, que el problema no reside en los productos en sí, sino en el consumo que se haga de ellos.
Trataré de explicarme en breve por el espacio limitado. Si fuese tan sencillo como un exceso en el consumo de más energía (calorías) proveniente de los alimentos, en relación al gasto de la misma (actividad), bastaría con decir que hay un sistema de homeostasia (equilibrio) en el cuerpo que funciona más o menos en la siguiente línea HAMBRE-CONSUMO-SACIEDAD; el cual de hecho existe y se encuentra controlado por un circuito denominado hipotalámico, por lo cual habría que buscar y resolver aquí el problema. Sin embargo no es tan sencillo, porque existe otro componente que introduce una motivación diferente a la conducta de comer por hambre, siendo este el de la “recompensa”, lo cual induce a una conducta, es decir, una interacción con el medio que nos rodea, de comer por placer, la cual se encuentra controlada por otro circuito cerebral, conocido como mesolymbodopaminérgico, que lleva a comer buscando una recompensa de tipo hedónica; como por el placer que me produce consumir “x o y” alimento, y cuando lo hago se libera dopamina en mi cerebro y me hace sentir feliz.
Entonces a la pregunta de ¿el poner o no stickers va a servir para que las personas cambien sus conductas alimentarias?, la respuesta categórica es ¡NO! Porque ni estamos atendiendo a posibles trastornos en el circuito hipotalámico ni mucho menos si los hay en el circuito mesolymbodopaminérgico.
Este tipo de problemas, como la casi totalidad de los que afectan a las sociedades, deben abordarse con políticas públicas tan amplias y completas como compleja sea la problemática; no pueden proponerse políticas públicas basadas en lo “blanco y negro”, “bueno y malo”, “amigo o enemigo”. Eso resulta solo propaganda sin sustancia.
Médico Nutriólogo y Abogado de la República