La contemplación de un escenario en donde la sobrepoblación represente una grave amenaza para el futuro de la humanidad ha sido en los últimos siglos causa de terror económico y preocupación general. ¿Será que el mundo ya ha cambiado lo suficiente para desmentir esta opción o, más bien, la verá hacerse realidad?
El fenómeno de la sobrepoblación fue contemplado en el siglo XVIII por el economista Thomas Malthus, quien observaba en su momento que el ritmo del crecimiento poblacional superaba con creces al de la producción de recursos. Por tanto, llegó a la conclusión de que, eventualmente, la población excedería esta capacidad y sobrevendría una crisis económica de consecuencias nunca antes vistas.
Esta doctrina ha experimentado variaciones en su credibilidad a lo largo del tiempo. Desde el escenario empírico, Malthus no acertó en sus estimaciones con respecto al momento aproximado ni a la cantidad de seres humanos en el mundo necesarios para que este colapso se lleve a cabo, ni tampoco anticipó cómo la industrialización que le siguió a su tiempo haría crecer exponencialmente la producción de recursos, siendo la economía no más un juego de suma cero, en donde el éxito de algunos depende necesariamente de la ruina de otros, sino que existe la oportunidad de crecer y adaptar las condiciones materiales del medio a la vida de los seres humanos.
Desde una perspectiva teórica, además, el razonamiento de Malthus simplifica demasiado a la realidad, porque presupone una relación parasitaria entre la población y los recursos, y una distinción tajante entre los mismos. No contempla que la población y los recursos coexisten e interactúan de tal modo que la misma población es un recurso (o sea, capaz de producir e innovar al servicio de sus semejantes). También considera que los recursos son una realidad preexistente al ser humano, invariable en cantidad y en utilidad. Para desmentir esto y valorar la capacidad innata del ser humano de innovar, solo basta con notar la utilidad que es posible obtener a partir de dispositivos electrónicos, cuya fabricación emplea materiales cada vez más accesibles (basta considerar que muchos de ellos son predominantemente silicio y plástico).
Sin embargo, esta visión errada de Malthus ha conseguido un nuevo éxito en los tiempos que corren luego de contemplar con pesimismo los resultados de la acción humana en el medio ambiente y para con sus semejantes. Por ello, esta visión ha sabido ser aprovechada por grupos ideológicos y políticos, a quienes les interesa hacer ver al ser humano como una realidad indeseable e intrascendente de sus condiciones materiales, que debe ser podada y amoldada a través de un filtro ideológico que legitime la intervención de un agente social o político que efectúe en ella los cambios que le plazca.
El maltusianismo, en los últimos años, se ha encargado de legitimar ideas eugenésicas que buscan acabar con los problemas del ser humano ofreciendo alternativas “morales” para acabar con su vida cuando la misma sea socialmente inconveniente (a enfermos y ancianos, ofreciéndoles eutanasia; a los pobres y clase media, mediante la esterilización y el aborto). Todo ello con la finalidad de atenuar la responsabilidad social que se debe contraer para con los sectores más vulnerables y económicamente improductivos.
Las ideas maltusianas no solamente acarrean errores técnicos superados hace siglos, sino que, actualmente, acarrea errores conceptuales y morales que funcionan solo en detrimento de la dignidad humana. Es necesario advertir su presencia y saber eludir sus trampas retóricas, no solo para evitar ser manipulados, sino para defender la dignidad inherente del ser humano.
Estudiante de Economía
Club de Opinión Política Estudiantil (COPE)