Hace unos días me llegó el siguiente mensaje: “Sra, es para mí un placer saludarle, la leo en el periódico, muchas veces he reído y muchas veces he llorado, con sus escritos, siga adelante, que los que le leemos esperamos sus publicaciones, Trinidad Sánchez”.
Me alegró porque, verán, las columnas de opinión no son sólo para “criticar” y “atacar”. Los que estamos detrás de estas columnas tenemos, cada quien, una razón por la cual escribir. La mía en particular: tratar de tocar la conciencia de los millones de salvadoreños que conformamos este país, dejando aparte ideologías políticas, para intentar que seamos una sociedad más armónica.
Tengo el privilegio de tener a ambos padres vivos a mi edad. Su salud es buena, pero, obviamente, han perdido mucha movilidad. Una tarde, a mediados de diciembre, decidí llevar a mamá a conocer un almacén recién remodelado y tomarse un café en un centro comercial. Yo tengo movilidad reducida y podría perfectamente usar los parqueos reservados para necesidades especiales, pero no lo hago mucho, por el simple hecho que cuando uno tiene movilidad reducida, se da cuenta que alguien con movilidad aún más reducida lo puede necesitar.
Pues entré al parqueo del dichoso centro comercial y lo primero que veo es a un guardia regañando a un carro por “parquearse torcido” en uno de esos parqueos azulitos reservados para necesidades especiales. Como había “cola”, pude ver cómo, finalmente, salía de la puerta del pasajero una mujer con muletas, que con dificultad sacó una silla de ruedas. Sí, señores, no me pregunten cómo esa mujer manejaba. Un aplauso si fue usted y lee este artículo. Es mi heroína por ser independiente en un país que no lo entiende.
Como les dije, iba con mi madre, así que me preparé para parquearme en un parqueo de discapacitados, otro azulito. Estaba maniobrando para entrar de retroceso cuando, de la nada, un pick up blanco doble cabina con vidrios polarizados, entró chillando llantas. Inmediatamente, me bloqueó la entrada al puesto. Yo le empecé a gritar al vigilante que le dijera que llevaba una anciana, pero él sólo se quedó parado. Le pité cómo no se imaginan. Se parqueó y de sus profundidades salió “LA RUBIA”, con unas trancas con las que casi no podía caminar y una falda apretada que les garantizo nadie con mala columna se puede poner. Me volvió a ver con cara de triunfo y entró al centro comercial. Si usted es “LA RUBIA” sepa que quitarle el puesto a una anciana no es ningún triunfo. Sólo es una persona que pisotea las leyes y, además, parece ser de comprensión lenta porque, no entiende el significado de los dibujitos del parqueo azulito.
Yo estaba lívida. Le dije al guardia que por qué y me dijo que le había dicho que venía en una silla de ruedas (manejando un mega pick up, sí, cómo no) y que “él no estaba allí para pelearse con nadie”. ¡Vaya pues! A todo esto, un joven muy guapo con sus dos piernas en perfecto estado, bronceado y tonificado, a quien denominaremos Ken, movió su camioneta Audi de modelo reciente y yo me pude parquear. Al menos Ken tuvo la amabilidad de bajar la cabeza de la pena.
Al salir para volver a casa, “LA RUBIA” ya se había marchado. En su lugar estaba la señora de la BMW y su hija de como diez años que se parqueaban en el parqueo de discapacitados. Se bajaron tranquilamente. Cuando el guardia me vio, me gritó “vienen a traer a alguien en silla de ruedas”.
¡Cóoooomo no!
Durante los siguientes días hablé con personas que necesitan esos puestos: personas con cáncer, esclerosis múltiple, personas que usan bastón o silla de ruedas-incluso algunas que por A o B razón tuvieron que hacer uso de esos parqueos temporalmente como mujeres embarazadas o que estaban usando muletas. Hablé con madres cuyos hijos usan sillas de ruedas o tienen alguna condición por la cual necesitan esos parqueos. Hablé con señores mayores. ¿El común denominador? Rara vez podían hacer uso del parqueo para necesidades especiales porque alguien que no tenía NADA se parqueaba allí.
Pero nada superó a la historia de Alexia, una amiga mía que padece de EM y trabaja y maneja a su trabajo como cualquier salvadoreño. Pero su carro tiene la placa con el ícono que LA RUBIA no entendió: la silla de ruedas. Pues resulta que pasó a una tienda de conveniencia a comprar un café. Había una moto en el parqueo de discapacitados. Cuando Alexia le pidió que se moviera y le comenzó a explicar por qué, el tipo le dijo que no se iba a mover y procedió a insultarla por ser “inválida”. En un país dónde exponen a la persona que atropelló a un perro ¿no creen que se deberían exponer a estas personas y a quienes permiten que atropellen al más débil? Puedo hablar por mí, y las demás por las que escribí este artículo que la movilidad limitada es frustrante. Yo no lo entendí bien hasta que me tocó, y créanme que en esos contados días que uso un parqueo para discapacitados, le explico al guardia por qué. ¿Y nuestros ancianos? Además de negarles los parqueos, veo que ni siquiera tienen la decencia de cederles el paso. No me quiero imaginar lo que ocurre en el transporte público.
Se dice hasta la saciedad que vamos en camino a ser un país de primer mundo. Ser un país de primer mundo implica también ser ciudadanos de primer mundo. Y créanme que en países del primer mundo esto no ocurriría, no porque los van a sacar en las redes o les van a poner una multa, sino porque se respeta a las personas con capacidades especiales y a los ancianos. RES PE TO. Palabra de país de primer mundo. RES PE TO. Acción de país de primer mundo
Así que la próxima vez que se sienta tentado a ser LA RUBIA, o Ken, o la Señora del BMW, piense que hay ancianos y personas en sillas de ruedas que merecen dignidad y respeto. Una cosa más de país de primer mundo: su marca de carro no lo hace ni más, ni menos. Todas estas personas en Europa serían arribistas. Lo que lo hace más o menos es su conducta ante el débil y desprotegido.
Educadora.