Sí, a mucha honra fui canillita de este gran Diario del pueblo, con el pueblo y para el pueblo salvadoreño.
Y también lo fue mi hermano Manuel Mauricio. Tenía diez años de edad, y Mauricio, 8. Estudiábamos en el Grupo Escolar General Francisco Menéndez, de la ciudad de Atiquizaya, en el departamento de Ahuachapán.
Vendíamos el Diario los domingos con “El Chele Ninfa” (su verdadero nombre era Jorge Martínez) con el permiso de nuestra abnegada madre María Hortensia, una destacada maestra allá en aquella occidental ciudad de hace 70 años.
“El Chele”, un hombre de 40 años, de tez blanca, de 1.80 de estatura y complexión fuerte, nos daba tres centavos de colón por cada periódico vendido, que costaba diez centavos.
Y por las calles de la ciudad gritábamos “¡El Dioy¡”, “¡El Dioy!”. Había veces que de la venta ganábamos hasta tres colones cada uno.
Pero, como en cada pueblo no deja de haber críticas de la gente, un día le dijeron a mamá que si no le daba pena que sus hijos vendieran el Diario; que si a ella no le alcanzaba el sueldo que devengaba como profesora.
Entonces, nuestra progenitora optó por no permitirnos más ser canillitas. ¡Qué desilusión para nosotros! Y muy apenada, tuvo que hablar con “El Chele Ninfa”, y él comprendió la situación.
Pero cómo me iba a imaginar que con el correr de los años iba a ser colaborador de tan prestigiado periódico; cómo me iba a imagina que trabajaría en la Redacción por un lapso de seis años. Cosas del destino, de un destino alentador que me marcó para siempre el amor por las letras periodísticas, el amor a escribir artículos en las páginas editoriales de este famoso rotativo.
Y es que -como ya lo dije en un artículo anterior- EL DIARIO DE HOY ha sido para mí la Universidad en donde he aprendido a redactar, principalmente leyendo los Editoriales, tan claros, sencillos y precisos.
Me siento, asimismo, honrado por ser colaborador de hace más de cuarenta años, de poseer carné de colaborador, de transitar por sus edificios, primero en el antiguo, frente al excine París; y luego, en el moderno, con una arquitectura de un muro perimetral de un metro de ancho, sobre la 11 Calle Oriente y la Avenida Cuscatancingo.
Tantas anécdotas tengo que contar en mi paso por el periódico, desde la de que una noche lluviosa de julio, a eso de las siete, me encontré con don Napoleón, quien me puso su suave mano sobre el hombro y me dijo: “Saz, están muy buenos sus artículos de “El Consejo de Hoy”, breve columna gramatical que él fundó.
Pero en ese preciso momento, apareció doña Mercedes, su esposa, y me dijo: “¡Disculpe, profesor, pero Napoleón está resfriado, y la noche está lluviosa!”, y de inmediato lo tomó del brazo rumbo a su residencia.
Considero que EL DIARIO DE HOY es mi segunda casa, pues puedo pasearme por los interiores del edificio, con mi carné colgado al cuello, por la nueva sala de Redacción, por la moderna rotativa “Mercedes Madriz de Altamirano”; por los amplios jardines, en donde hay un vagón de ferrocarril muy atractivo.
Todo ello constituye para mí un obsequio que el destino me ha regalado. ¡Sí, señor!
Maestro, psicólogo, gramático.