Habemus Papam. La muchedumbre en la plaza de San Pedro vivió el momento del anuncio como los niños que esperan ansiosos la llegada de los Reyes Magos. Después del ritual de la fumata blanca y la aparición de unas gaviotas en la chimenea de la Capilla Sixtina que, según la leyenda, son un indicio de buenos augurios, todo era expectación por que saliera al balcón el sucesor de Bergoglio. Las apuestas resaltaban las especulaciones de los últimos días: ¿saldría del cónclave un nuevo líder de la Iglesia suscrito a la corriente de Francisco o más escorado al ala conservadora de la curia romana? Cierto o no, los vaticanistas han explotado esta disyuntiva como si se tratara de un reflejo de las propias votaciones en la atmósfera polarizada de la actual geopolítica.
Finalmente se asomó el elegido: el cardenal Robert Francis Prevost Martínez. Se trata del primer Papa estadounidense, pero sus apellidos evidencian su ascendencia inmigrante, pues su padre es de origen franco-italiano y su madre de origen español. Además, por la cantidad de años que Prevost, cuyo nombre para su pontificado es el de León XIV, vivió en Perú como misionero de la orden de los agustinos, su arraigo es más latinoamericano que del país donde nació, concretamente en Chicago. Tanto, que, hace unos años, al frente de la diócesis de Chiclayo, acabó por hacerse ciudadano peruano. O sea, tiene doble nacionalidad porque su corazón y su alma son mestizos.
Al igual que el difunto Francisco, León XIV es un defensor de los derechos de los migrantes. En su trabajo de campo en Perú se familiarizó con los pobres que buscan el camino de la emigración hacia el Norte en busca de una mejor vida. Sin duda, su mensaje en este apartado despierta mucha curiosidad en un momento en el que en su país de nacimiento gobierna un presidente con una agresiva agenda anti-inmigración. En el mes de febrero, cuando, es de suponer, Prevost no podía atisbar que sería el Papa número 267, una cuenta en las redes sociales bajo su nombre se hacía eco de respuestas al vicepresidente JD Vance, uno de los máximos impulsores de medidas draconianas contra el flujo migratorio. Resulta ser que Vance, supuestamente un hombre piadoso, recurrió a unas palabras de San Agustín para reforzar su política, al señalar que el teólogo latino hacía hincapié en que primero hay que amar al círculo más cercano, luego a la comunidad y después al resto del mundo. O sea, una interpretación muy libre de las reflexiones de uno de los máximos exponentes del pensamiento cristiano. Aparentemente, el religioso retuiteó opiniones contrarias a la postura de Vance: “Jesús no nos pide que prioricemos nuestro amor a los demás.” Un cruce de impresiones que ahora cobra relevancia, además del dramatismo añadido de que una de las últimas personas que vio Bergoglio antes de fallecer fue al vicepresidente estadounidense en una audiencia que les concedieron a él y su familia.
En cuanto se supo que el nuevo pontífice es compatriota suyo, el presidente Donald Trump lo felicitó, expresando que es “un gran honor” que sea estadounidense, tal vez con la mente puesta en su lema nacionalista de Make America Great Again. Sólo el tiempo dirá si León XIV se librará de los comentarios peyorativos que el republicano suele repartir a quienes se atreven a no darle la razón. Es demasiado pronto para saber si el Papa recién electo optará por la discreción o no tendrá reparos en criticar a los jefes de Estado que, según sus preceptos, no se muestran compasivos con los más necesitados de la Tierra. Por lo pronto, en Europa también abunda el discurso anti inmigrante entre líderes de la ultra derecha. En su primera alocución, Prevost ha indicado su deseo de “tender puentes”.
Mientras millones de fieles celebran la elección de León XIV y se deshoja la margarita en cuanto a si estamos ante el continuismo del legado de Francisco o se impondrán otras fuerzas entre los muros del Vaticano, desde Washington Trump propone que a los inmigrantes que llegan al país irregularmente se les deporte a Ucrania, una nación invadida y bajo ataque ruso. No le basta la megacárcel distópica que Nayib Bukele pone a su disposición en El Salvador previo pago de millones de dólares. No hace falta ser Papa para clamar al cielo. [©FIRMAS PRESS]
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