Todo comenzó hace doce años, cuando el mundo se enteró de que el nuevo Papa había elegido para sí el nombre de Francisco, como el “poverello de Assisi”. La extraordinaria personalidad de Jorge Mario Bergoglio, que se había dado a conocer en su Buenos Aires natal, ahora haría olas -y muchas- desde Roma.
Como el de Asís, el Francisco de Roma no pasó desapercibido. Desde su sencillez los dos revolucionarios movieron los corazones de sus contemporáneos, lograron captar la atención de cristianos y no cristianos, transformaron sus tiempos… y todos esperamos que, como su predecesor medieval, el recién fallecido Papa lo siga haciendo para las presentes y futuras generaciones.
Siempre fue noticia. La noticia que genera un hombre comprometido con su misión y empeñado en llevar el mensaje del Evangelio a “todos, todos, todos”. Fue el suyo un pontificado novedoso, excéntrico podría parecer a algunos. Tenía una rica personalidad a la que sin duda se le podrían añadir muchos calificativos, pero uno que no le calza es “ineficaz”. El Papa Francisco no dejaba indiferente a nadie.
Se dice que “el que avisa no es traidor”, y él lo hizo desde las páginas de su primera exhortación apostólica “Evangelii gaudium”, pero sobre todo desde el testimonio de su vida cotidiana. Intentó centrar a la Iglesia en su auténtica razón de ser: la evangelización. Como jesuita que era, el sentido de misión era el motor que le impulsaba todos los días.
Su manera de “reparar” la Iglesia, tal como lo hizo Francisco de Asís, era la propuesta para todos los cristianos, no solo paras la jerarquía o para los religiosos o para los católicos “practicantes”, de actuar de tal modo que la Iglesia saliera de sí misma, que se evitara lo que gráficamente llamó “autorreferencialidad”; con el convencimiento de que nadie es más que los demás, con la seguridad y con la confianza del que se sabe (otra palabra de su invención) “misericordiado” por Dios.
En una reunión previa al cónclave en el que terminaría elegido, habló a un grupo de cardenales con las siguientes palabras: “La evangelización es la razón de ser de la Iglesia. Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar, deviene autorreferencial y entonces se enferma (…) Los males que, a lo largo del tiempo, se dan en las instituciones eclesiales tienen raíz de autorreferencialidad, una suerte de narcisismo teológico. En el Apocalipsis, Jesús dice que está a la puerta y llama. Evidentemente el texto se refiere a que golpea desde fuera la puerta para entrar… Pero pienso en las veces en que Jesús golpea desde dentro para que le dejemos salir. La Iglesia autorreferencial pretende a Jesucristo dentro de sí y no lo deja salir”.
Dicho y hecho. Aunque, cuando se dirigía a sus oyentes ignoraba que él mismo tendría que llevar a cabo la propuesta… los argentinos que han hecho el servicio militar tienen un dicho “el que habla, barre”. Pues eso, eso le tocó a Francisco. ¡Y vaya si lo hizo con elegancia, tesón y sentido de compromiso!
Su pontificado se caracterizó por muchas cosas, pero una que brilla con luz propia es que este Papa no se dedicó solo a decir la verdad, sino, principalmente, a ser verdadero.
Su empeño no fue solamente llegar a la mente de las personas, ilustrar las inteligencias (lo hizo mucho, sí). Su afán fue, principalmente, mover los corazones, “misericordiar”, llevar el Evangelio, llevar a Jesucristo a cada persona sin importar donde estuviera: en las periferias geográficas sí, pero también, como él mismo puntualizaba, en “las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria”.
Fue, como su homónimo medieval, un revolucionario. Y, ya se sabe… las revoluciones, como la lluvia, nunca son a gusto de todos.
Ingeniero/@carlosmayorare