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Gracias, Francisco, y ¡hasta siempre!

Gracias, Francisco, por tanto. Dejas un gran vacío en este mundo, aunque, ahora que te has ido a la casa del Padre, tu luz brilla con más fuerza. Te vamos a extrañar en esta Iglesia Militante. Pero te digo "¡hasta siempre!" porque te voy a estar platicando, y espero que muchos otros también.

Por Agencias

Querido Francisco:  Hace unos meses te escribí una carta. Te pedía que te quedaras, que te necesitábamos. Y te quedaste. ¿Para que la fe de tus hijos espirituales (católicos y no católicos) no fuera en vano? Probablemente, porque tú siempre fuiste un pastor con olor a oveja. Viviste lo mejor que pudiste esta última Pascua, nos diste la última bendición Urbi et Orbi y te subiste al papamóvil una última vez para estar entre el pueblo y despedirte. Sospecho, porque ¿cómo saberlo?, que el Señor y tú quizás ya habían platicado. Igual, como no creo que hubieras querido el sobresalto de otro papa que amanecía muerto, así que creo que discutiste eso también. Como buen Jesuita, terminaste tu vida de manera ordenada...al punto de asegurarte de que nadie dijera que "el oro del Vaticano" se gastaba en tu tumba.

Y yo, residente de este país que lleva el Nombre del Señor siempre soñé con conocerte. Porque (aunque en las columnas de opinión no se cuentan temas muy personales) yo renací en mi Iglesia contigo, Francisco. Estos doce años de caminar, de gracias han sido en una Iglesia que, como dice esta generación, "me representaba": una Iglesia abierta al mundo, donde el Nombre de Dios era Misericordia, una Iglesia dónde las mujeres eran valoradas. Algo que resonó tanto con aquella niña de cinco años, que le neceaba al párroco que le daba catequesis, asegurándole que ella iba a ser "la primera mujer Papa". Obvio, al medio vislumbrar el misterio del sacerdocio, entiendo el porqué NO.

Al verte pasar por la Puerta Santa inaugurando el Jubileo, en una silla de ruedas, te convertiste en mi héroe. La verdad, durante estos últimos años, verte a ti, en una silla o con bastón, me ayudó a aceptar mis limitantes. Así como tú me diste una Iglesia que aceptaba a otros como eran, me enseñaste que Dios me podía usar, cualquiera que fuera mi situación, dentro de lo que yo podía hacer. Fuiste un ejemplo tanto en la salud como en la enfermedad, de cómo se vive Ad Maiorem Dei Gloriam (Para La Mayor Gloria de Dios)

Esta Iglesia en salida me trajo grandes gracias, me ha llevado a conocer a sacerdotes santos, religiosas santas, ahijados santos, sobrinas santas, laicos santos que no me han dejado caminar totalmente sola. En esta Iglesia que no se escondía de las Periferias, aprendí acerca de la justicia, no sólo la social, sino la espiritual . En esta Iglesia llevada por un Jesuita, yo, que nunca había tenido una advocación mariana, ni la de mi propio nombre, adopté la de la Virgen Desatadora de Nudos porque era la tuya y pues sí, eras Jesuita. Es un tanto sui generis esta mi devoción, pero muchos pueden dar fe que esos nudos funcionan. Y en esta Iglesia de la Misericordia aprendí a perdonar: los hechos y personas de mi pasado, de mi presente y todo aquello que no fue. Aprendí a perdonarme a mí misma y también a mi Iglesia. Durante estos doce años, me he sentido rica, llena con y en mi fe, a pesar que siento que he terminado viviendo las experiencias de treinta.

Todo esto te lo quería decir, aunque fuera en cinco minutos. Quería que me conocieras y que lo oyeras. Por eso, a principios de este año, después de verte entrar por esa Puerta Santa en silla de ruedas, pensé ir a Roma, al Jubileo. Molesté a un santo sacerdote día y noche por el correo para pedir audiencia (lo recibí el día de tu fallecimiento). Cuándo saliste del hospital, contaba los días, con la secreta esperanza que te mejoraras y que se diera. Y bueno, pues no se dio...aquí en la tierra.

Sin embargo, hoy, mientras veía tu fotografía, en medio de un Rosario, te empecé a hablar. Al principio fue raro y tuve que analizar si no estaba demasiado emocionada. Sé que algunos no lo entenderán, pero, como ambos sabemos, uno de los más hermosos misterios de nuestra fe católica es esa comunicación (y a veces complicidad) entre la Iglesia Militante y la Triunfante, esa charla de las almas que aman al Señor y se entienden en El, porque el alma no muere. Y me di cuenta de que ya no tienen que ser cinco minutos en una audiencia en Roma. El hombre de Dios que ha inspirado mi caminar en la fe y yo podemos platicar. Porque, como tú misma fecha de nacer a la vida eterna, tu día natalis lo dice, estamos en Pascua, celebrando al Señor Resucitado, con quien tú ya estás y en quien los que aún estamos aquí, sabemos que resucitaremos.

Gracias, Francisco, por tanto. Dejas un gran vacío en este mundo, aunque, ahora que te has ido a la casa del Padre, tu luz brilla con más fuerza. Te vamos a extrañar en esta Iglesia Militante. Pero te digo "¡hasta siempre!" porque te voy a estar platicando, y espero que muchos otros también.

Carmen

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