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El Papa de la Esperanza

Como salvadoreño, agradezco profundamente que nos haya regalado el primer Cardenal y la canonización de San Óscar Arnulfo Romero, así como la beatificación de cuatro salvadoreños más. Nos mostró que la Iglesia debe estar viva y al servicio de los más débiles.

Por Ricardo Lara
Médico

Este Lunes de Pascua, el mundo católico ha vivido un momento profundamente simbólico. El tiempo pascual, que inicia con el llamado Lunes del Ángel —en referencia al ángel que anunció a las mujeres la Resurrección de Cristo— adquiere ahora una dimensión aún más significativa: el Papa Francisco se ha convertido, para muchos fieles, en ese ángel contemporáneo que proclamó, con su vida, que Cristo ha resucitado.

Decir que ha “muerto” tal vez no sea lo más adecuado. Su legado, su mensaje y su ejemplo siguen vivos. Francisco fue un hombre que eligió el camino de la sencillez, la humildad y la entrega total al prójimo. A pesar de ocupar el más alto cargo en la Iglesia, prefirió el transporte público al coche oficial, la Casa de Santa Marta al Palacio Apostólico, y la cercanía al pueblo antes que la pompa del poder.

Siempre del lado de los pobres y de las minorías, el Papa Francisco vivió con autenticidad el Evangelio. Se distanció de los privilegios terrenales para convertirse en servidor de todos. Promovió el diálogo interreligioso sin jamás apartarse de los principios del Evangelio. Habló de manera firme sobre los desafíos contemporáneos, incluyendo el cambio climático y las desigualdades sociales.

No es coincidencia que su partida se haya producido en un Lunes de Pascua. Este hecho reviste un poderoso simbolismo para la Iglesia católica: la vida vence a la muerte, el amor vence al pecado. El ejemplo de Francisco, su forma de vivir y predicar, se convierte en una muestra palpable del poder de Dios. Desde ahora, este día ya no será el mismo. El resucitado ha tomado de la mano a uno de sus más fieles servidores y lo ha guiado al Reino de la luz.

Francisco será recordado como el Papa que abrió las puertas de la Iglesia a los excluidos: a los migrantes, los pobres, los niños, los divorciados, los homosexuales. Recalcó con firmeza el problema del cambio climático y la urgencia de que la mujer ocupe un papel más relevante dentro de la Iglesia. En tiempos oscuros como la pandemia de covid-19, ofreció esperanza, fe y consuelo.

Tuve la dicha de vivir su pontificado, tras haber nacido en la era de Pablo VI, leer las encíclicas de Juan Pablo I, y haber conocido personalmente a Juan Pablo II en sus visitas a El Salvador en 1983 y 1996. Pensé que era insuperable, pero aprendí que cada papado tiene su esencia y sus enseñanzas únicas. Francisco, sin duda, dejó una huella difícil de igualar.

Entre los gestos que más me impactaron estuvo su esfuerzo por visibilizar a San José, el papel de la Virgen María en la Visitación, su mensaje a los sacerdotes de ser alegres y breves en sus homilías. Su consejo a los confesores fue tan claro como conmovedor: “Perdonen todo; si no entienden lo que se les confiesa, digan que lo entienden, para que el penitente no sienta que es una tortura”.

Como salvadoreño, agradezco profundamente que nos haya regalado el primer Cardenal y la canonización de San Óscar Arnulfo Romero, así como la beatificación de cuatro salvadoreños más. Nos mostró que la Iglesia debe estar viva y al servicio de los más débiles.

¿Cómo olvidar su inolvidable frase “¡Hagan lío!” en la JMJ de Río de Janeiro, en 2013? Con esas palabras, llamó a los jóvenes a no quedarse callados, a moverse, a transformar. Fue un llamado a una Iglesia activa, comprometida, cercana.

Este es un año jubilar bajo el lema “Caminemos juntos en la esperanza”. Y en un país como el nuestro, donde la esperanza a veces escasea, ese mensaje nos sostiene. Prometo escribir dos columnas más: una dedicada a las frases memorables que nos dejó, y otra a las meditaciones que escribió para su último Vía Crucis.

Gracias, Su Santidad, por haber sido un Papa que vio más allá de los muros de la Iglesia. Gracias por recordarnos que Dios no solo está en lo alto, sino también en la calle, entre los pobres, los olvidados y los heridos. Qué dicha haber sido testigos de su tiempo.

Médico.

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