La primera acepción de la RAE dice que patético es lo que conmueve profundamente, al punto de provocar tristeza. Es en este sentido que la sonata número 8 de L. Beethoven, fue llamada “patética”. Un sitio en internet dice que es “una pieza trascendental en la literatura pianística por sus valores de abstracción musical, así como por sus connotaciones filosóficas”. No entendí nada, pero cada vez que escucho esa pieza, especialmente, su primer movimiento, no puedo evitar cierta conmoción de ánimo.
La segunda acepción tiene connotaciones diferentes: patético sería algo penoso, lamentable o ridículo. Pienso en la última acepción cuando veo, escucho o leo a ciertos personajes de nuestro ambiente político. Y aclaro: no usaría ese adjetivo al referirme al presidente; no tanto por respeto a su inconstitucional investidura, sino porque su trayectoria y acciones apuntarían a usar otros calificativos, pero no ese. Debo reconocer que ha sido consecuente y consistente: desde un principio dejó claro que quería el poder, mucho poder, y todo lo que ha dicho y hecho hasta hoy ha sido en función de tal objetivo. Claro, de repente, dijo cosas que no estaba dispuesto a sostener, pero fue en la lógica de allanarse el camino a la presidencia, o de perpetuarse en ella. En todo caso, desde sus primeros pinitos políticos quedó claro que no es un demócrata; es un populista de derecha, autoritario y arrogante.
Patéticos me parecen aquellos que antes defendieron causas muy diferentes, que incluso afirman haber participado en luchas populares por lograr cambios en el país, alegando principios como democracia, libertad, justicia social, equidad y cosas por el estilo. Y de repente, dieron un giro de ciento ochenta grados y hoy defienden a pies juntos, lo que antes tan acremente criticaron. Algunos pretenden dar autoridad académica a sus avatares político-ideológicos; calzando sus escritos con un rimbombante listado de títulos universitarios. Llaman "refundación del Estado" al desmantelamiento del Estado de derecho. Utilizan su escaso conocimiento histórico para tratar de mostrar que, "por primera vez" las cosas se hacen de manera diferente, obviando tozudamente las abundantes evidencias de que los vicios del pasado no solo persisten, si no que han sido perfeccionados, si tal cosa es posible.
Abrevan en la vulgata histórica elaborada por Roque Dalton en su obra menos meritoria, "El Salvador. Monografía" y sostienen, al igual que el presidente, que no hubo independencia, simplemente porque el poder económico siempre ha estado en manos de grupos oligárquicos, como si Bukele proviniera de las capas populares, y como si su gobierno hubiera atentado alguna vez contra los grandes intereses económicos del país. Callaron ante el show banal de Miss Universo, pero descalifican tajantemente el que realizó Molina en 1975; se dicen protagonistas de las protestas estudiantiles que terminaron en la masacre del 30 de julio, pero callan de manera contumaz el abandono en que este gobierno tiene a la Universidad de El Salvador. Celebran el éxito del gobierno en el combate a las pandillas, quizá lo único medianamente cierto de estos cinco años, pero niegan que antes negoció con ellas, que uno de sus funcionarios protegió y sacó al “Crock” de cárcel de máxima seguridad y lo condujo a Guatemala. Tampoco dicen nada de los abusos y violaciones a los derechos humanos producidos en el marco del régimen de excepción, de los que hay abundante evidencia.
Sin embargo, he de reconocer cierta audacia en sus posicionamientos. No es fácil hacer una defensa con pretensiones académicas de un gobierno claramente alérgico a lo académico, a lo intelectual, a la cultura y a la historia. No obstante, alguno se atreve a afirmar que Bukele es un “paradigma” político; en todo caso será un paradigma populista, autoritario y atentatorio contra la democracia y los derechos ciudadanos. Otro dice que los cambios ocurridos en el país son de tal magnitud y profundidad que es necesario inventar una nueva sociología que sea capaz de entenderlos.
Antes renegaban de los medios de comunicación oficiales y hoy son asiduos visitantes de sus canales, en donde tienen entrevistas pre pactadas en las que sólo hay dos requisitos: alabar la gestión presidencial y calificar de parteaguas histórico cualquier ocurrencia presidencial. Parte obligada de tales programas es hablar pestes de la oposición. Están atentos a retomar cualquier ocurrencia presidencial para endosarle halagos y zalamerías, sin cuidarse del mínimo análisis crítico. No les interesa formar opinión, les interesa captar adeptos y alimentar el ego del mandatario. No caen en la cuenta de que los temas que retoman, a veces son producto de momentos en que el presidente se queda sin nada sustancioso que decir y recurre a alguna idea peregrina para salir del paso.
Por ejemplo, en el marco del aniversario de la Independencia, habló de la “cultura del más vivo”, la de quienes que aprovechan cualquier oportunidad para sacar provecho propio a costa de los demás. Y puso ejemplos peregrinos como aquello de que “todos quieren vivir en el mejor país”, pero tiran basura en las calles o se saltan las filas para ser los primeros. Hay ejemplos más elocuentes: llegar al poder por la vía democrática para luego destruir las instituciones democráticas y el estado de derecho desde adentro. Esa sí es una viveza. La idea tiene un claro efecto bumerang, pero al parecer los apologistas de Bukele no alcanzan a verlo. Uno de ellos retomó el tema en el periódico oficial y terminó haciéndole un flaco favor al presidente, al decir: “En nuestro país somos dados a alabar y hasta glorificar a la persona que saca ventaja, que no respeta reglas, protocolos o similares, incluso se le denomina inteligente o muy capaz. Esta es una cultura que hemos copiado y replicado”. Terrible, espero ese desliz no haya tenido consecuencias. Otro incluso elaboró una tipología del más vivo, añadiendo que esos rasgos son “producto del histórico y estructural bajísimo nivel académico del sistema educativo nacional, empeorado por el neoliberalismo y la globalización instaurado por el partido ARENA y administrado por el FMLN; pero fundamentalmente por el sistema político corrupto”. Realmente profundo.
El reciente viaje del presidente a Costa Rica resultó políticamente poco rentable. Dos órganos de Estado se negaron a recibirlo y al final se quedó monologando con su anfitrión. En una de esas pláticas, y a falta de algo mejor que presentar como producto de la reunión, tuvieron la ocurrencia de inventarse una “Liga de naciones”, con dos miembros. Está bien como chiste de sobremesa, pero nada más. A pesar de ello, los analistas de oficio se dan a la tarea de alabar la idea. Uno dice que “La propuesta es visionaria porque piensa conformarse por países que tengan las mismas visiones y aspiraciones de desarrollo económico y social, lo cual les permitirá generar una ventaja competitiva regional”. Basta tener un mínimo de conocimiento sociológico para saber que Costa Rica y El Salvador son países muy diferentes en términos de desarrollo, instituciones y cultura política. Como era de esperar, agregó que la hipotética liga recaerá en el presidente Bukele, pues es “el líder mejor evaluado y el que está más presente en el imaginario de los pueblos”. Otro se atrevió a decir que “se producirá un acrecentamiento del poder adquisitivo de las poblaciones y una ampliación de la demanda de bienes y servicios”.
Me pregunto: ¿Con base en qué evidencias se dicen tales cosas?, ¿De dónde sacan que la supuesta liga da para tanto?; ¿Se les olvida que hace dos años el vicepresidente Ulloa hizo una propuesta de reunificación regional en el SICA y que nadie le tomó la palabra? Y he de decir que era algo más elaborado, no una ocurrencia como la de la liga. Al menos había un documento base, “Propuesta de Tratado Constitutivo de la Unión Centroamericana (UNCA)” y aun así no prosperó. Obviamente, no les importa. Solo tratan de hacer su trabajo y este se reduce a alabar al presidente, sin la más mínima posibilidad de crítica. Realmente patéticos.
Historiador, Universidad de El Salvador