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Los asuntos del Virreinato

El discurso de CAPRES plantea esta relación como una victoria para El Salvador, como un signo de soberanía y pragmatismo. Pero la historia nos enseña que las concesiones hechas desde una posición de debilidad rara vez resultan en una verdadera ganancia, al menos no para la gente

Por Ramiro Navas

No ha sido una semana cualquiera en la provincia. El recién asumido emperador ha enviado a uno de sus mayores emisarios para atender los asuntos de este territorio y recibir los honores de su señor feudal. Honores que, más allá de las peculiares escenas de un lago soleado y los protocolos de vestimenta, se expresan en aquello que al nuevo emperador más le gusta: la sumisión y el sometimiento expresado voluntariamente por los vasallos.

El párrafo anterior no fue extraído de la época de Fray Bartolomé de las Casas. Es una descripción bien apegada a la reciente visita a El Salvador del Secretario de Estado, Marco Rubio, en representación del presidente Donald Trump, que asume su segundo mandato con la fuerza de quien quiere imponer una imagen de liderazgo e inmediatamente impone “orden” en el vecindario. Y para esa imposición (con la que busca reavivar la idea de que los Estados Unidos guían por sí solos los destinos del mundo) requiere precisamente una puesta en escena que transmita, hacia locales y externos, que solo prevalecerá quien acceda a arrodillarse.

Nayib Bukele sabe bien cómo interpretar los símbolos de matonería y los arranques agresivos. Aunque en una escala más pequeña, hizo lo mismo en 2019: arrancó su gestión golpeando insistentemente la mesa y derrumbando pilares del sistema institucional y político para que el tránsito hacia el “nuevo orden” se proyectara como total e irreversible. Es por eso que no le ha costado alinearse con los mensajes y estilos del club MAGA-Republicano, y que ha invertido tantas influencias y fondos en colarse en la foto de su círculo más cerrado.

Cuando aquí se levantaron voces a señalar que Bukele estaba dispuesto a convertir nuestro país en una mega cárcel del aparato penitenciario de Trump, decenas de sus defensores salieron a decir que era una exageración y que su líder jamás haría cosa semejante. Ahora que está confirmado lo matizan, diciendo que todo ha sido parte de una (otra) enorme “jugada maestra” en la que El Salvador se verá beneficiado porque recibirá un pago de los Estados Unidos por recibir a privados de libertad independientemente de su nacionalidad, incluyendo, como se había mencionado, a integrantes del Tren de Aragua.

De nuevo los hechos son más elocuentes pero menos escuchados que la propaganda del gobierno. Y los hechos dicen que el gobierno de Bukele hará todo lo posible para que Trump lo considere su señor feudal, al menos en Centroamérica. De esa manera, no tiene el más mínimo problema en convertir a El Salvador en un virreinato moderno, un enclave en el que el regidor local rinde su soberanía y se reduce a ejecutar los mandatos que se dictan desde la gran metrópoli.

En la época colonial, las provincias pagaban tributos al imperio: metales preciosos, productos agrícolas y mano de obra barata. En el siglo XXI, y sobre todo para figuras como Trump, la lógica es básicamente la misma. La oferta de Bukele sobre las cárceles es un tributo moderno. A cambio, Washington se comprometería a financiar una parte del sistema penitenciario salvadoreño, una transacción en la que El Salvador asume un costo social todavía incalculable mientras que Trump cómodamente se libera de un problema interno.

La estructura de este acuerdo recuerda precisamente la lógica feudal: el virrey garantiza lealtad y seguridad en su territorio a cambio del respaldo de la corona. En CAPRES han sido cuidadosos en asegurar que esa subordinación a la administración Trump sea incuestionable, por eso hoy todo parece diseñado para demostrar que El Salvador es un bastión fiable para los intereses de la nueva Casa Blanca en esta región.

Ahora bien, ni en el colonialismo ni en sus secuelas el dominio del virrey se ejercía sin resistencia. La historia de la liberación de las provincias es memorable por sus rebeliones, sus proclamas, sus demandas de autonomía. Y casi siempre estas aspiraciones libertarias emergían de la resistencia ante las posturas entreguistas del virrey y los estragos que generaba socialmente la pérdida de soberanía del territorio. Hoy por hoy, pensar que las cárceles salvadoreñas se convertirán en depósitos de criminales estadounidenses genera más preocupaciones que certezas, y no solo en sectores académicos o políticos sino en la ciudadanía en general. Es fácil para cualquiera preguntarse: ¿estamos fortaleciendo nuestro sistema de justicia o simplemente asumiendo un problema que no nos corresponde?

El discurso de CAPRES plantea esta relación como una victoria para El Salvador, como un signo de soberanía y pragmatismo. Pero la historia nos enseña que las concesiones hechas desde una posición de debilidad rara vez resultan en una verdadera ganancia, al menos no para la gente. A pesar de la propaganda del virrey, los virreinatos no fueron soberanos; fueron estructuras de poder diseñadas para mantener el control de la metrópoli. Y no olvidar: cuando la historia cambió, cuando los imperios llegaron a su ocaso, los virreyes fueron los primeros en irse.

Analista político.

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Cárceles Donald Trump Nayib Bukele Opinión

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