Iniciar una reflexión respondiendo una pregunta con otra puede parecer de mal gusto, pero en este caso resulta pertinente: ¿Será que la Navidad debe servir para algo?
Mi respuesta, que no pretende ser absoluta, es que sí. La Navidad debe tener un propósito, ya que no es un fin en sí misma.
Siguiendo las ideas de Aristóteles en Ética a Nicómaco, donde aborda la naturaleza del bien, podemos encontrar una guía para entender el propósito de esta celebración. Para Aristóteles, el bien no es un juicio moral sobre la conducta, sino aquello que se busca alcanzar: algo perfecto y universal. Concluyó que el bien supremo es la felicidad.
Según Aristóteles, hay distintos caminos hacia la felicidad, determinados por los intereses de cada persona. Algunos la buscan en bienes materiales como la riqueza, otros en placeres corporales y otros más en bienes del espíritu, en una búsqueda trascendental.
Aplicando esta filosofía a la Navidad, podemos verla como un medio para alcanzar diferentes bienes según los intereses de cada uno. Para algunos, es una oportunidad de obtener bienes materiales a través de dinámicas comerciales o prosperidad económica. Para otros, es un tiempo para placeres inmediatos, como buena comida, bebida y compañía.
Sin embargo, hay quienes encuentran un propósito más elevado, vinculado a los bienes del espíritu. No hablo exclusivamente de lo religioso, sino de reflexionar sobre el significado detrás de las tradiciones. La Navidad puede interpretarse como una metáfora de renacimiento, de oportunidad y renovación.
Lo esencial no está en decoraciones o regalos, sino en su capacidad para recordarnos algo fundamental: que no todo es lineal. El pasado pertenece a un tiempo que ya no existe, el futuro es incierto, y lo único tangible es el presente. La Navidad nos invita a entender que el presente puede ser un punto de inicio.
Cada año, este ciclo nos invita a mirar hacia adelante con esperanza, a abrazar la posibilidad de un nuevo comienzo, ya sea en lo personal, lo familiar o incluso lo espiritual.
Para Aristóteles, además de los bienes individuales, el bien común es un ideal supremo. En este contexto, la Navidad puede trascender los intereses personales y convertirse en un puente hacia el bienestar colectivo.
Las acciones altruistas propias de esta época —donaciones, ayuda a los más necesitados o simplemente mostrar bondad— son ejemplos de cómo la Navidad puede ser un vehículo hacia un propósito universal.
Entonces, ¿debe la Navidad servir para algo? Sí, porque en ella se encuentra la oportunidad de ir más allá de lo cotidiano. Ya sea que busquemos bienes materiales, placeres corporales o bienes del espíritu, lo importante es que no se quede en una rutina vacía, sino que sirva como un tiempo de reflexión y acción.
El propósito de la Navidad no tiene por qué ser único ni compartido por todos. Puede variar según las creencias, los valores y los contextos de cada individuo o sociedad. Lo esencial es que nos invite a cuestionarnos qué buscamos y cómo podemos hacer de ese momento algo significativo para nosotros y quienes nos rodean.
Como sugería Aristóteles, toda acción humana tiende hacia algún bien. Y la Navidad, vivida con intención, puede recordarnos que ese bien es la felicidad.
No es raro que, para algunas personas, la Navidad sea un periodo difícil. Su júbilo puede contrastar con emociones o circunstancias personales adversas. Para quienes no experimentan felicidad en estas fechas, la festividad puede parecer vacía o incluso molesta.
Sin embargo, la utilidad de la Navidad no está en imponer la felicidad, sino en ser un espacio de reflexión, de renacimiento simbólico y, sobre todo, de reconexión con el presente.
Aristóteles asocia la felicidad no con una euforia constante, sino con la realización del bien en cada circunstancia de la vida. Esto implica aceptar y procesar los estados emocionales, incluso los difíciles, sin culpa ni pretensiones. La Navidad puede ser un momento para abrazar la propia vulnerabilidad y sentir, sin tener que cumplir las expectativas externas.
Si celebrar con júbilo parece inalcanzable, la Navidad puede reinterpretarse como introspección o servicio. Reflexionar sobre los ciclos de la vida, aprender del pasado y delinear un propósito, por pequeño que sea, para el futuro inmediato puede ser significativo.
Para algunos, el sentido renace al enfocarse en los demás. Ayudar a alguien en necesidad, escuchar a un amigo o contribuir a una causa solidaria puede ser una forma poderosa de encontrar propósito.
Uno de los mayores obstáculos para quienes rechazan la Navidad es su asociación con una felicidad idealizada, que puede contrastar con su realidad. Pero, como mencionaba Aristóteles, la felicidad no siempre está en extremos de placer o riqueza, sino en bienes que alimentan el espíritu, como el conocimiento, la empatía y la conexión con otros.
Si el presente parece sombrío, la Navidad puede ser un recordatorio de que todo ciclo tiene un inicio y un final. Lo que hoy parece insuperable puede transformarse con el tiempo. La renovación simbólica que representa esta festividad nos recuerda que siempre hay oportunidad de empezar de nuevo.
Médico y Abogado