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Hoy es Nochebuena y mañana Navidad

He vivido la evolución de la fiesta de la Navidad, de un tiempo en que dábamos gracias a Dios por las bendiciones a la familia, la cena de tamales de sal y de azúcar y a las doce de la noche, los cohetillos de a cinco centavos, los cohetes de a diez, los morteros de a 25 centavos y los más grandes y sonoros, que valían un colón.

Por Pedro Roque
Ingeniero

Casi sin darnos cuenta, quizás por la euforia de ver la luz al final del túnel, que nos dejó la pandemia, concentrados en nuestro trabajo, se nos pasó el año y nuevamente hoy es “Nochebuena y mañana es Navidad”.

Esta semana, de viaje a Guatemala en autobús y aunque los asientos son cómodos, en las seis horas de viaje que se vuelven largas, decidí recordar las navidades que mi cerebro pueda rescatar, desde mi niñez y juventud, hasta los 18 años en mi ciudad, San Vicente, en mi tiempo de estudiante en Alemania,  y después, los años en España y de regreso a mi querido país, desde hace ya algunos años.

He vivido la evolución de la fiesta de la Navidad, de un tiempo en que dábamos gracias a Dios por las bendiciones a la familia, la cena de tamales de sal y de azúcar y a las doce de la noche, los cohetillos de a cinco centavos, los cohetes de a diez, los morteros de a 25 centavos y los más grandes y sonoros, que valían un colón.

Solo una vez, un 24 de diciembre, encendí uno, que por poco me revienta en la mano, y como me asustó tanto, no lo volví a intentar.

En realidad, no soy muy amigo de los cohetes, pues además del peligro de quemarse y todos los diciembres vemos en las noticias los niños  quemados y vendados de las manos, polucionan, ensucian, asustan a los animales domésticos y no siento placer quemar tan rápido el dinero que cuesta mucho ganar. Pero acepto  que en cuestión de gustos no hay nada escrito.

Durante las seis horas de viaje rescaté los lugares, las personas, el clima, las fiestas, las tristezas, las alegrías, las amistades, las novias, los parientes y los hijos, con quienes celebramos las navidades a lo largo de mi vida. En el supuesto, que el lector tiene cincuenta años, son cincuenta navidades, que, desde los cinco, que tiene uso de razón, puede recordar y trasladarse a los lugares y entornos donde las vivió.

En mi caso, San Vicente, Saarbrüken, Kaiserslautern, Ingelheim, Bingen, Gauslheim, Londres, Berlín, Mainz, Valencia, Madrid, San Vicente y San Salvador. 

Si hace este ejercicio y revive  esos momentos, espontáneamente vendrán a memoria las que fueron muy felices, las que solo fueron alegres, algunas menos alegres y las que todos los años reaviven el recuerdo de lugares, personas y circunstancias, que por algo muy especial, se fijaron para siempre en su mente.

Y ahora, ya de nuevo en la realidad de nuestra Navidad, tal como la estamos celebrando, no importa cómo sea y con quienes, disfrutémosla principalmente con nosotros mismo y demos gracias a Dios, que seguimos aquí, viviendo como nos toca, pero conscientes de que al margen del barullo, de los cohetes, las luces y los regalos, es un buen tiempo, para cada uno, a su manera, disfrutarlo y gozarlo con las personas que quiere y le quieren, liberándose estos días, del ambiente político, incierto y polarizado.

Ahora, la Navidad es tan comercial que como fiesta de intercambio de regalos también la celebran en los países budistas, islamistas, sintoístas, que aceptan las existencia de Jesucristo como un gran profeta.

¿Cuántas navidades nos quedan por celebrar a cada uno? Nadie lo sabe y, precisamente por eso, es una obligación disfrutarla y desear que para todos sea un buen tiempo de paz con uno mismo y las personas del entorno.

Y si es empresario, no se olvide celebrarla con sus colaboradores, que le ayudan a que su empresa  viva y siga creciendo.

Esta Navidad, sin importar dónde y con quién esté, por razón familiar o de vacaciones, cerca o lejos de su casa en el invierno del norte o el verano del sur de la tierra, vívala con alegría.

¡Feliz Navidad!

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