Todos los años, por estas fechas, muchas mujeres se sienten temerosas, confundidas y hasta deprimidas. Toda la primera parte de febrero es una vorágine de corazones, ositos de peluche, rosas rojas,y cenas románticas. Y el 99% de la publicidad muestra a bellezas despampanantes que nada que ver con el 99% de nosotros, especialmente las de mediana edad.
La sociedad adora los cuerpos “S” y la hipersexualidad. Se les enseña a las niñas, desde pequeñas, que tienen que ser cómo las muñecas delgadas y bustudas que, si fueran mujeres de verdad, se quebrarían la nariz al caerse por el peso del busto. Las mujeres “rellenitas” viven sus vidas tratando de ser delgadas. Y hay todo un sector comercial que se lucra de la inseguridad de una mujer por no cumplir con los estándares de belleza.
Señoras y señoritas: una ley de la vida es que uno envejece y hay que hacerlo con gracia. Y eso incluye no ser 90-60-90.
A los veinte años yo era tan delgadita que usaba talla 4. Bastaba una yarda y media de tela para hacerme un vestido (ahora son cuatro). Era igual de delgada que mis dos hermanas y, como se podrán imaginar, me encantaba usar tacones, bikinis y mis vestidos de noche para toda la sarta de bodas que me volé eran preciosos. Claro, hoy no me pasarían de las rodillas.
A mis casi treinta años comencé a “llenarme”. Pasé de ser una talla cuatro a una talla diez en dos años. Mis amigas se horrorizaron. Me empezaron a decir que si no adelgazaba, iba a terminar sola. Pero, como siempre hay un roto para un descosido, resulta que a mí entonces novio le encantaban las “figuras de Botero” (pintor y escultor colombiano). Cuando finalmente admiré sus esculturas, estaba lejos de parecerme a ellas. Y eso que para entonces estaba bastante “boteresca”.
Siempre había una excusa para el incremento de peso. Que planificaba (no era católica entonces), que me habían entrado los cuarenta y etc. Un día de tantos, me subí a la báscula para mi chequeo anual y pesaba ¡278 libras! Esa foto que se publica, donde salgo en un suéter morado, fue tomada unas semanas después. Dos meses más tarde me diagnosticaron no sólo hipotiroidismo primario, sino síndrome metabólico e intolerancia a la insulina.
Al comenzar a tratar mi hipotiroidismo y cambiar ciertos esquemas alimentarios (no, no hago dietas), mi peso se niveló. No fue de la noche a la mañana, pero en cinco años bajé 58 libras. La foto en la que salgo con blusa azul es más o menos como me veo ahora.
Entonces, algunas personas volvieron a la carga. Si yo caminaba quince cuadras, iba a ser una modelo. Si yo me hacía tal tratamiento, iba a perder estómago. Y, “niña, hacete ahora una cirugía de nariz. Quizás encontrés a un viejo millonario”…
Esa noche me levanté de la mesa y decidí rebelarme. Toda mi familia tiene pelo entrecano, así que decidí que si iba a ser señora, lo iba a ser del todo. Fui a un salón que estuvo dispuesto a hacerme luces blancas y nunca más me volví a pintar el pelo. Así que peso 220 libras, mido 1.78, tengo pelo entrecano a los 52 años y he perdido por siempre mi oportunidad del viejo millonario porque no me arreglé la nariz.
Y, en ese cambio de vida que me vi forzada a hacer por mi diagnóstico, tuve que replantearme muchas prioridades. Habiendo cerrado mi ciclo en el área de educación se me ocurrió volver a un sueño de niña: diseñar vestidos. Mi abuela tenía una aguja mágica y de mis recuerdos favoritos es coserle vestidos a las muñecas, mientras ella me supervisaba. Podría crear vestidos lindos, para mujeres grandes como yo. Iba a ser un hit total, la Coco Chanel salvadoreña.
Claro, la ilusión duró hasta que me sugirieron que no buscara mis modelos de talla real. Las modelos tenían que ser “S” para que se luciera la ropa. No entendí el punto, pero igual decidí escribir un post en una red social. Muchas mujeres, mayores en su mayoría, se abrieron y comentaron en el post acerca de su experiencia al usar tallas grandes. Estas mujeres hablaban con seguridad, se conocían a ellas mismas y a su cuerpo, y el peso era secundario.
Lo que me rompió el alma fueron las historias que cayeron en mi inbox de mujeres entre los 30 y los 40 . Mujeres a quienes sus maridos les decían que eran gordas, feas y tontas (y que en su mayoría lideaban con la infidelidad), madres jóvenes que padecían de anorexia porque les había quedado el estómago flácido después del embarazo. Había algunas que se sometían a procedimientos quirúrgicos con tal de “mantener al marido” y lo detestaban. Y otras, luchaban por aceptar su cuerpo durante o después de una lucha con el cáncer, con enfermedades que las habían hecho perder movilidad y las habían confinado a una silla de ruedas.
Muchas de las mujeres que me escribieron me contaron que trabajaban y tenían un emprendimiento, atendían al esposo, llevaban a los hijos al colegio. Muchas cuidaban a sus padres. En los casos más difíciles, luchaban por sus vidas por amor a sus familias. Pero aún así, ser rellenitas y no caber en ropa diseñada para europeos, era una fuente de frustración.
Y me pueden preguntar: ¿y qué es tan relevante de este tema que valga la pena un artículo? Primero: porque hay un tema de salud. Si tiene sobrepeso, vaya donde un médico. Segundo, y más importante, porque una mujer que está en paz con su cuerpo, que se siente segura de sí misma, lo va a transmitir a sus hijas y a las mujeres que la rodean dentro de la sociedad.
Una mujer segura de sí misma no se involucra en relaciones tóxicas. Una mujer segura de sí misma sabe que quien realmente la ama le va a mandar rosas pese 129 ó 229 libras. Una mujer segura de sí misma va a construirse un futuro: carrera, amistades, metas, ahorros. Y una mujer segura de sí misma tiene mayores posibilidades de tener un matrimonio sano, ser una madre feliz y sentirse satisfecha. Y, por sobre todo, una mujer segura de sí misma se defiende de las mil injusticias que padecemos las mujeres.
Así que la próxima vez que usted, mujer salvadoreña, se vea en un espejo, piense que las tallas no la definen. La definen sus talentos, sus dones, su bondad, su femineidad, su inteligencia, su capacidad de pensamiento crítico y todo aquello bueno con lo que puede contribuir en la sociedad. Y cada vez que se vea en el espejo, piense que esa frase que usted merece ser tratada como Reina es una gran verdad.
Porque, ya ve usted, como nos tienen amarradas con paradigmas ridículos como medir 90-60-90. Y cómo nos limita…
Y hoy les habla
~Carmen, 110-80-130, sueña con escribir un libro y se manda flores a sí misma.
Educadora.