La educación de la mujer siempre ha sido un tema de debate y segregación desde los tiempos antiguos. Aún en los países que ahora se sugieren como “países ricos y desarrollados”, y por muchas centurias, nunca se apreció que la mujer estudiase, mucho menos que fuera letrada. Con el tiempo, y poco a poco, se fueron creando niveles diferenciados de educación para la mujer, y costó muchísimo que la sociedad aceptara que la mujer no solo debía ser alfabetizada (saber leer y escribir), sino también que la mujer se le permitiese letrearse. Quiero definir acá que el proceso de letrearse no significa aprender solo a sumar, restar, a leer y escribir, sino que cultivarse para la vida. Significa ir más allá de recibir un título para hacer un oficio, o ir más allá del bachillerato o un grado universitario, ya sea en una especialización o en términos generales. Letrearse, como sinónimo de cultivarse es un proceso que exige que la educación sea una instrucción interminable, a través de la lectura y la experiencia. Cultivarse no solo implica educarse en una carrera universitaria, sino que aprender sobre múltiples disciplinas, arte, e innumerables tradiciones e instrucciones culturales, incluyendo la práctica de deportes.
Ahora bien, ya definido el término de “cultivarse”, quiero compartirles que este proceso nunca fue igualitario entre el hombre y la mujer. En Estados Unidos, un ejemplo claro es las universidades del más alto prestigio asociadas a la marca “Ivy League”. Estas universidades como Harvard (establecida en 1636), Yale (1701), Universidad de Pennsylvania (1740), Universidad de Princeton (1746), Universidad de Columbia (1754), o Dartmouth (1769) y Universidad de Cornell (1868) no admitían a mujeres. Y por dicha razón surgieron las “Seven Sisters Colleges”: Mount Holyoke, Vassar, Smith, Wellesley, Radcliffe, Bryn Mawr, y Barnard College que fueron fundadas a mediados y finales del siglo XIX. Su función era ofrecer una educación superior equivalente a las universidades masculinas, pero con planes de estudios concebidos de manera tradicional para mujeres. Estos “colleges” femeninos estaban separados explícitamente del campus universitario principal de los hombres, sin embargo, asociadas académicamente para la validación del título. La Universidad de Cornell fue la pionera en permitir la construcción del edificio de instrucción de mujeres (Sage College) adentro del mismo campus, en 1870. Sin embargo, la educación se mantuvo incomunicada y alejada entre mujeres y hombres, y se conservó así hasta principios del siglo XX.
A pesar de que hace 100 años, las mujeres han sido admitidas para estudiar en universidades de prestigio en EE. UU., esto ha tardado muchas décadas en llegar a los países pobres. En El Salvador, para la mujer, estudiar en la universidad en la década de los setenta, era algo muy raro y excepcional. Así que tenemos muy poco tiempo de que la mujer en nuestro país pudiera cultivarse oficialmente y alcance el nivel de “letrada”.
Cuando una mujer estudia, y se cultiva permanentemente, logra no solo cimentar sus pensamientos adecuadamente, sino que también comprende y sistematiza sus decisiones de tal manera que puede también formar a sus hijos e hijas de una manera integral para toda la vida. Una mujer que se cultiva puede discernir, tiene toda la teoría de la vida para lograr detenerse entre el bien y el mal, saber distinguir sobre las consecuencias a largo plazo y formar familias de bien que puedan ser valientes y letradas para el beneficio de la sociedad. Una mujer estudiada e ilustrada integralmente sabe que el nuevo modelo de sociedad digital que se nos viene es como poner el auto en reversa para retroceder a la esclavitud mental en la cual se vivía hace 4 siglos, y de la cual nos ha costado tanto salir.
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Eleonora Escalante Strategy Studio
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